El odio al que lidera
Desde la psicología del comportamiento humano, esto es perfectamente explicable. Carl Jung lo llamaba “la sombra”: esa parte del inconsciente donde escondemos todo aquello que nos resulta insoportable de nosotros mismos. Para muchos, María Corina representa exactamente eso: la integridad que no tienen, la conexión con el pueblo que no logran, el liderazgo legítimo que jamás construyeron. Así, destruirla no es una estrategia política, sino una forma desesperada de no tener que confrontar su propia mediocridad.
La psicología social también ofrece claves. Según la teoría de la disonancia cognitiva de Leon Festinger, cuando una persona mantiene dos ideas contradictorias, experimenta un conflicto interno que necesita resolver. Estos dirigentes han aceptado pactos, se han adaptado al poder, han negociado con quienes oprimen al pueblo, y aun así no logran despertar la pasión ni el respeto que María Corina despierta sin haberse arrodillado jamás. El resultado: una incomodidad tan intensa que solo se resuelve, atacando, calumniando, tratando de deslegitimar lo que los confronta.
Y, sin embargo, María Corina ha demostrado algo más difícil aún que liderar: escuchar. Su llamado a no participar en una elección sin garantías fue, más que una decisión individual, una lectura ética del sentir colectivo. Ella misma lo expresó con claridad: no podía imponer un camino que el pueblo ya no quería seguir. Esa es una de las mayores virtudes del liderazgo transformacional: la capacidad de leer el alma de la gente y actuar con coherencia.
Pero esa coherencia duele. Porque los otros, incluso teniendo apoyo del régimen, acceso a medios, dinero y operadores, no logran inspirar a nadie. Lo intentan todo, incluso vendiéndose, y aun así no pueden ganar ni con trampa. Eso los destruye por dentro. Como decía Jordan Peterson, “el resentimiento es lo que siente quien quiere algo que no ha podido construir por sí mismo”. Y eso es exactamente lo que ocurre aquí.
María Corina no ofrece cargos. Ofrece dignidad. No promete impunidad. Promete verdad. Y por eso conecta con más del 85% de los venezolanos. Es, por definición, una líder transformacional, de las que describía James MacGregor Burns: aquellas que no se imponen, sino que elevan.
No hace falta que todos la reconozcan como su líder. Pero sí es profundamente inmoral querer destruirla solo porque está logrando lo que otros no pueden ni pactando con el verdugo. Ese odio, esa necesidad de verla caer, no es ideológica. Es existencial. Y en este punto del camino, lo más peligroso no es el dictador: es el traidor que quiere arrastrar con él a quien ha demostrado estar a la altura del momento histórico.
Como escribió Nietzsche, “ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo”. María Corina ha pagado ese precio. Los que la atacan, en el fondo, no lo hacen por lo que ella hace, sino porque no soportan lo que ella les recuerda que nunca serán.
Anónimo
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