Beatrice E. Rangel: La resurrección de Osvaldo Paya

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En las vísperas de Semana Santa se activan energías restauradoras que anuncian la cercanía del misterio del sacrificio de Jesus de Nazareth ocurrido hace más de tres mil años.

Esas energías se manifiestan en fenómenos meteorológicos; conductas anómalas de animales y reacciones colectivas de los seres humanos.

Este año estamos siendo testigos de un levantamiento popular jamás visto antes en Cuba. Durante sesenta y cinco años los hermanos Castro han mantenido un régimen opresivo y oprobioso en la nación que desde los tiempos coloniales había disfrutado de un empuje económico especial en el Caribe. Esta Pascua de Resurrección pareciera que ha concitado la presencia del espíritu de Oswaldo Paya para guiar a su pueblo en una revuelta popular que pudiera poner fin a esa tragedia. Desde el 18 de mayo el pueblo de Cuba arremete contra los signos de poder del régimen en un intento determinado y cuasi suicida de deponerle. Y si bien la respuesta del régimen ha sido contundente, el tiempo está a favor del pueblo de Cuba.

Porque si bien es cierto que el estado de postración económica a que sometió el régimen a Cuba tuvo un inmenso paliativo a partir del año 2002 cuando Hugo Chavez se refugió en el liderazgo de Fidel Castro en momentos en que la sociedad civil y las Fuerzas Armadas de Venezuela se unieran para exigirle la renuncia. A partir de ese momento Chavez le entregó las llaves del poder a Castro. Y Castro succionó cual sanguijuela las energías económicas de Venezuela, destruyó sus fuerzas armadas y sometió a la sociedad civil a un régimen de super vivencia que era la receta efectiva para mantener el poder a largo plazo.

Hoy, sin embargo, esa política de exterminio económico ha destruido el potencial de Venezuela de crear riqueza para si misma y para Cuba con lo cual el régimen cubano ha perdido su base de sustento.

Sin ese sustento difícilmente podrá resistir una prolongada lucha popular porque llegará el momento en que no habrá posibilidad de reponer cuadros, municiones y arsenal de guerra.

A este cuadro hay que añadir la edad promedio de la dirigencia cubana es 73 años y que al desgaste natural de la edad se suma la ausencia de libertad para desarrollar planes de desarrollo o de defensa lo cual impide que se introduzcan innovaciones en el sistema de gobierno o de represión.

Finalmente esta la ausencia de un liderazgo capaz de probar caminos distintos a la ya fracasada planificación centralizada de la economía. Porque una vez que Fidel descubriera el Vellocino de Oro en Venezuela descalabró el equipo renovador que lideraba Carlos Lage paralizando y prohibiendo la continuación de ensayos económicos basados en el libre mercado.

Hoy coinciden en el territorio cubano una crisis económica insoluble y una rebelión popular que sigue el patrón creado por Oswaldo Paya. Para Paya solo el pueblo cubano organizándose de manera cívica podría poner fin a la dictadura de los hermanos Castro. Y en su momento cuando despertaba el siglo XXI demostró que se podía activar el recurso constitucional de la realización de enmiendas apoyadas por 12,000 ciudadanos. Y cuando logro esa meta fue asesinado.

En la actual crisis la sociedad civil ha recurrido a la metodología de Paya para alertar sobre la dirección del despliegue de las fuerzas represivas; proveer de refugio a los perseguidos; circular información valiosa sobre los planes de violencia del gobierno. Así las oleadas de civiles toman lugares públicos para evaporarse cuando llegan las fuerzas de la represión; circulan por todo el país sin ser detectadas y se inmiscuyen en las instancias del gobierno sin ser identificadas. En síntesis, se trata de una sociedad civil experta en tácticas de resistencia pacífica.

Y en la medida que Venezuela se hunda en los pantanos del caos económico y en los remolinos del control político que sobre esa nación ejerce el crimen organizado transnacional el régimen de Cuba se debilitará sensiblemente. Y suponiendo que la sociedad civil cubana no ceje en su intento por alcanzar la libertad quizás podríamos ser testigos de un desenlace como el de muchas naciones de Europa Oriental.

 

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