Jesús Alberto Castillo: La complejidad, una forma de visualizar la política venezolana

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El pensamiento complejo trata de dar respuesta a los eventos que emergen con velocidad en la realidad actual. Edgar Morín, uno de sus principales exponentes, nos advierte que la complejidad es “el tejido de eventos, acciones, interacciones, retroacciones, determinaciones, azares, que constituyen nuestro mundo fenoménico y presentan los rasgos de lo enredado, el desorden, la ambigüedad y la incertidumbre” (1998). Es un cambio de paradigma para enfrentar situaciones que trastocan el mundo lineal o causal que hemos heredado del aprendizaje tradicional. Eso explica por qué puede afectarnos tanto una situación, al no estar preparados ante su probabilidad de ocurrencia.

Muchas veces nos quedamos anclados en un dogmatismo que nos hace ver las cosas como verdaderas, cuando en realidad no lo son. Intentamos no aceptar la existencia de un mundo cambiante y complejo para empecinarnos que siempre tenemos la razón absoluta. Lo más grave es que sin darnos cuenta somos víctimas de un sofisticado laboratorio mediático que nos persuade a pensar de determinada forma y anquilosarnos en una postura que puede ser relativa y hasta nos volvemos agresivos contra quienes piensen de determinadas formas, creando un ambiente de descalificación y exclusión hacia otras formas de concebir la realidad cotidiana.

No estamos preparados para reconocer que vivimos en contextos socioculturales que presentan altos niveles de recursividad, es decir, de la “existencia de un proceso de creación o recreación de la realidad y no por la reiteración de hechos o circunstancias” (Vegas y Peña, 2013). Creemos que las cosas son así y no damos nuestro brazo a torcer por orgullo o por no sucumbir al qué dirán. Y es en la arena política, donde la complejidad se puede visualizar con gran fuerza que, muchas veces, los actores claves terminan satanizándose con la vehemencia y fuerza que acarrea el control férreo del poder del Estado.

Ya Max Weber, un pensador bien adelantado a su época, había sostenido que en política hay hechos que cargados de buenas intenciones no necesariamente permiten alcanzar objetivos sanos y, viceversa, hay intenciones malsanas que pueden arrojar buenos resultados para la humanidad. La realidad es más compleja de lo que parece, lo que no signifique que sea complicada. Quien la complica es el sujeto al no tener una cosmovisión flexible y apta para el cambio y lo impredecible. Esto es peligroso porque pudiera creer que vive una realidad cierta cuando en verdad es ilusoria y, en consecuencia, termina desconectándose del contexto social y político que le afecta.

Estas apreciaciones sirven para abordar la realidad política venezolana. Por un lado, el sector oficialista considera que su política de dádivas, control mediático y social le ha permitido imponer el proyecto “Socialismo del Siglo XXI”, pero no es cierto. Aún, en 22 años de gobierno, existe un grupo que lo adversa tenazmente por sacarlo del poder. Además, tiene una espada de Damocles que es la devastada economía y la hambruna colectiva que puede desatar una “rebelión de las masas”, al mejor estilo de Ortega y Gasset. El oficialismo ha sido exitoso en preservar el poder, aunque muy errático en producir calidad de vida a la gente. Su sostén es una cúpula militar, enriquecida y llena de privilegios políticos.

Por su parte, la oposición luce fragmentada, sin organización social y, lo peor, sin estrategia clara para avanzar políticamente. Se mueve en dos alas altamente diferenciadas: una que promueve la abstención y otra que cree en la vía electoral. La primera ala aglutina a los principales partidos y defiende un gobierno interino que, si bien tiene el reconocimiento de 60 naciones, resulta ficticio en el territorio nacional. Su discurso es sacar al oficialismo por la fuerza, principalmente, con intervención extranjera. La segunda ala promueve la participación electoral. Cree que si el segmento que rechaza al oficialismo (80% de la población, según distintas encuestas) sale a votar en las parlamentarias, derrotaría al gobierno, aún con trampas y un árbitro electoral parcializado. Tal victoria permitiría preservar un espacio importante y concentrar fuerzas para eventos electorales del 2021.

Todas esas opciones son relativas y están sujetas a eventos imprevistos. La política es un entramado complejo donde lo improbable puede ocurrir. Por ejemplo, la expansión exponencial del Covid 19, una implosión social, un golpe de Estado pudieran aniquilar al oficialismo. Es posible que quien hoy se sinta en la silla de Miraflores – el que manda realmente en Venezuela- decida irse o, por el contrario, aferrarse al poder con el apoyo de sus aliados foráneos. La política es dinámica y no lineal. Pudiera ocurrir que el sector opositor, proclive a la abstención, decida participar en las parlamentarias y otro sería el desenlace.

Lo que sí ha demostrado la historia es que en política no bastan los deseos, sino la posibilidad de contar con la mayoría para imponer la ruta. Cuando eso no es posible debe haber negociación, es decir, los adversarios  han de buscar salidas acordadas, a pesar de sus desavenencias.  Eso es dialogicidad, uno de los principios cardinales de la complejidad. Por tanto, es vital para la oposición –más que al oficialismo que luce claro- replantear una estrategia que permita, en primer lugar, aglutinar sus fuerzas dispersas y, en segundo lugar, configurar una plataforma social que genere músculo y motivación para revitalizarse, evitando así que los eventos emergentes aniquilen su misión en el sistema político venezolano.

Politólogo y Doctor en Ciencias Gerenciales

 

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