Noel Álvarez: Política para tontos

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En nuestros días, la política vive momentos de descrédito, justamente cuando más la necesitamos, en medio de esta pandemia que acosa al mundo entero y que no pide ni da cuartel. La democracia está desvencijada. Los distintos colores que hacen vida en una comunidad, sean de izquierda o de derecha, se aferran a ella con determinación como en el juego de la soga, en una enconada pugna para llevarla a campo propio, sin darse cuenta que, de tanto manoseo la cuerda suele partirse y quienes se la disputan, ruedan por el suelo a causa de la inercia. José Ortega y Gasset hizo una clara distinción entre el gran político y el hombre de acción: “Todo gran político es un hombre de acción, más no todo hombre de acción es un gran político”.

Es habitual en estos tiempos presenciar una férrea competencia dialéctica en la que unos y otros discuten para dilucidar quién es más demócrata. Mientras tanto, ¿Qué pasa con la pandemia? Bien, gracias. Lo que Interesa es el poder. La destrucción de la política, principal fuerza civilizadora de nuestro planeta, “solo nos puede conducir a una nueva barbarie”, aprecia el escritor catalán Quim Brugué Torruella en su libro, Es la política, idiotas. Es posible que esta situación convenga a algunos sectores, pero, la mayoría de ciudadanos, las personas que no forman parte de estos sectores privilegiados, deberían coincidir en la defensa de la política; la buena política, aquella que nos ha permitido y nos permitirá convivir y alcanzar una existencia plena, dice Brugué.

Todo buen político debe reconocer que la incertidumbre se ha apoderado de los gobernantes, pero también de los gobernados, que podemos indignarnos e incluso sustituirlos por otros, pero no siempre tendremos la razón ni disfrutaremos de ninguna inmunidad frente a los desconciertos que a todos nos provoca el mundo actual. Si es malo el elitismo aristocrático también lo es el elitismo popular. El catedrático español, Daniel Innerarity señala que la crisis política en la que nos encontramos no se arregla sustituyendo a los gobernantes por la gente o suprimiendo la dimensión representativa de la democracia. Se trata de que unos y otros, sociedad y sistema político, gestionemos juntos la misma incertidumbre, porque hasta hora, pareciera que vivimos en un mundo en el que la verdadera política ha sido arrinconada por la idiotez política.

En esa idiotez, su protagonista, el idiota político, es un ciudadano pasivo que no se considera parte de un todo, ni miembro de una comunidad sino una persona aislada, nómada. El idiota político se cree básicamente un sujeto de derechos: yo tengo derechos desde la letra a hasta la z, dicen algunos, sin darse cuenta de que, el derecho de uno es la obligación de otro, y que además para que los derechos sean efectivos tiene que haber una comunidad que los ampare y legitime. Existe otro tipo de idiotas políticos en el que se encuentran quienes tienen una actitud indiferente hacia la política. Por supuesto que los pasivos tienen todo el derecho a serlo, pero si quieren que les dejen en paz no han elegido el mejor camino para lograrlo. Es muy frecuente que se produzca una alianza implícita entre quienes se desinteresan por la política y quienes aspiran al poder, pero rechazan las incómodas formalidades de la política.  Al final, lo que tenemos es lo de siempre pero camuflado: personas que ejercen el poder, pero que actúan como si no lo tuvieran, asegurando que no son políticos.

Leyendo algunos textos de escritores prominentes, encontré un cuento de Jorge Luis Borges sobre el cansancio del hombre, fuese cual fuese su coloración o su apetito político. “Los gobiernos fueron cayendo gradualmente en desuso. Llamaban a elecciones, declaraban guerras, imponían tarifas, confiscaban fortunas, ordenaban arrestos y pretendían imponer la censura y nadie en el planeta los acataba. La prensa dejó de publicar sus colaboraciones y sus efigies. Los políticos tuvieron que buscar oficios honestos; algunos fueron buenos cómicos o buenos curanderos”.

Hablaba el escritor andaluz Ángel Ganivet García, pocos años de tirarse al rio Dvina, en Letonia, del cansancio y la decadencia de la democracia: “El decadentismo es cansancio, es duda, es tristeza, y lo que hace falta es fuerza, resolución y fe en algo, aunque sea en nuestro instinto; que, cuando nos impulsa, a alguna parte nos llevará”. Por cierto, Ganivet fue rescatado con vida, pero reincidió en el tema y esta vez sí logró su propósito.

Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE – noelalvarez10@gmail.com

 

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