Asier Arias: Para evitar la barbarie

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Es poco menos que imposible comprender el presente como momento histórico: en el presente la historia no ha operado aún. Con todo, si pudiéramos adoptar algo parecido a un punto de vista histórico respecto del presente, el nuestro se nos perfilaría como el momento histórico decisivo: ése en el que comenzamos a dejar atrás la excepcionalidad histórica a la que hoy llamamos «normalidad»; el momento previo al aterrizaje tras la era irrepetible de la constante expansión material y la creciente disponibilidad de materiales y energía. Se trata también, claro, de un momento aterrador, en muy buena medida porque nuestra cultura y muestras sociedades parecen pretenderse ajenas a la inevitabilidad del aterrizaje, mostrándose incapaces de ponerse frente a la idea de que quizá estemos aterrizando ya y quizá esté resultando el aterrizaje, de hecho, extraordinariamente dramático. Con la intención de invitar al abandono de esa tibia y siniestra impavidez, preguntamos: ¿qué debería suceder para que el aterrizaje no se resuelva en un palpable descenso a la barbarie? Responden Antonio Turiel, Emilio Santiago Muíño y Jorge Riechmann.

Antonio Turiel (Institut de Ciències del Mar, CSIC):

La mejor manera de evitar la barbarie es que la mayoría de la población comprenda en qué momento nos encontramos. A día de hoy, la inmensa mayoría de la población de los países fuertemente industrializados cree que una solución tecnomágica va a resolver todas las crisis de sostenibilidad causadas por el choque con los límites planetarios, y por ese motivo no se reacciona como sociedad. La promesa de tecno-remedios todopoderosos (en forma de implantación masiva de sistemas renovables eléctricos, coches eléctricos, hidrógeno verde y demás tecnoquimeras) hace que los ciudadanos claudiquen en la urgente y objetiva responsabilidad personal de participar en la discusión social sobre el inevitable decrecimiento y el reparto de los recursos. Mientras sigamos adormecidos con las promesas que no se podrán cumplir justamente por la escasez de recursos y la falta de eficacia real de las falsas soluciones propuestas, la creciente miseria y conflictividad social se interpretarán como fallos pasajeros o pequeños contratiempos, hasta que el edificio social colapsase, fruto de sus insalvables contradicciones.

Lo más paradójico de la situación actual es que es técnicamente factible garantizar un estándar de vida similar al que actualmente se disfruta en Europa con un consumo energético y material diez veces inferior a la actual, a través de cambios en el estilo de vida y la implementación de tecnologías apropiadas. Y si no se adoptan estos cambios es porque el cambio del sistema social se considera imposible por cuanto comporta el abandono del capitalismo. Por tanto, aunque se ponga el foco en la búsqueda de soluciones técnicas, el problema es en realidad social. Aceptando la necesidad de vivir dentro de los límites del planeta se podría evitar el caos.

Emilio Santiago Muíño (Instituto de Lengua, Literatura y Antropología, CSIC):

Aterrizar dentro de los límites planetarios no es un proceso de ajuste automático con una realidad biofísica. Es una batalla política que, dentro de los márgenes y los límites genéricos que impone este nuevo régimen material que podríamos llamar Antropoceno, por usar un concepto ideológicamente problemático pero que resume lo esencial y está de moda, ofrece muchas posibilidades diferentes en función de la enorme diversidad de respuestas humanas posibles. La crisis ecológica es un examen evolutivo que admite muchas respuestas, y las propias respuestas modifican la pregunta. Del mismo modo que, por usar un ejemplo clásico, los daños de un terremoto pueden ser un castigo de un Dios vengativo, un fenómeno geológico azaroso, o una negligencia en las políticas de ordenamiento del territorio, interpretaciones con efectos sociales muy distintos (y su significado no está inserto objetivamente en el movimiento sísmico), con el choque con los límites biofísicos ocurre algo análogo. Lo que desde el ecologismo social interpretamos como un problema de extralimitación vinculado a un sistema económico expansivo desde otras coordenadas políticas podría interpretarse (de hecho, se interpreta así) como un obstáculo impuesto por la ideología igualitarista y el cosmopolitanismo, que impide a nuestras sociedades combatir en serio por acaparar la escasez de recursos o el espacio ecológico del mundo en una lucha darwiniana. Que una u otra interpretación se imponga depende del significado social imperante y del control de los procesos de poder. Esto es, depende en última instancia, como afirmaba al principio, de una batalla política y moral.

Lo decisivo es que la compleja batalla política que hoy está en marcha, y cuyo curso va a terminar de configurar la crisis ecológica como problema de época, la vayamos ganando y decantando (conjugo en gerundio porque no hay una línea de meta final, no habrá un día de la victoria, será siempre un proceso abierto) las opciones que apostamos por aterrizar dentro de los límites planetarios desde coordenadas comprometidas con los valores fuertes del proyecto emancipador: igualitarismo, libertad republicana, fraternidad cooperativa, democracia. Y para ello, lo que nos enseña la historia es que la construcción del movimiento popular que pueda protagonizar algo así no responde tanto a una toma de conciencia, al revelamiento de una verdad científica que se impondría por sí misma, sino a la articulación y desarrollo de horizontes colectivos deseables, plausibles (este segundo factor es clave) y que tengan traducciones prácticas, parciales pero tangibles, en la vida cotidiana. Por concretar, en nuestro contexto la ventana de oportunidad fundamental se nos ofrece en un doble movimiento que debe converger en una misma agenda política: la derrota socioeconómica y antropológica del paradigma neoliberal y el decantamiento de los programas de transición ecológica que hoy ya están en marcha hacia fórmulas poscrecentistas.

Jorge Riechmann (Facultad de Filosofía y Letras, UAM):

Se da una gran desproporción entre las luchas concretas que podemos plantear hoy (pongo dos ejemplos de nuestra cotidianidad en Ecologistas en Acción Sierras: contra el disparate de una pista para vehículos en la ladera sur de La Peñota, o contra la aberración de desdoblar la carretera M-600 en El Escorial y otros municipios serranos) y las transformaciones sistémicas que necesitaríamos (socializar la banca privada y las empresas eléctricas, diríamos para empezar). ¿Qué debería suceder para salvar esa gran desproporción, de resultar posible tal cosa? Si dejamos por un momento de lado el condicionante más angustioso de nuestra situación (la falta de tiempo, el hallarnos en un tiempo de descuento), volvemos a la reflexión de Joaquim Sempere sobre acciones intersticiales: intervenciones modestas para construir desde hoy embriones de futuro en los intersticios de la sociedad existente. Experiencias que pueden parecer insignificantes hoy, pero acaso resulten decisivas mañana, si a medida que se vayan agravando las crisis entrelazadas nuestras sociedades no se decantan por el lado peor. Las sociedades muy igualitarias, muy cooperativas y muy resilientes podrán responder mejor a los colapsos que vienen. Si hubiera que evocar un solo sustantivo diríamos: amor.

 

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