Manuel Taibo: Burgueses y Proletarios (I)

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Manifiesto el Partido Comunista

Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: El Papa y el Zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes.

¿Qué partido de oposición no ha sido acusado de comunista por sus adversarios en el Poder? ¿Qué partido de oposición, a su vez, no ha lanzado a sus enemigos, tanto a los representantes más avanzados de la oposición como a los reaccionarios, el epíteto zahiriente de comunista?

De este hecho resulta una doble enseñanza:

El comunismo está ya reconocido como una fuerza por todas las potencias de Europa. (USA)

Ha llegado el momento de que los comunistas expongan a la faz del mundo entero sus conceptos, sus fines y sus aspiraciones; que opongan a la leyenda del fantasma del comunismo un manifiesto de su Partido.

Con este fin, comunistas de diversas nacionalidades se han reunido en Londres y han redactado el siguiente Manifiesto, que será publicado en inglés, francés, alemán, italiano, flamenco y danés.

La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases.

Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces, y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clase beligerantes.

Edición en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1948.

Por burgueses se comprende a la clase de los capitalistas modernos, propietarios de los medios de producción social, que emplean el trabajo asalariado. Por propietarios se comprende a la clase de los trabajadores modernos, que, privados de medios de producción propios, se ven obligados a vender su fuerza de trabajo para poder existir. (Nota de F. Engels a la edición inglesa de 1888.)

Mejor dicho, la historia escrita. En 1847, la historia de la organización social que ha precedido a toda la historia escrita, la prehistoria, era casi desconocida. Después Haxthausen ha descubierto en Rusia la propiedad comunal de la tierra; Maurer ha demostrado que ésta era la base social de la que partieron históricamente todas las tribus teutonas, y se ha ido descubriendo poco a poco que la comunidad rural, con la posesión colectiva de la tierra, era o es la forma primitiva de la sociedad, desde las Indias hasta Irlanda. Por fin, la estructura de esa                                                                                                                       sociedad comunista primitiva ha sido puesta en claro, en lo que tiene de típico, por el descubrimiento decisivo de Morgan, que ha hecho conocer la verdadera naturaleza de la gens y su lugar en la tribu. Con la disolución de estas comunidades primitivas comenzó la división de la sociedad en clases distintas y, finalmente, antagónicas.

En las anteriores épocas históricas encontramos casi por todas partes una completa división de la sociedad en diversos estamentos, una múltiple escala gradual de condiciones sociales. En la antigua Roma hallamos patricios, caballeros, plebeyos y esclavos; en la Edad Media, señores feudales, vasallos, maestros, oficiales y siervos, y, además, en cada una de estas clases graduaciones particulares.

La moderna sociedad burguesa, que ha surgido del seno de la sociedad feudal perecida, no ha abolido las contradicciones de clase. Ella sólo ha creado nuevas clases, nuevas condiciones de opresión, nuevas formas de lucha, en lugar de las antiguas.

Nuestra época, la época de la burguesía, se distingue, sin embargo, por haber simplificado las contradicciones de clase. Toda la Sociedad va dividiéndose cada vez más en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado.

De los siervos de la Edad Media surgieron los villanos libres de las primeras ciudades; de este estamento urbano salieron los primeros elementos de la burguesía.

El descubrimiento de Américas y la circunnavegación del África ofrecieron a la burguesía naciente un nuevo campo de actividad. Los mercados de la India y de la China, la colonización de América, el intercambio con las colonias, la multiplicación de los medios de cambio y de mercancías en general imprimieron un impulso hasta entonces desconocido al comercio, a la navegación y a la industria, asegurando, en consecuencia, un desarrollo rápido del elemento revolucionario en la sociedad feudal en descomposición.

La antigua organización feudal o gremial de la industria ya no podía satisfacer la demanda, que crecía con la apertura de nuevos mercados. Fue reemplazarla por la manufactura. La clase media industrial suplantó a los maestros de los gremios; la división del trabajo entre las diferentes corporaciones desapareció ante la división del trabajo en el seno del mismo taller.

Pero los mercados se engrandecían sin cesar; la demanda iba siempre en aumento. También la manufactura resultó ya insuficiente. Las máquinas y el vapor revolucionaron entonces la producción industrial. La gran industria moderna sustituyó a la manufactura; el lugar de la clase media industrial vinieron a ocuparlo los industriales millonarios, jefes de ejércitos enteros de trabajadores, los burgueses modernos.

La gran industria ha creado el mercado mundial, preparado por el descubrimiento de América. El mercado mundial aceleró prodigiosamente el desarrollo del comercio, de la navegación y de todos los medios de transporte por tierra. Este desarrollo influyó a su vez en el auge de la industria, y a medida que la industria, el comercio, la navegación y los ferrocarriles se iban extendiendo, la burguesía se desarrollaba, multiplicando sus capitales y relegando a segundo término a las clases legadas por la Edad Media.

La burguesía moderna, como vemos, es por sí misma fruto de un largo proceso de desarrollo, de una serie de revoluciones en los medios de producción y de intercambio.

Cada etapa de la evolución recorrida por la burguesía ha ido acompañada del avance político correspondiente. Estamento oprimido por el despotismo feudal; asociación armada gobernándose a sí misma en la Commune; en unos sitios, República urbana independiente; en otros, “tercer estado” tributario de la monarquía; después, durante el periodo manufacturero, contrapeso de la nobleza en las Monarquías semifeudales o absolutas y, en general, piedra angular de las grandes monarquías, la burguesía, después del establecimiento de la gran industria y del mercado universal, conquistó finalmente la hegemonía exclusiva del Poder político en el Estado representativo moderno, El gobierno del Estado moderno no es más que una Junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa.

La burguesía ha desempeñado en la Historia un papel altamente revolucionario.

Allí donde ha conquistado el Poder, la burguesía ha pisoteado las relaciones feudales patriarcales e idílicas. Todas las ligaduras feudales que ataban al hombre a sus “superiores naturales” las ha quebrantado sin piedad para no dejar subsistir otro vínculo entre los hombres que el frío interés, el cruel “pago al contado”. Ha ahogado el sagrado éxtasis fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta. Ha hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio. Ha substituido las numerosas libertades, las que fueron otorgadas y las bien adquiridas, con la única e inescrupulosa libertad de comercio. En una palabra, en lugar de la explotación velada por ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una explotación abierta, directa, brutal y descarada.

La burguesía ha despojado de su santa aureola a todas las profesiones hasta entonces reputadas de venerables y veneradas. Al médico, al jurisconsulto, al sacerdote, al poeta, al sabio, los ha convertido en sus asalariados.

La burguesía ha desgarrado el velo de emocionante sentimentalismo que encubría las relaciones de familia, y las ha reducido a simples relaciones de dinero.

La burguesía ha revelado cómo la brutal manifestación de fuerza, tan admirada por la reacción en la Edad Media, encuentra su complemento adecuado en la más inerte pereza. Ha sido ella la que primero ha demostrado lo que puede realizar la actividad humana: ha creado maravillas muy distintas a las pirámides de Egipto, a los acueductos romanos y a las catedrales góticas, y ha realizado campañas de otra índole que la migración de los pueblos y las Cruzadas.

La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de trabajo y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales. La conservación del antiguo modo de producción era, por el contrario, la primera condición de existencia de todas las clases industriales precedentes. Esta revolución continua que se opera en la producción, esta incesante conmocionan de todo el sistema social, este perpetuo movimiento e inseguridad, distinguen la época burguesa de todas las anteriores. Todas las relaciones sociales arraigadas y enmohecidas, con su secuela de creencias y de ideas admitidas y veneradas durante siglos, quedan rotas; las que las reemplazan se hacen añejas antes de haber podido osificarse. Todo lo que quedaba de los principios de casta y era inerte es destruido; todo lo que era sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas.

Impulsadas por las necesidad de dar cada vez mayor salida a sus productos, la burguesía invade el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecerse en todos los sitios, crear por doquier sus vínculos.

Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía da un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los reaccionarios, ha quitado a la industria su carácter nacional. Las antiguas industrias nacionales son destruidas y están destruyéndose continuamente. Son suplantadas por nuevas industrias, cuya introducción entraña una cuestión vital para todas las naciones civilizadas: industrias que ya no emplean materias primas indígenas, sino materias primas venidas de las más lejanas regiones del mundo, y cuyos productos se consumen, no sólo en el propio país, sino en todas las partes del globo. En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas con productos nacionales, nacen necesidades nuevas, reclamando para su satisfacción productos de los países más apartados y de los climas más diversos. En lugar del antiguo aislamiento de las regiones y naciones que se bastaban así mismas, se establece un intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones. Y esto se refiere tanto a la producción material como a la producción intelectual. La producción intelectual de una nación se convierte en patrimonio común de todas. La estrechez y el exclusivismo nacionales resultan de día en día más imposibles; de todas las literaturas nacionales y locales se forma una literatura universal.

Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de la civilización a todas las naciones, hasta las más bárbaras. Los bajos precios de sus productos constituyen la artillería pesada que derrumba todas las murallas de la China y hace capitular a los bárbaros más fanáticamente hostiles a los extranjeros. Obliga a todas las naciones, si no quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción, las constriñe a introducir lo que llama su civilización, es decir, a hacerse burguesas. En una palabra: se forja un mundo a su imagen.

La burguesía ha sometido el campo a la ciudad. Ha creado urbes inmensas; ha aumentado prodigiosamente la población de las ciudades en comparación con la del campo, substrayendo una gran parte de la población al idiotismo de la vida rural. Del mismo modo que ha subordinado el campo a la ciudad, ha subordinado las naciones bárbaras o semibárbaras a las naciones civilizadas, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente.

La burguesía suprime cada vez más el fraccionamiento de los medios de producción, de la propiedad y de la población. Ha aglomerado a población, centralizado los medios de producción y concentrado la propiedad en un pequeño número de manos. La secuela obligada de ello ha sido la centralización política. Las provincias independientes, ligadas entre sí casi únicamente por lazos federales, teniendo intereses, leyes, gobiernos y tarifas aduaneras diferentes, han sido reunidas en una sola nación, bajo un solo Gobierno, una sola ley, un solo interés nacional de clase y una sola tarifa aduanera.

La burguesía, con su dominio de clase, ha creado en menos de un siglo fuerzas productivas más abundantes y más colosales que todas las generaciones pasadas en su conjunto. El sometimiento de las fuerzas de la naturaleza, el empleo de máquinas, la aplicación de la química a la industria y a la agricultura, la navegación a vapor, el ferrocarril, el telégrafo eléctrico, la adaptación para el cultivo de continentes enteros, y de los ríos para la navegación, poblaciones enteras surgiendo de la tierra como por encanto, ¿qué siglos anterior habría podido sospechar que semejantes fuerzas productivas durmieran en el seno del trabajo social?

Hemos visto, pues, que los medios de producción y de cambio, sobre cuya base se ha formado la burguesía, fueron creados dentro de la sociedad feudal. A un cierto grado de desarrollo de estos medios de producción y de cambio, las condiciones en que la sociedad feudal producía y cambiaba, toda la organización feudal de la agricultura y de la industria manufacturera, en una palabra, las relaciones feudales de propiedad, cesaron de corresponder a las fuerzas productivas ya desarrolladas. Frenaban la producción en lugar de impulsarla. Se transformaron en otras tantas trabas. Era preciso romper esas trabas, y se rompieron.

En su lugar se estableció la libre concurrencia, con una constitución social y política correspondiente, con la dominación económica y política de la clase burguesa.

Ante nuestros ojos tiene lugar un movimiento análogo. Las condiciones burguesas de producción y de cambio, el régimen burgués de propiedad, toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir tan potentes medios de producción y de cambio, semeja al mago que ya no sabe dominar las potencias infernales que ha desencadenado con su conjuro. Desde hace algunas décadas, la historia de la industria y del comercio no es más que la historia de la rebelión de las fuerzas productivas modernas contra las actuales relaciones de producción, contra las relaciones de propiedad que condicionan la existencia de la burguesía y su dominación. Basta mencionar las crisis comerciales que, con su retorno periódico, plantean, en forma cada vez más amenazante, la cuestión de la existencia de la sociedad burguesa. Durante cada crisis comercial, se destruye sistemáticamente, no sólo una parte considerable de productos ya elaborados, sino incluso de las mismas fuerzas productivas ya creadas. Durante la crisis, una epidemia social, que en cualquier época anterior hubiera parecido una paradoja, se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la superproducción. La sociedad se encuentra súbitamente retrotraída a un estado de barbarie momentánea; diríase que el hambre, que una guerra de exterminio la priva de todos sus medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados. ¿Y por qué? Porque la sociedad tiene demasiada civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no sirven ya al desarrollo de la civilización burguesa y de las relaciones de propiedad burguesa; al contrario, han resultado demasiado poderosas para estas relaciones que constituyen de hecho un obstáculo para ellas, y cada vez que las fuerzas productivas salvan este obstáculo, precipitan en el desorden a toda la sociedad burguesa y amenazan la existencia de la propiedad burguesa, Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener la riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace, entonces? Preparando crisis más generales y más gigantescas y disminuyendo los medios de prevenirlas.

Las armas de que se sirvió la burguesía para derribar al feudalismo se vuelven ahora contra la propia burguesía.

Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha producido también los hombres que empuñarán esas armas: los obreros modernos, los proletarios.

En la misma proporción en que se desenvuelve la burguesía, es decir, el capital, se desarrolla el proletariado, la clase de los obreros modernos, que no viven sino a condición de encontrar trabajo, y lo encuentran únicamente mientras su trabajo acrecienta el capital. Estos obreros, obligados a venderse al detalle, son una mercancía como cualquier otro artículo de comercio: sufren, por tanto, todas las vicisitudes de la competencia, todas las fluctuaciones del mercado.

El creciente empleo de las máquinas y la subdivisión del trabajo, despojando a la labor del proletario de todo carácter individual, le ha hecho perder todo atractivo. El obrero resulta un simple apéndice de la máquina: no se exige de él sino la operación más sencilla, más monótona, asimilada con la mayor rapidez. Por lo tanto, lo que cuesta hoy día el obrero se reduce poco más o menos a los medios de subsistencia indispensables para vivir y perpetuarse.

Pero el precio del trabajo, como el de toda mercancía, es igual a su coste de producción. Por consiguiente, cuanto más fastidioso resulta el trabajo, más bajan los salarios. Más aún, la cantidad de trabajo se acrecienta con el desenvolvimiento del maquinismo y de la subdivisión del trabajo, bien mediante la prolongación de la jornada, bien por el aumento del rendimiento de trabajo exigido en un tiempo dado o la aceleración del movimiento de las máquinas, etc.

La industria moderna ha transformado el pequeño taller del patriarcal maestro artesano en la gran fábrica del industrial capitalista. Masas de obreros, hacinados en la fábrica, están organizados en forma militar. Como simples soldados de la industria, están colocados bajo la vigilancia de una jerarquía completa de oficiales y suboficiales. No son solamente esclavos de la clase burguesa, del Estado burgués, sino diariamente, a todas horas, esclavos de la máquina, del capataz y, sobre todo, del patrón de la fábrica. Cuanto más claramente este despotismo proclama la ganancia como fin, más mezquino, odioso y exasperante resulta.

Cuanto menos habilidad y fuerza requiere el trabajo, es decir, canto más progresa la industria moderna, con mayor facilidad es suplantado el trabajo de los hombres por el de las mujeres y los niños. Las diferencias de edad y sexo pierden toda importancia social para la clase obrera. No hay más que instrumento de trabajo, cuyo coste varía según la edad y el sexo.

Una vez que el obrero ha sufrido la explotación del fabricante y ha recibido su salario en metálico, se convierte en víctima de otros elementos de la burguesía; el casero, el tendero, el prestamista.

Pequeños industriales, comerciantes y rentistas, artesanos y labradores, toda la escala inferior de las clases medias de otro tiempo, engrosan las filas del proletariado: de una parte, porque sus pequeños capitales no les alcanzan para efectuar la producción en gran escala y sucumben en la concurrencia con los grandes capitalistas; de otra parte, porque su habilidad técnica es anulada por los nuevos modos de producción. De tal suerte, el proletariado se recluta entre todas las clases de la población.

El proletariado pasa por diferentes etapas de desarrollo. Su lucha contra la burguesía comenzó con su surgimiento.

Al principio, la lucha es entablada por obreros aislados; después, por los obreros de una misma fábrica; más tarde, por los obreros de mismo oficio de la localidad contra el burgués que los explota directamente; no se contentan con dirigir sus ataques contra las relaciones burguesas de producción, y los dirigen contra los mismos instrumentos de producción; destruyen las mercancías extranjeras que les hacen competencia, rompen las máquinas, queman las fábricas e intentan reconquistar por la fuerza la posición perdida del trabajador de la Edad Media.

En esta etapa los obreros forman una masa diseminada por todo el país y disgregada por la competencia. Si los obreros forman en masas compactas, esta acción no es todavía la consecuencia de su propia unidad, sino de la de la burguesía, que por atender a sus propios fines políticos debe —y por ahora aún puede— poner en movimiento al proletariado. Durante esta fase los proletarios no combaten aún a sus enemigos, sino a los adversarios de sus enemigos; es decir, los vestigios de la monarquía absoluta, a los propietarios territoriales, burgueses no industriales y pequeños burgueses. Todo el movimiento histórico es de esta suerte concentrado en manos de la burguesía; toda victoria alcanzada en estas condiciones es una victoria de la burguesía.

Pero la industria, en su desarrollo, no sólo acrecienta el número de proletarios, sino que los concentra en masas más considerables; su fuerza aumenta y adquieren conciencia de la misma. Los intereses, las condiciones de existencia de los proletarios se igualan cada vez más a medida que la máquina borra las diferencias en el trabajo y reduce el salario, casi en todas partes, a un nivel igualmente inferior. Como resultado de la creciente competencia de los burgueses entre sí y de las crisis comerciales que ella ocasiona, los salarios son cada vez más fluctuantes; el constante y cada vez más rápido perfeccionamiento de la máquina, coloca al obrero en situación cada vez más precaria; las colisiones individuales entre el obrero y el burgués adquieren cada vez más el carácter de colisiones entre dos clases. Los obreros empiezan a formar coaliciones contra los burgueses y actúan en común por el mantenimiento de sus salarios. Llegan hasta formar asociaciones permanentes para asegurar los medios necesarios, en previsión de estos choques circunstanciales. Aquí y allá la lucha estalla en sublevación.

A veces los obreros triunfan; pero es un triunfo efímero. El verdadero resultado de su lucha no es el éxito inmediato, sino la unión cada vez má extensa de los obreros. Esta unión es favorecida por el acrecentamiento de los medios de comunicación creado por la gran industria y que permiten a los obreros de localidades diferentes ponerse en relación. Y basta ese contacto para que las numerosas luchas locales, que en todas partes revisten el mismo carácter, se centralicen en lucha política. Y la unión que los habitantes de las ciudades de la Edad Media, con sus caminos vecinales, tardaron siglos en establecer, los proletarios modernos, con los ferrocarriles, la llevan a cabo en unos pocos años.

Esta organización del proletariado en clase y, por tanto, en partido político, es sin cesar socavada por la competencia que se hacen los obreros entre sí. Pero surge de nuevo, y siempre más fuerte, más firme, más potente. Aprovecha las disensiones intestinas de los burgueses para obligarlos a reconocer por la ley algunos intereses de la clase obrera; por ejemplo, la ley de la jornada de diez horas en Inglaterra.

Generalmente, las colisiones en la vieja sociedad favorecen de diversas maneras el proceso de desarrollo del proletariado. La burguesía vive en lucha permanente: al principio, contra la aristocracia; después, contra aquellas fracciones de la misma burguesía cuyos intereses están en desacuerdo con los progresos de la industria, y siempre, en fin, contra la burguesía de todos los demás países. En todas estas luchas se ve forzada a apelar al proletariado, a reclamar su ayuda y arrastrarle así al movimiento político. De tal manera la burguesía proporciona a los proletarios los elementos de su propia educación política, es decir, armas contra ella misma.

Además, como acabamos de ver, capas enteras de la clase dominante son, por el progreso de la industria, precipitadas a las filas del proletariado o al menos amenazas en sus condiciones de existencia. También ellas aportan al proletariado numerosos elementos de progreso.

Finalmente, en los periodos en que la lucha de clases se acerca a su desenlace, el proceso de disolución de la clase dominante, de toda la vieja sociedad, adquiere un carácter tan violento, tan agudo, que una pequeña fracción de esa clase que lleva en sí el porvenir. Por tanto, lo mismo que en otro tiempo una parte de la nobleza se pasó a la burguesía, en nuestros días una parte de la burguesía se pasa al proletariado, precisamente esa parte de los ideólogos burgueses que se han elevado hasta la compresión teórica del conjunto del movimiento histórico.

De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía, sólo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria. Las demás clases van degenerando y desaparecen con el desarrollo de la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto más peculiar.

Las capas medias —el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino— todas ellas luchan contra la burguesía para salvar su existencia como capas medias. No son, pues, revolucionarias, sino conservadoras. Más todavía, son reaccionarias, ya que pretenden volver atrás el carro de la Historia. Son revolucionarias únicamente cuando tienen ante sí la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado, defendiendo así, no sus intereses presentes, sino sus intereses futuros, cuando abandonan sus propios puntos de vista para adoptar los del proletariado.

El lumpen-proletariado, ese producto pasivo de la podredumbre de las capas más bajas de la vieja sociedad, puede a veces ser arrastrado al movimiento por una revolución proletaria; sin embargo, en virtud de todas sus condiciones de vida está más bien dispuesto a venderse a la reacción para servir a sus maniobras.

Las condiciones de existencia de la vieja sociedad están ya abolidas en las condiciones de existencias del proletariado. El proletariado no tiene propiedad; sus relaciones con su mujer e hijos no tienen nada de común con las de la familia burguesa; el trabajo industrial moderno, que implica la servidumbre del obrero al capital, lo mismo en Inglaterra que en Francia, en América que en Alemania, despoja al proletariado de todo carácter nacional. Las leyes, la moral, la religión, son para él meros prejuicios burgueses, tras de los cuales se ocultan otros tantos intereses burgueses.

Todas las clases que en el pasado lograron hacerse dominantes trataron de consolidar la situación adquirida sometiendo toda la sociedad a su propio modo de apropiación. Los proletarios no pueden conquistar las fuerzas productivas sociales sino aboliendo el modo de apropiación en que les atañe particularmente y, por tanto, todo modo de apropiación que les atañe particularmente y, por tanto, todo de apropiación en vigor hasta nuestros días. Los proletarios no tienen nada propio que salvaguardar; tienen que destruir todo lo que hasta ahora ha venido garantizando y asegurando la propiedad privada existente.

Todos los movimientos han sido hasta ahora realizados por minorías o en provecho de minorías. El movimiento proletario es el movimiento independiente de la inmensa mayoría en provecho de la inmensa mayoría. El proletariado, capa inferior de la sociedad actual, no puede levantarse, enderezarse, sin hacer saltar todas las capas que constituyen la superestructura de la sociedad oficial.

La lucha del proletariado contra la burguesía, aunque no lo sea por su contenido, es por forma, ante todo, una lucha nacional. El proletariado de cada país, naturalmente, debe acabar antes de nada con su propia burguesía.

Al esbozar las frases más generales del desarrollo del proletariado, hemos seguido el curso de la guerra civil, más o menos oculta, en el seno de la sociedad existente, hasta el momento en que se transforma en una revolución abierta y el proletariado, derrocando por la violencia a la burguesía, implanta su dominación.

Todas las sociedades anteriores, como hemos visto, han descansado en el antagonismo entre las clases opresoras y oprimidas. Más para oprimir a una clase, hace falta poderle garantizar condiciones de existencia que al menos le permita llevar una vida de esclavo. El siervo, en pleno régimen de servidumbre, llegaba a miembro de la comunidad, lo mismo que el pequeño burgués llegaba a elevarse a la categoría de burgués bajo el yugo del absolutismo feudal. El obrero moderno, por el contrario, lejos de elevarse con el progreso de la industria, desciende siempre más y más por debajo mismo de las condiciones de vida de su propia clase. El trabajador cae en la miseria, y el pauperismo crece más rápidamente todavía que la población y la riqueza. Es, pues, evidente que la burguesía es incapaz de seguir desempeñando el papel de clase dominante y de imponer a la sociedad como ley reguladora las condiciones de existencia de su clase. No es capaz de dominar, porque no puede asegurar a su esclavo la existencia ni siquiera dentro del marco de la esclavitud, porque está condenada a dejarle decaer hasta el punto de que deba mantenerle en lugar de ser mantenida por él. La sociedad ya no puede vivir bajo su dominación; lo que equivale a decir que la existencia de la burguesía es en lo sucesivo incompatible con la de la sociedad.

La premisa esencial de la existencia y de la dominación de la clase burguesa es la acumulación de la riqueza en manos de particulares, la formación y el acrecentamiento del capital. La condición de existencia del capital. La condición de existencia del capital es el trabajo asalariado se basa exclusivamente en la competencia de los obreros entre sí. El progreso de la industria, del que la burguesía, incapaz de oponérsele, es agente involuntario, sustituye el aislamiento de los obreros, resultante de la competencia, con su unión revolucionaria por medio de la asociación. Así, el desarrollo de la gran industria socava bajo los pies de la burguesía el terreno sobre el cual ha establecido su sistema de producción y de apropiación de lo producido. Ante todo produce sus propios sepultureros. Su hundimiento y la victoria del proletariado son igualmente inevitables.

Carlos Marx y Federico Engels.

¡La Lucha sigue!

 

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