Luis Barragán: Daños ambientalmente irreparables

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El mundo islámico es de una importante complejidad y, por ejemplo, quienes combaten a la mayoría sunita que domina la República de Yemen, pertenecen a un movimiento chiíta y, faltando poco, zaidí: los hutíes (o hutiés, como hemos visto también en las redes).  Éstos han hecho del Mar Rojo un extraordinario teatro de operaciones al afectar severamente el tráfico comercial, generando las obvias consecuencias económicas, pero también medioambientales en otras hasta muy lejanas latitudes.

Huelga comentar, religiosamente, unos son más fundamentalistas o integristas que otros, e, incluso, no todos monárquicos, y, por sus acciones, las diferencias no apuntan precisamente  a matices ligeros y circunstanciales. Además, el conflicto yemenita es capaz de superar cualquier frontera, y, puede aseverarse, ¿qué importa la voladura misma del planeta con todos los infieles, si los elegidos tendrán por siempre el paraíso?

En días pasados, el carguero británico “Rubymar”, con bandera de Belice,  atacado por los hutíes frente a las costas de Yemen, tardó casi dos semanas en hundirse y, portador de no pocas toneladas de fertilizantes y fosfato amónico, altamente tóxico. Pesa todavía la gravísima advertencia que representó el accidente del buque “FSO Safer” en la misma zona, por 1988, finalizando la transferencia de 1,14 millones de barriles petroleros a mediados de 2023, por iniciativa de la ONU.

Es evidente que los rebeldes hutíes controlan el área, pero no tienen capacidad de manejar el carguero tras el ataque, siendo necesario el concurso de terceros actores para intentar reparar los daños ecológicos provocados, sin éxito alguno.  Tómese en cuenta no sólo los más abiertos acontecimientos bélicos, o los sabotajes crudelísimos, en el mundo entero, añadidos los olvidados países africanos,  o la guerra civil haitiana, porque la es, por no mencionar situaciones como la del venezolano Arco Minero a la que no accede periodista alguno: por lo menos, el “Rubymar” supo de sendas imágenes satelitales, a la distancia hermosas.

Daños ambientalmente irreparables, pasan por debajo de la mesa a propósito de una conflictividad obstinante. En todo caso, se dirá: ¿Para qué velar por un planeta que desaparecerá?

 

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