Simón García: Las casas de los placeres pagados

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Cuando en España se aprestaban los barcos para zarpar al Nuevo Mundo no surgían tripulaciones a borbotones. Las reclutaban en las tabernas y sitios cercanos a los muelles. De último y en menor número, se embarcaba a las mujeres.

En la Nueva España el imperio imponía esclavitud, idioma, religión y costumbres. La moral importada mantenía un modelo para la relaciones matrimoniales y la distribución de los roles sexuales. Su piedra angular podría resumirse en una regla: castidad antes del matrimonio y fidelidad después. Su inobservancia constituía, antes que nada un pecado y adicionalmente una inmoralidad.

A los hombres se les facilitaba practicar otra moral cuando estaban tiempo en actividades militares fuera del poblado donde tenían su hogar. Algunos de ellos no regresaban a ese hogar porque morían o decidían establecer familia en el nuevo poblado a colonizar.

Sus esposas abandonadas se enfrentaban así a la urgencia de obtener los ingresos para subsistir. No siempre los que estaban a mano eran decentes.

Históricamente, la aparición de los hogares sin padre, condujo a las mujeres a vivir en las orillas del pueblo, alejadas del control social de los residentes en el centro. Este hecho creo la sospecha que las mujeres de orilla, eran impuras, presas de mala vida porque el diablo podía soplar para encender en ellas la brasa de la prostitución.

20 años después de la fundación de Valencia, en 1775, la Corona española dictó reglas, aplicables en Venezuela, sobre el funcionamiento de los burdeles. Una de ellas establecía que las mujeres para ejercer el más antiguo oficio debían ser huérfanas o abandonadas de familia.

Los primeros en detectar y tratar de aminorar el contagio del pecado fueron sacerdotes y monjas.

El Décimo Quinto obispo de la Arquidiócesis de Caracas, 1864 a 1906, Diego de Baños y Sotomayor creó en Caracas la primera Casa de Recogimiento. La tercera orden franciscana comenzó a fundar las casas de arrepentimiento y albergar en sus conventos mujeres de la calle, La Congregación de las Hermanas Oblatas del Santísimo Redentor en 1890 incluyeron como parte de su misión salvífica de almas, el apoyo a las mujeres dedicadas a la prostitución. La Congregación Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad desde 1927 realizaron trabajo pastoral con mujeres en situación de prostitución para ayudarlas a su reintegración a la vida laboral ordinaria.

Mientras en Valencia, el primer gran prostituyente fue Presidente de Carabobo entre 1929 y 1935. Un general de las peleas entre caudillos, Santos Matute Gómez, medio hermano del General Gómez. Adquiere y se residencia en La casa de la Hacienda Guaparo donde realiza impunemente  prácticas pedófilas. Su hermano Roberto, compra a Modesto del Castillo, la casa que éste construyera,  dónde está hoy el Hotel Palace. Un lugar que Inmediatamente se convirtió en sitio de fiestas en las que siempre apetecían figurar como invitados, reconocidos  apellidos de la valencianidad.

Santos Gómez, como le gustaba que lo llamaran para exhibir sin interferencias su parentesco con el dictador andino, tuvo en los prostíbulos una fuente de ingresos. En Valencia adquirió y acondicionó tres casas para ofrecer doncellas a un espectro de clientes que iban desde gentes con carteras bien forradas de plata hasta gente con algunos billetes en el bolsillo.

Una, el Dancing, cercana al Morro en San Blas con prostitutas de lujo y orquesta en vivo; otro, El perro rojo en Santa Rosa y un lupanar, casa de las lobas según la etimología latina del nombre, en la Candelaria.

En esos antros, al amparo del poder, aparecieron las primeras manifestaciones de prostitución infantil en Valencia.

En los años sesenta en la Av Lisandro Alvarado, después del Cementerio Municipal, se localizaron varios prostíbulos conocidos. El más famoso de ellos, ubicado en lo que es hoy Cementos Carabobo, estuvo regentado por Carmen Gil, mujer simpática y de buen trato que tenía como pareja a un conocido cantante de la época.En alguna ocasión que fue a una corrida de toros y anunciaron su presencia recibió nutridos aplausos. Unas cuadras más allá, en los altos de una loma, La Quinta Cira, nombre de la propietaria. Y vía a Campo Carabobo, funcionó el Foco rojo donde se pagaba una tarifa de 25 bolívares de los cuales la meretriz solo recibía 5.

En la calle Colombia de San Blas abría sus puertas con su señalización de bombillos rojos en el dintel, La francesita, que publicitaba la presencia de algunas damas de esa nacionalidad. En la calle Maitín de esa misma parroquia existía la modalidad de un burdel de citas, en la que los clientes podían contratar previamente el día y la hora. En la calle Rangel, funcionaba el burdel de Paquita.

En el norte de Valencia estuvo El Tabarín, en el sector donde hoy vemos El Fórum, puticlub preferido de los jóvenes de la sociedad valenciana. Alli era frecuente que un padre cumpliera el rito de contratar a una mujer para que iniciara a un hijo en ser hombre por primera vez.

Cuando se repetía el pregón “llegó una francesa al Tabarín” se alebrestaban los impulsos de la carne en los muchachos de las urbanizaciones. Un entonces conocido abogado de Valencia, asiduo visitante, hacia su entrada saludando efusivamente a las mujeres del negocio, pistola en la cintura, por lo que nadie le podía discutir una mujer.

Es posible que la atracción que generaba la llegada de una francesita, tuviera que ver con la belleza y la sublimación con la que los pintores franceses abordaron el tema de las prostitutas en las últimas décadas del siglo XIX.

En 1873 Manet con su Baile de máscaras, en 1876 Degas con su Bebedora en absenta, en 1878 El cliente de Forain y finamente la obra de Toulouse-Lautrec, el arqueólogo visual de la prostitución que surgía en la Opera, el Moulin Rouge, el Folies Bergere, la Galette o en os burdeles y calles de Montmartre con sus bellas de la noche revoloteando cerca de las recién encendidas bombillas que resaltaban sus atractivos físicos. Pero también mirando a las prostitutas desde su subjetividad y en momentos de soledad en su vida fuera del oficio.

Se cuenta que en Valencia hubo personas adineradas que encontraron su media naranja entre sábanas de amoríos furtivos. Se estos rumores de antes, se casaron y edificaron hogares dignos, aceptados por la conservadora sociedad valenciana.

El número de las prostitutas trabajando en establecimientos o en las calles podría deducirse del control sanitario mensual que exigían las autoridades. La Unidad Sanitaria de Valencia se creó en 1937 con 12 médicos y hospitalización de pacientes con enfermedades venéreas: Un año después comenzó a funcionar la de Puerto Cabello con 5 médicos.

En 1944 estaban bajo control sanitario en Puerto Cabello, 2150 prostitutas. Destacaban tres burdeles en el sector de La Alcantarilla: El Canaria, el Chaumier y el Buenos Aires, que se preciaba de tener la mejor rockola para la seducción amorosa. Había otros, el Foxtrox, conducido por una conocida Madama, el Bar Miami y el Bar Miramar que ofrecía la media jarra más fría del Puerto.

Al inicio de la dictadura de Pérez Jiménez se decidió sacar fuera de la ciudad todos estos establecimientos y reubicarlos al estilo de las Zonas de Tolerancia que se crearon en los pueblos petroleros. El lugar escogido fue El Cambur, donde se ubicaron unos diez prostíbulos. Bebidas, música, sala de baile y habitaciones que entonces se alquilaban aparte por cinco bolívares la hora.

Respecto a Guacara, la tercera ciudad del Estado, su Cronista sin apoyo, Rubén González, señala que en los pueblos pequeños no existían burdeles porque para guardar el decoro se ubicaban pueblo afuera, en sitios como Carrizalito, El puyero y una casa en la Tigrera que vendía aguardiente y algunas muchachas que atendían a los clientes cobraban por el baile de conquista.

Sin embargo en el centro de Guacara hubo una señora muy popular de nombre Ramona que prestaba, discretamente, sus exclusivos servicios en su casa.

Cuando Ramona murió, el poeta local, Melo Tovar, le dedicó una composición que finalizaba con la siguiente estrofa: Vaya pues para Ramona/un deseo en estas glosas/que Dios la convierta en rosa/ o en una dama antañona/. Él, que todo lo perdona/ hará ese milagro en ti/ y tu alma colibrí/ se llenará de inocencia/ sin sentir la indiferencia/ de tanto ingrato pipí.

 

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