La Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi), adelantada por la UCV, la UCAB y la USB, posee muchos méritos. Destaco dos excepcionales. En el cuadro que pinta, se encuentra una fotografía descarnada de la miseria nacional y también un libelo contra el régimen de Nicolás Maduro. Los dirigentes del gobierno llaman al régimen, socialismo del siglo XXI. Identificarlo con ese pomposo nombre solo contribuye a elevarle la dignidad a un mecanismo de destrucción y saqueo que carece de antecedentes en América Latina y el resto del planeta.
Conozco bastante bien cómo operó el comunismo en diversas naciones de Europa del Este y en la antigua Unión Soviética. Lo ocurrido en Venezuela durante más de veinte años resulta mucho peor que los errores y desmesuras perpetradas en los países satélites del Kremlin, y en la URSS, el centro imperial. Aquí lo que se instaló fue una casta que combina, como ninguna otra, la ineptitud, la voracidad y la corrupción en el ejercicio del poder. Según lo ha demostrado con cifras inapelables el equipo de investigadores dirigido por Ricardo Hausmann, jamás en la historia universal se había llevado a cabo, en un período de paz, un proceso tan implacable de pillaje y demolición de un aparato económico, como el adelantado por la claque que tomó el poder en 1999 y que, en su línea evolutiva, dio un salto cuántico a partir de abril de 2013, cuando Maduro se convirtió en el Presidente titular.
Ese país destruido –sin servicios públicos básicos, con salarios de hambre, con una hiperinflación que derrite el ingreso y camino a la disolución por el tamaño de la diáspora, solo atenuada por el impacto del corona virus en los países vecinos- fue radiografiado por los investigadores de la Encovi. Los números que muestran revelan el daño tan hondo causado por el actual estilo de gobernar. Que 96% de las familias no puedan cubrir sus necesidades esenciales; es decir, que sean pobres de acuerdo con el método de las Necesidades Básica Insatisfechas (NBI); y que 79% de los pobladores sean infrapobres debido a que no pueden consumir las 2.200 calorías diarias que recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS), muestran una sociedad que languidece todos los días. A estos dígitos hay que agregar las deplorables condiciones de la electricidad, de las aguas servidas, de la salud pública, del transporte colectivo, el ausentismo y la deserción escolar, la precariedad de las viviendas, el déficit habitacional y el hacinamiento. El deterioro es global e indetenible. No ha alcanzado el pico, ni la curva se ha aplanado, como sucede en varios países atacados por la Covid-19. Ahora es cuando falta camino por recorrer en esa larga pendiente en la que entró la nación.
Mostrar las dimensiones de la barbarie es una de las bondades del estudio de Encovi. Sus redactores no apelan a adjetivos o insultos. Solo muestran las cifras para que la gente constate el producto salido de la combinación entre el colectivismo, la incompetencia, el autoritarismo y la corrupción. Las conclusiones que las extraiga cada quien.
Otro de los méritos de Encovi reside en mostrar la mística y dedicación de los investigadores de nuestras universidades más importantes y el espíritu de colaboración existente entre los centros de enseñanza públicos y privados. En el período democrático, las grandes investigaciones sociales las llevaba adelante, fundamentalmente, la Oficina Central de Estadística e Informática (OCEI). Este organismo –dotado de una amplia cobertura nacional- diseñaba y aplicaba la Encuesta de Hogares por Muestreo (EHM) y la Encuesta Social (ES), extraordinarios instrumentos de exploración que complementaban y actualizaban la información censal. El volumen de datos suministrado por esas herramientas, más lo proporcionados por el Banco Central, permitía recrear una imagen fidedigna de la situación del país. Cualquier investigador de la academia, o de fuera de ella, estaba obligado a partir de las cifras recogidas por esos organismos, si aspiraba a realizar una investigación seria. Podía complementarlas o ampliarlas, según fuese el caso, pero no podía ignorarlas.
El rigor con el cual eran levantadas les concedía plena confianza. La EHM se convirtió en un modelo en América Latina sobre cómo monitorear la situación familiar en los períodos intercensales. Durante más de treinta años constituyó una fuente de gran utilidad para diagnosticar la realidad de los hogares venezolanos. Ningún otro centro de investigación público o privado podía alcanzar la escala lograda por la OCEI.
Este esquema comenzó a cambiar con Hugo Chávez quien, primero, desestimó el trabajo de la OCEI, y luego lo pervirtió por completo. En la actualidad, el Instituto Nacional de Estadísticas, INE, es una caricatura de lo que fue la OCEI. La EHM desapareció. Las escasas y desactualizadas cifras proporcionadas por ese instituto, son maquilladas para hacerlas potables a los jerarcas del régimen. No sirven para un diagnóstico objetivo de la realidad nacional.
La labor de levantar el mapa social y económico del país, les ha correspondido a los investigadores de nuestras universidades, entre ellos los que trabajan en la Encovi, y a los de instituciones privadas -entre ellas, Consultores 21, Datanalisis y la Fundación Bengoa- quienes, a partir de un gigantesco esfuerzo, logran recrear en cifras fidedignas el drama que vive la inmensa mayoría de los venezolanos desde hace más de dos décadas.
@trinomarquezc