Yásnaya Elena Aguilar: Amajtsk. Los 500 años y el concepto de lo prehispánico

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Detrás de la demanda de originalidad se encuentra la imposibilidad de leer a los pueblos indígenas como colectividades históricas y contemporáneas

Alguien me recordaba insistentemente que los instrumentos musicales tan característicos de las bandas filarmónicas mixes, zapotecas y chinantecas en la sierra norte de Oaxaca eran objetos europeos y que, en tono desmitificador, poco quedaba de la grandeza de los pueblos indígenas y su originalidad prehispánica. Ante su insistencia me preguntaba qué tan prehispánicos tendríamos que ser los pueblos indígenas en la actualidad para poder cumplir con los criterios mínimos de originalidad que se espera de nosotros: ¿Basta con mantener en la actualidad elementos que el pueblo mixe tenía cinco minutos antes del desembarco de Hernán Cortés? ¿O es preferible exhibir elementos y características que el pueblo mixe tenía mil años antes de este desembarco? ¿Qué tan prehispánicos tenemos que ser para satisfacer sus demandas de originalidad, de 2.000 años antes de la colonización o basta con cien? La demanda de originalidad es una de las más comunes que enfrentamos quienes nos dedicamos a diferentes manifestaciones estéticas desde los pueblos indígenas. Un ejemplo perverso de esto, es el famoso “comité de autenticidad” que se dedica a certificar la “autenticidad” de los bailes de los pueblos indígenas que se presentan en lo que se ha calificado oficialmente como la “máxima fiesta folclórica” de Latinoamérica en Oaxaca: La Guelaguetza. Este evento organizado por el Gobierno estatal, con fines claramente turísticos, tiene un comité de autenticidad que hace visitas previas a las delegaciones que participarán en este evento para determinar si cuentan con elementos suficientemente auténticos, lo que sea que eso signifique.

Detrás de la demanda de originalidad, generalmente relacionada con elementos llamados prehispánicos, se encuentra la imposibilidad de leer a los pueblos indígenas como colectividades históricas y, por lo tanto, también contemporáneas. Este confinamiento a un pasado congelado que solo existe en la imaginación de quienes nos demandan originalidad se halla relacionado con las ideas en torno de lo prehispánico y justo en eso radica una de las trampas de esta categoría.

La invasión europea hace 500 años parte la historia de los pueblos que habitaban y habitan este territorio en dos: antes y después de la invasión de lo hispánico; ese hecho se vuelve entonces el definitorio, el principal y el más importante para explicar y congelar nuestros diversos devenires históricos. La misma palabra “prehispánico” define a los pueblos indígenas en función de lo hispánico, lo pone en el centro, lo fija como pivote temporal y crea entonces lecturas y atribuciones generalmente imaginadas para lo ocurrido previamente, solo así pueden relacionar la originalidad de nuestros pueblos a ese monolito temporal que llaman “prehispánico”.

Por un lado, no podemos negar el impacto que los hechos ocurridos hace 500 años han tenido en nuestras sociedades, pero, por el otro, tampoco podemos afirmar categóricamente que en nuestra larga historia otros hechos no hayan impactado drásticamente a nuestras sociedades. Una vez que se fija lo sucedido hace 500 años como el hecho fundamental de nuestra historia, todo lo que haya pasado con anterioridad queda congelado. En las demandas de originalidad, poco importa diferenciar entre pueblos mixezoqueanos de hace 4.000 años y pueblos mixezoqueanos de hace mil años en la actual sierra norte oaxaqueña, poco importa para estas situaciones que entre ambos puntos de lo que consideran prehispánico haya 3.000 años de diferencia. La palabra “prehispánico” ha fijado un hecho, la invasión europea, como el parteaguas en la historia de nuestros pueblos y luego ha congelado ese pasado prehispánico como una entidad sin transcurrir histórico interno. Cuántas realidades, procesos, migraciones, catástrofes, y otros hechos históricos fundamentales debieron ocurrir en los 9.000 años, aproximadamente, que han transcurrido desde la domesticación del maíz en esta región del mundo que después ha sido llamado Mesoamérica. Si desde la caída de Tenochtitlan han transcurrido 500 años, cuántos sucesos no habrán experimentado nuestros pueblos y las sociedades de estos territorios durante los 4.000 años transcurridos antes de 1521, por mencionar una comparación.

En términos lingüísticos, me queda claro que el mixe que hablo en la actualidad es decididamente distinto del que hablaron las personas mixes que escucharon por primera vez el idioma español. Con esta consideración, me pregunto, leo y estudio mediante algunos métodos de la lingüística diacrónica, las características lingüísticas de la lengua mixe de hace 2.000 años y trato de entender los rasgos y características que me unen a las personas que lo hablaban. Si los cambios entre el mixe de hace 500 años y el actual es tan considerable, debe ser mayor el que hay entre el mixe de hace 500 años y aquel que se hablaba hace un milenio y medio. Antes de la conquista, los pueblos de aquí tuvimos devenir histórico, hechos y procesos diversos, fundamentales, que cambiaron nuestra historia también radicalmente.

Eso que llaman prehispánico no es una mina temporal de donde los pueblos indígenas extraemos originalidad, no es un tiempo congelado en lo que lo más relevante era que no había hispanos en estas tierras; se trata en realidad de miles de años en los que sucedieron tantas cosas que determinaron también lo que somos hoy. Lo sucedido hace 500 años no comenzó nuestro devenir histórico, si bien no podemos negar sus tremendos efectos actuales, antes de la conquista pasaron miles de años llenos de sucesos definitorios que también tienen sus efectos para los pueblos que somos hoy y que, por lo tanto, impactarán también nuestro futuro. De algún modo, me niego a que el desembarco de lo “hispánico” en las playas de nuestra historia hace 500 años sea el único hecho que seccione el tiempo de los pueblos indígenas, no todo quedó partido solo en dos, lo hispánico no es lo único relevante que nos ha sucedido. Pensarlo así, negarnos un pasado complejo con sucesos históricos múltiples e impactantes resulta perverso porque nos niega también la posibilidad de amueblarnos un futuro en donde quepan muchos futuros.

 

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