El libro de Mauricio Nieto “Una historia de la verdad en Occidente” está disponible en PDF

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PREFACIO Y AGRADECIMIENTOS

Más que un tratado para especialistas en historia de la ciencia, quise escribir un libro para un público amplio. En primer lugar, mi intención es ofrecer a los estudiantes universitarios de ciencias naturales, ingenierías, ciencias so­ciales o artes y humanidades un texto que les sea útil para acercarse a la maravillosa historia del conocimiento en Occidente y que, al mismo tiempo, les permita pensar de manera crítica sobre el papel de la ciencia y la tecnolo­gía en el mundo moderno. Este es sin duda uno de los objetivos del libro.

Espero que este trabajo también pueda ser de utilidad para profesores de ciencias o de artes y maestros de secundaria interesados en ampliar sus mi­radas sobre la forma en que enseñan tanto las ciencias naturales como las humanidades. No menos importante será motivo de gran satisfacción captu­rar el interés de un público general interesado en la historia del conocimien­to y de la cultura moderna. No es fácil competir con la inmediatez del mundo digital, pero acercarse a estos temas merece algo más de paciencia y cuidado de los que permite la avalancha de información que ofrecen las redes digita­les en la actualidad. Debo confesar que he trabajado con la esperanza de que mis hijos, y los hijos de muchos otros, hoy fascinados con la velocidad de la información digital, tengan la calma y la curiosidad suficientes para dejarse seducir por viejas y grandes preguntas de la filosofía, de la religión, del arte y de la ciencia en Occidente.

La historia de la ciencia ha sido, y seguirá siendo, el objeto de una am­plia literatura, la mayoría de la cual se produce y publica en inglés. Los his­toriadores de la ciencia que escribimos en español nos ocupamos de temas ibéricos o americanos y rara vez sobre el gran problema de la ciencia en Oc­cidente. Contamos con algunas pocas traducciones de muy buenos textos de historia de la ciencia moderna, pero la literatura sobre estos temas y sus re­cientes debates sigue siendo limitada en castellano. Espero que este libro contribuya a reducir parte de ese vacío.

Para hacer la lectura más ágil he traducido al castellano todas las citas de libros en otros idiomas, para los nombres de las ciudades he usado la ver­sión castellana y para los nombres propios de personas he querido respetar su idioma original o la forma más familiar en la cual aparecen en la literatura.

Por casi veinte años y de manera continua he dictado cursos y semina­rios sobre historia de la ciencia. Con el tiempo, he visto la necesidad de am­pliar los horizontes clásicos del campo y cada vez le dedico más horas de clase a temas como la religión y el arte. Todo esto en un contexto en el cual la ciencia y la política, el conocimiento y el poder son inseparables. Los temas clásicos y los personajes de la historia de la ciencia siguen siendo protagónicos, pero cada vez más articulados con los intereses religiosos, estéticos y políticos de su tiempo. Esto podría explicar la elección de historia de la ver­dad en lugar de historia de la ciencia o del conocimiento para el título. La pregunta por la historia de la verdad puede ser más difícil, tal vez pretencio­sa, pero más libre y entretenida.

Este siempre fue un proyecto de escribir un libro que pudiera recopilar y sintetizar las ideas de muchos, útil para enseñar y organizar mis clases, sin mayores ambiciones de novedad, sin aspiraciones de cerrar grandes debates epistemológicos. Pero la historia del conocimiento y de las artes modernas, desde cualquier perspectiva que se quiera abordar, es un tema espinoso y no es posible darles la espalda a las dificultades que implica hacerle frente. La literatura sobre este tema es muy amplia y para mí es imposible dar cuenta de los pormenores de todos los debates que la pregunta por la naturaleza de la verdad ha suscitado. Este es, entonces, un intento más, pero inevitable­mente particular, y la introducción es un esfuerzo de explicar en qué sentido.

La idea de hacer este libro, o algo parecido, tiene más de diez años y la lista de reconocimientos y agradecimientos puede ser interminable. Para empezar, por ser un proyecto en estrecha relación con la docencia, es obvia mi deuda con la Universidad de los Andes, la Facultad de Ciencias Sociales, el Departamento de Historia y los centenares de estudiantes con quienes he compartido estos temas. Por el lado institucional, he tenido la libertad de enseñar siempre lo que he querido y he contado con el apoyo y el tiempo para escribir sobre lo que me interesa. En el salón de clase nunca faltan las opiniones, comentarios y preguntas oportunas, difíciles, impertinentes, inge­nuas, complejas, predecibles, profundas, incomprensibles, cómicas, inco­rrectas o sorprendentes, y creo que es allí donde buena parte de este libro ha tomado forma.

Un trabajo de síntesis como este adquiere innumerables deudas y son muchos los autores que me han inspirado con sus ideas. Espero que las no­tas a pie de página y la bibliografía hagan justo reconocimiento a sus contri­buciones.

En las universidades de Londres y Cambridge tuve el privilegio de tener maestros que marcaron mi gusto y la forma de pensar estos temas; después de muchos años, aún recuerdo escucharlos y leerlos con fascinación. Pyo Rattansi, Roy Porter, Robert Iliffe, Simón Shaffer y James Secord: no hay duda de que sus lecciones están por todas partes en este libro. Una deuda mayor, y directa sobre el contenido del libro, la tengo con los lectores anóni­mos cuyas críticas y sugerencias me permitieron hacer ajustes importantes.

En la escritura del libro he tenido apoyos importantes de estudiantes de la Universidad de los Andes: Ann Spanger, como joven investigadora de Col- ciencias, fue un apoyo clave en las primeras etapas; Christian Robles, como asistente graduado, me ayudó con la sistematización de fuentes, la redacción de anexos biográficos y la elaboración de la cronología; Antonia Hollmann, como monitora, fue un apoyo invaluable en la búsqueda y organización de las imágenes. Un especial agradecimiento a Nicolás Vizcaíno, por su cuida­dosa elaboración de los dibujos que acompañan el texto, y a mi amigo Rafael Bautista, por haber leído y comentado una primera versión del manuscrito.

Los editores de la Universidad de los Andes y del Fondo de Cultura Eco­nómica, al igual que sus equipos, hicieron una tarea definitiva para mejorar la escritura del texto. De manera especial le agradezco a Julio Paredes, por su tiempo y paciencia en la fase de edición de este libro.

 

 

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