Recuerdo a mi madre todos los días por la grandiosidad de su amor, por el ángel que era y por el esmero que puso a sus incansables cuidados y la recuerdo, no para pedirle, sino para agradecerle por esa misión divina y maternal que María de los Ángeles desde que partió, muy Joven por cierto, de protegernos con devoción y hasta nos ha hecho invisibles ante situaciones muy difíciles a todos los miembros de la familia y a todos los que se incorporaron a ella.
Recordar su bondad, su cariño, su humildad, en fin, toda su vida, es renovar un cumulo de aprendizajes momentos muy agradables, risas y hasta lágrimas de alegría y ese don de la ubicuidad que tienen las madres para estar con todos de la mejor manera y en el mismo momento.
Era impresionante como repartía su amor en perfectas partes iguales y como lo suministraba a través de sus gestos, sus sabios consejos y reflexiones o como cuando cocinaba, tarea que hacia como los Dioses, aunque yo pienso que los Dioses nunca pudieron cocinar como ella. Hoy en día es muy difícil no activar la memoria del paladar cuando probamos sus preparaciones parecidas a las que de sus manos degustamos , o no activar la memoria del buen gusto por el vestir cuando cocía y diseñaba desde nuestros uniformes escolares y ropa de vestir pasando por los trajes de primera comunión que les hizo a mis hermanas Nilda y América o el bellísimo y pomposo traje de Novia que le hizo a la mayor Mirian, en su único matrimonio y esto la convirtió en la diseñadora de nuestro Barrio.
También es difícil no establecer agradables comparaciones cuando vemos que aun con los tiempos que vivimos estos recuerdos nos hacen la vida feliz y muy bella.
Mi Madre era una mujer perfecta, la compañera ideal , la que amo y armo a la familia y amo a mi padre aun cuando la abandono, imaginen ustedes como era su generosidad y amor, se convirtió en madre y padre, en abuela abuelo , la que se educó y se graduó con honores en la Universidad de la vida y motivo a cada uno de nosotros a agarrar los libros “porque a mí no me gusta la gente floja” la que defendió a sus hijos y nietos con la bravura de una Leona ante irresponsabilidades paternales, la que nunca cuestiono la partida de aquellos que no querían seguir educando a los suyos porque “Yo estoy aquí para hacer lo que nadie absolutamente nadie va hacer por nosotros.”
Hoy en día las madres de la familia, que por cierto la han hecho crecer más que los hijos y nietos llevan esa medalla de buenos genes que María de los Ángeles nos legó. No poseyendo ningún bien de fortuna hemos tenido la venerada dicha que en vida y después de fallecida esos genes se expanden y multiplican en todas nuestras generaciones que vienen creciendo y eso en ella siempre fue invalorable.
Mi madre María de los Ángeles, tiene mucho de Dios por el inmenso amor que aún nos proporciona y mucho de Ángel por la protección divina que sabemos nos envía y nos acompaña
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