Jean Maninat: Consumismo

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“Vivan con causa y no caigan en el consumismo implacable: el mensaje de Noam Chomsky y Pepe Mujica a los jóvenes.” Así titula el diario El País, de España, una reseña del libro de Saúl Alvídrez sobre el documental, Chomsky&Mujica, que él dirigió y donde las dos celebridades dan rienda suelta a su recetario para alcanzar sociedades mejores y vidas más plenas. La reseña recoge preguntas de Alvídrez a los dos protagonistas y sus respuestas, que dan el tono del libro, aun sin leerlo.

Mr. Noam Chomsky es una especie de abuelo del progresismo norteamericano, que alguna vez apreció el socialismo del siglo XXI y luego se desencantó como suele sucederle a tantos liberales gringos siempre proclives a entusiasmos de espuma. Don Pepe Mujica, es el abuelo progresista que todos quisiéramos tener en casa, el expresidente sabio y calmado, de verbo llano y dueño de un sentido común que a todos encanta por sus tonos de autoayuda. El fragmento que reproduce el diario español, (¿será todavía español, o plurinacional?) es un jugoso adelanto del libro y reiteración del documental a la vez.

Hagamos un cut and paste, -siempre arbitrario como todos- para darnos un regusto teniendo en cuenta que, al menos según se desprende de la reseña, es un mensaje, un legado de los veteranos luchadores sociales a la juventud, divino tesoro.

A una pregunta del documentalista: “Don Pepe, con toda esa experiencia que carga a cuestas, y sabiendo del gran amor que usted tiene por la humanidad, ¿qué les diría usted a todos los jóvenes del planeta?” Entre otras cosas, el exmandatario uruguayo responde: “(…) ¡No se dejen, muchachos, no se dejen robar la libertad! ¡No le pueden entregar la libertad al mercado! (…) Pero la batalla es que la idea de cambiar el auto por uno más nuevo o el anhelo del viaje a Miami no los termine absorbiendo (…) Esto no es tarea sencilla, esta civilización de marketing te lleva de la nariz para transformarte en un consumista implacable. (…) Tenés que poner a un costado del consumismo la imagen del hombre feliz, que, según la Biblia, no tenía camisa —tal vez vivía en un país tropical y no pidió tanto—, pero entendamos que la felicidad no está en la riqueza.”

Regresa -como nueva- la antigua desconfianza en el comercio, en la compra y venta, en el consumo más allá de lo supuestamente necesario, en el dinero. Es la tosca tela del hábito franciscano, el luto de negro permanente de todos los integrismos monoteístas, el cilicio que impide pensar en los goces de este mundo. La nostalgia por la inocencia perdida, por la autarquía comunal, por el trueque fraterno, el culto a la pobreza y a los menesterosos que serán los primeros.

(Difícil no evocar el libro de Carlos Rangel, Del buen salvaje al buen revolucionario, 1976. O la obra de Antonio Escohotado Los enemigos del comercio. Una historia moral de la propiedad, 2008, el primer tomo. Gracias, dicho sea de paso, a CRH por la recomendación de leerla hace años, solo atendida recientemente, malheureusement).

La pretendida grima moral que causa la riqueza, sobre todo en quienes no la poseen, y la supuesta nobleza de alma de quienes la rechazan o la combaten es una pulsión recurrente en la sociedad occidental, siempre proclive a la culpa que siente por sus luminosos logros, su milenaria manía de querer rascar los cielos, curar enfermedades, llevar el tiempo en la muñeca, recortar las distancias gracias a la tecnología, teñir de colores las telas de sus vestidos, cultivar las especies que alegran sus comidas e irse de compras desprevenidamente por las tiendas que ofrecen productos venidos de todo el planeta. La luz de las ciudades perdidas en el consumismo, seguirá atrayendo a miles y miles de ilegales a la búsqueda, entre otras cosas, del derecho a consumir y poder elegir entre dos camisas.

@jeanmaninat

 

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