Rodolfo Izaguirre: Buscar la aventura

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Conocí a un psiquiatra venezolano que se interesó por el acontecimiento guerrillero venezolano de aquellos años sesenta producido en tiempos de la Guerra Fría y de los movimientos anticoloniales que se sucedían en África y Asia; particularmente, por la Revolución cubana que hipnotizó al mundo y arrastró sin piedad alguna a los intelectuales venezolanos al punto que algunos miembros del Grupo Sardio se abrazaron a un tardío e irreverente dadaísmo tropical llamado El Techo de la Ballena. La Revolución incitó a algunos cubanos junto a políticos venezolanos de izquierda a invadir el país por Machurucuto.

Briceño León escribió que «en la mente de los movimientos guerrilleros que surgieron en Venezuela estaba la imagen idílica de la lucha anticolonial que se había librado en la Guerra de Argelia contra el gobierno francés por el llamado Frente de Liberación Nacional (FLN), las mismas siglas que luego adoptaron los grupos guerrilleros venezolanos. Y también la larga guerra de Vietnam, primero contra los franceses y luego contra Estados Unidos. Ese movimiento político llevó a la constitución de una alianza internacional que propulsaba la lucha armada como medio para llegar al poder en Asia, África y América Latina, y que tuvo como nombre la Tricontinental, cuya primera gran conferencia tuvo lugar en La Habana en 1966, y en la cual participaron delegados de la FALN (Fuerzas Armadas de Liberación Nacional) y del MIR, las agrupaciones guerrilleras de Venezuela que apoyaban la continuación de la lucha armada».

En aquel tiempo yo era «un ñángara sin rumbo» porque nunca milité en ningún grupo, ni en ninguna Juventud Comunista, pero buscaba medicinas para colaborar con los guerrilleros del Ezequiel Zamora que operaban en las mirandinas montañas de «El Bachiller» en 1964. Hoy he declarado públicamente y en varias ocasiones que quien entonces tenía razón no era yo sino Rómulo Betancourt, a quien adversé equivocadamente con palabras empapadas de ácidos y vinagres.

Lo más atractivo de aquellos años sesenta fue la rebeldía de los jóvenes Nadaístas de Colombia, los Tzánticos del Ecuador liderados por Ulises Estrella, los poetas norteamericanos herederos de la beat generation, el dadaÍsmo irreverente del Techo de la Ballena, el anticolonialismo, la minifalda de Mary Quant, el bikini, los Beatles… Generalmente nos comportábamos bien, pero en materia de fútbol, por ejemplo, siempre aplaudíamos a Brasil como si fuera nuestro propio equipo. En cambio,  cada vez que en el beisbol se enfrentaban los equipos de Cuba y de Venezuela, íbamos a Cuba, pero con tenacidad e insistencia perdíamos en la Serie del Caribe ante los Tigres del Licey, las Águilas Cibaeñas o los Leones del Escogido, ¡todos dominicanos!

Con las desacertadas guerrillas rurales (¡el país estaba abandonando el campo para asentarse en las ciudades!) no nos fue nada bien, pero con las urbanas que mataban policías, masacraban gente en el tren del Encanto y asaltaban bancos (!!) nos fue peor.

Mi amigo psiquiatra conoció, conversó y entrevistó a muchos de aquellos jóvenes que se incorporaron a las guerrillas. Trataba de indagar qué los impulsó a irse a las montañas a acosar y a amenazar la democracia que había colocado en la primera magistratura a Betancourt, un civil, demócrata, como resultado de unas elecciones. Las respuestas o explicaciones de aquellos exguerrilleros resultaron elementales y hasta prosaicas, es decir, con evidente falta de elevación o de idealismo: las notas en el liceo o en la universidad no eran buenas y académicamente les iba mal; se entendían mal con la familia; andaban peleados con la novia; no toleraban los desafueros e injusticias del sistema y, de seguro, la explicación mas socorrida: ¡por simple anhelo de aventura!

En ninguna de las respuestas apareció la palabra «ideología», revolución o devoción política. Se trataba, me dijo el psiquiatra, de un impulso ciego, un elemental arrebato emocional, sed de aventuras, la rebeldía que propicia el rencor. En ese momento, tenía que estar condenado al fracaso semejante intento de eliminar por las armas a una naciente democracia para imponer una desorbitada dictadura de reconocida y áspera crueldad sin fundamento ideológico, solo por seguir el camino trazado arbitrariamente por un caudillo insular que una vez buscó petróleo y le fue negado de manera contundente por el demócrata venezolano. Ese mismo petróleo se le regaló más tarde al mismo caudillo cubano cuando aparece en nuestro panorama político un oscuro y mediocre paracaidista enemigo de nosotros y de la democracia.

El fracaso guerrillero se refugió en el Vecchio Molino, un bar en Sabana Grande donde una bohemia tardía también derrotó a la República del Este que allí crearon, para morir, muchos intelectuales y artistas de mi generación.

Y quedó en maltrecho olvido una insurgencia armada que sin lograr su propósito quiso erigirse en certeza política y el país terminó pocos años más tarde hundido en el apestoso pantano de un socialismo bolivariano.

 

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