Gioconda De San Blas: El país según Cabrujas

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«¿Leíste el artículo de hoy de Cabrujas? ¿Qué piensas del artículo de Cabrujas? No dejes de leer el artículo de Cabrujas». No existiendo entonces redes sociales, éstas eran preguntas o comentarios que circulaban de boca en boca o por teléfono cada domingo desde principios de los años 90 del siglo pasado. José Ignacio Cabrujas, hombre de teatro y letras, poseedor de una pluma mordaz, ácida, cortante, analizaba la realidad política del momento en una inolvidable columna en el Diario de Caracas, llamada apropiadamente «El país según Cabrujas». Su muerte prematura en 1995 nos privó para siempre de sus interpretaciones de la realidad nacional. Qué habría escrito Cabrujas en estos últimos 25 años es pregunta que solemos hacernos los columnistas de hoy. Me respondo: tal vez no mucho más de lo que ya protestaba en 1991.

Uno revisa entonces su obra y se encuentra con esto: «…tres años después del paquete neoliberal la pobreza ha aumentado en Venezuela 80%; tres años después del paquete neoliberal la tasa de mortalidad infantil ascendió a más de 5 mil carajitos, según dice el gobierno; tres años después del paquete neoliberal estamos en la misma vaina, en el mismo desaliento, en la misma incapacidad de mejorar el nivel de vida o la simple dignidad de la mayoría…»

«Ante nuestro asombro», continúa Cabrujas, «se observa el establecimiento de una nueva utopía, que nada tiene que envidiarle al marxismo-leninismo, a las ensoñaciones de Fidel, a los poemas de Neruda… y a todos los que proclamaron al hombre nuevo, antes de la caída del muro de Berlín…». «…Pasaremos hambre, sentiremos la desesperanza, pero al final nos aguarda un futuro hermoso donde todos seremos prósperos y felices, donde cada hombre encontrará su sitio y su acomodo… El hombre nuevo… ¿No era lo mismo que decía Lenin en 1919 antes de transformarse en momia?» (Cabrujas 1992).

Uno quiere recordar aquellos tiempos despojándolos de las amarguras del momento, haciendo malabares con la memoria para evocar solo los momentos amables, que fueron muchos, en afán de seguir adelante en la vida con nuevos retos o más bien, con los mismos desafíos en elenco diferente y en magnitudes infinitamente superiores. Allí están las crónicas de la época para no olvidar lo que fuimos.

Mientras tanto, aquí estamos, de nuevo ante un fin de año en el que hemos avanzado, aunque no lo suficiente. El 31 de diciembre renovaremos nuestros votos con la promesa de una paz idílica que ni los monjes budistas en las alturas del Himalaya; desearemos que las amarguras se nos conviertan en miel sobre hojuelas cual acto de magia, sin hacer el menor esfuerzo para lograrlo, sin aportar al cajón de la generosidad colectiva ni apoyar a la unidad por encima de nuestras preferencias personales, cada quien en su parcela, sin darse cuenta (o peor, dándose cuenta) de que si queremos un mejor país, tenemos que empezar por unirnos y trabajar en torno a María Corina, la candidata unitaria, aunque no se haya votado por ella, a espera de que ella, de manera recíproca, tenga la humildad de atraer con trabajo conjunto a quienes no la han apoyado, única vía para lograr la indispensable duplicación o triplicación de votos primarios, sin los cuales no habrá triunfo posible. Es una carta infinitamente mejor que continuar en la desesperanza en que vivimos desde hace 25 años.

En esta navidad viajaré al exterior para celebrar la llegada de 2024 en compañía de mis hijos y nietos, integrantes de la diáspora, como millones de venezolanos cuya lejanía entristece los hogares venezolanos. ¿Cómo veré el país a mi regreso? Cabrujas, siempre Cabrujas, nos remite a sus impresiones luego de un viaje de trabajo a España en 1991: «…Tres semanas sin saber de Ramos Allup, sin escuchar las declaraciones del presidente del INOS; tres semanas sin notables; tres semanas ignorando si privatizaron los teléfonos, sin los vaticinios de Escovar Salom ni las profecías del Dr. Tinoco… Habiendo pedido a la Virgen de la Macarena en Sevilla que a mi regreso haya elecciones en la CTV, a ver si por fin tenemos clase obrera… porque una clasecita obrera no es mucho pedir para ver si empezamos a parecernos a un país…». ¿No es esto semejante a lo que podríamos demandar hoy?

¿Será mucho pedir un país normal, un país a secas, en la navidad de 2024? ¿Una navidad sin invocar la versión criolla del ineficaz brindis de los cubanos en Miami, a lo largo de 65 años: «El próximo año en La Habana»? No confiemos en los dioses, vírgenes o santos, ellos están demasiado ocupados en otros afanes; entendamos que ese milagro vendrá del aporte y el trabajo de cada uno de nosotros, los ciudadanos unidos en torno a un programa que convoque a la derrota del régimen, nuestro único adversario.

Como quiera que sea, a mis pacientes y fieles lectores, y a la gente bella de TalCual les deseo una feliz navidad y un constructivo año 2024. Nos reencontraremos en enero, con ánimo renovado para cumplir la tarea que nos impone la realidad.

 

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