Papel Literario del 14 de enero de 2024, por Nelson Rivera

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Amigos lectores:

I. Como Winston ChurchillGertrude SteinKarl Kraus, Ernest Shackleton y Leopoldo LugonesGilbert Keith Chesterton nació en 1874. Hace 150 años. Pasa con Chesterton: se le cita a diario en el articulismo en lengua española (seguramente también en otras lenguas). Se le recuerda como un importante autor de aforismos (se le ha calificado como ‘el príncipe de las paradojas’), aunque no escribió ni uno. Las copiosas antologías de aforismos, frases de brillo y hasta de reveladores juegos verbales que se publican cada tanto, son el producto de la feligresía chestertoniana que habita el mundo: lectores que vuelven a la gracia musical de su prosa con devoción, subrayan o toman nota de su gusto por lo aforístico, y extraen de las biografías que escribió -diez, aproximadamente- y de los casi 28 mil artículos y ensayos -¡que barbaridad!-, esa recurrente fraseología suya, dotada de encanto persuasivo, que invita a repensar los asuntos del mundo.

Trae esta primera entrega del PDF, un dossier para volver a Chesterton, constituido por tres materiales: una sucesión de comentarios a su Autobiografía que escribí; un ensayo de Rafael Tomás Caldera, dedicado a la biografía que Chesterton escribió sobre Tomás de Aquino, teólogo fundamental canonizado en 1323, declarado Doctor de la Iglesia desde 1527 y Santo Patrón de las universidades desde 1880. Escribe Caldera:  “Chesterton acepta el encargo y pone manos a la obra a su manera, tan particular. Más que un trabajo erudito, para lo cual carecía de preparación, o una biografía, de obligada labor de investigación histórica, hace una semblanza en la cual logra capturar al personaje, su actitud vital y el núcleo de su pensamiento. El libro, podemos decir, resultó una paradoja (tan amadas por Chesterton) porque, carente de erudición tomista, errado a veces en algunos datos (pero ya dijimos que no es una biografía), acierta de tal manera en la presentación del Aquinate que ha sido reconocido como una pequeña obra maestra, todavía “la mejor introducción a la mente y el corazón del doctor angélico” (Anton Pegis).

Por último, añado una reseña de Los Chesterton, de Ada Elizabeth Jones (1888-1962): escritora, periodista y fundadora de las Cecil House’s, red de centros de acogida para mujeres sin hogar. Asidua de Fleet Street y los clubes de debate londinenses, había visto a los hermanos Chesterton confrontar entre ellos. Producto de una relación profesional y también amorosa, se casó con Cecil Chesterton (1879-1918), y fue coprotagonista de las causas pioneras del periodismo de investigación y denuncia, cuando el menor de los Chesterton asumió la dirección del semanario New Witness, heredero del Eye Witness que había fundado Hilaire Belloc. Su libro no se agota en las semblanzas de los dos hermanos. Cuenta de los padres de los Chesterton, del flujo del hogar (paredes tapizadas de libros desde los pisos a los techos), se detiene en Frances Alice Blogg, la esposa de Gilbert Keith (a la que trata con recelo). Jones atiende al dictado de su memoria: desde esa perspectiva, no es una biografía. Más que rivalizar con la documentadísima G. H. Chesterton, la biografía de Joseph PierceLos Chesterton es una útil lectura complementaria: enriquece la visión biográfica del escritor. Páginas 1 a 5.

II. Hasta el 3 de febrero permanecerá abierta Gego. Midiendo el infinito, en el Museo Guggenheim Bilbao, luego de haberse exhibido en Ciudad de México y New York. De la misma, escucho y leo encendidos elogios por la cantidad y representatividad de las obras, por el dispositivo conceptual que la soporta, por la pulcritud museográfica, que estimula a ver cada obra sin detrimento del conjunto. Entre las páginas 6 a la 9 se ofrecen aquí dos textos tomados el catálogo:

-Introducción: Midiendo el infinito, de Geaninne Gutiérrez-Guimarães, Comisaria de la exposición, que hace un recorrido histórico centrado en la proyección de la obra de Gertrud Goldsmith -Gego- (“Gego llegó a la escena internacional del arte con su Reticulárea, que se exhibió por primera vez en el Museo de Bellas Artes de Caracas en 1969 y se presentó más tarde ese mismo año en el Center for Inter-American Relations (actualmente la Americas Society) de Nueva York. Esta instalación ambiental posee un estatus equivalente al de otras estructuras “penetrables” concebidas en los años sesenta por artistas de Latinoamérica como Lygia Clark, Carlos Cruz-Diez, Hélio Oiticica, Mira Schendel y Jesús Rafael Soto. De hecho, Gego se había formado originalmente como arquitecta e ingeniera en la Technische Hochschule Stuttgart (en la actualidad Universidad de Stuttgart) antes de emigrar a Venezuela en 1939, huyendo de la Alemania nazi. A su llegada a Caracas, pese a desconocer el idioma y la cultura, pudo trabajar como arquitecta independiente en varios estudios de urbanismo gracias a su formación germana. No fue hasta comienzos de la década de 1950 cuando se consagró por completo a la creación artística”).

Gego y el sitio-lago: isla entre signo y mancha, ensayo de Luis Pérez-Oramas, que despega a partir de tres preguntas, “¿Cuál es la relación de la obra de Gego con el lugar? ¿Qué tipo de lugar encarna en el panorama general de la modernidad venezolana? ¿Dónde, cómo, cuándo hace lugar su obra?”. El texto es rico en proyecciones para volver a Reverón, pensar a Gego y la modernidad artística venezolana: “Se pudiese argumentar entonces que, de Armando Reverón a Gego, el proyecto moderno de las artes visuales en Venezuela se identifica con el lugar, con la noción de lugar; primero haciéndose el lugar indisociable de la obra en la casa adánica de Reverón para, luego, hacerse la obra misma lugar, en la gran Reticulárea de Gego, concebida en 1969 y modificada e instalada en diversas ubicaciones hasta la muerte de la artista en 1994”.

Pérez-Oramas, armado de un rico arsenal conceptual y metafórico, avanza en su propósito de responder a la interrogante de qué clase de obra es la Reticulárea: “Pensemos entonces en la gran Reticulárea como obra “informe”: estructuralmente inextricable, inexorablemente opaca. Forma que escapa a toda regulación previa para existir únicamente como acontecimiento en la lentitud temporal de su proceso de emergencia y en la stásis vectorial de su silenciosa apariencia. Pensemos, literalmente como la vemos, a la Reticulárea como una “mancha en el espacio”, como una sombra, como una nube de mil alambres bordada. Pensemos, en fin, en la Reticulárea como en un cenotafio del proyecto constructivo venezolano, allí donde este desfallece”.

Ambos textos están desplegados en las páginas 6 a la 9.

III. Una voz femenina narra la fantasía -juego donde no falta el humor- de Juan Carlos Zapata, incluida en la página 10Vargas Llosa se retira y mamá se quedó con las ganas de hacerle el amor: “Perdiste la cabeza por Mario Vargas Llosa. Tú le comentabas que se te parecía a un caballo. Fuerte, vigoroso, y al mismo tiempo amable, un caballero de voz musical. Ahora caigo en cuenta, mamá. A lo mejor Vargas Llosa hablaba como cantando un vals peruano. Después tú recordabas y me contabas que le hablaste a papá sobre el acento cantarino de Vargas Llosa. No, no dije, relincho. Dije cantarino. Le decías a papá que de ser caballo, Vargas Llosa sería como Campanero, el caballo que te regaló el abuelo, y que montabas en los campos del Country Club. Con qué elegancia trotaba Campanero, con qué elegancia viste Vargas Llosa, siempre en traje y corbata, siempre afeitado, nada que ver con esa tanda de escritores y poetas deshilachados, desgreñados, y creo que sucios y hediondos. Eso decías, mamá”.

IV. Es todo amigos. Aquí nos encontraremos a lo largo del 2024.

 

Nelson Rivera.

 

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