Comparto la preocupación por el clima de crispación existente. En las redes sociales se percibe esa tensión nítidamente. La polarización del ambiente político pareciera haber permeado en todos los ámbitos sociales. La diatriba más insignificante puede originar conflictos. Sin duda el discurso agresivo, violento y provocador del régimen, la situación del país y ahora se suma la incertidumbre con el avance de la pandemia, influyen en tal comportamiento, distanciado de la conducta tradicional del venezolano.
La intolerancia en el debate político no se limita a la disputa entre el régimen y las organizaciones representadas en la legítima Asamblea Nacional, en el propio campo de las fuerzas alternativas la polémica no está exenta de las ofensas y descalificaciones, incluyendo el empleo de laboratorios donde la confrontación es a veces más exacerbada, contra quienes se suponen deberían ser aliados, que hacia el régimen que se adversa.
La justificada preocupación por el estado de ánimo del presente se proyecta ante una eventual transición, sumando a las dificultades inherentes a esos procesos, las dudas razonables acerca de las posibilidades reales de producir el reencuentro y la reconciliación entre los venezolanos. Sin la intención de disminuir las aprehensiones que tienen total legitimidad, apelo a dos ejemplos internacionales, donde después de una guerra civil o de una dictadura sumamente cruenta, como la española o la chilena, en sus respectivos procesos de transición se pudieron superar los obstáculos y las tentaciones de los odios incubados y los deseos de venganza, después de esas experiencias tan dramáticas y sangrientas.
En ambas situaciones la inteligencia, audacia y habilidad de quienes condujeron el cambio político resultó decisiva para lograr el cometido del tránsito en paz, los roles jugados Adolfo Suárez, Felipe González, Santiago Carrillo y el Rey Juan Carlos fue crucial para la conquista de la democracia en España.
Igual papel cumplieron las fuerzas de la Concertación Chilena encabezada por Ricardo Lagos y los dirigentes de la democracia cristiana en el país del sur.
En nuestra propia experiencia las transiciones post dictaduras, la de Gómez y Pérez Jiménez, salvo las escaramuzas iniciales, las transiciones se dieron en medio de un relativo ambiente de calma. En todo caso, tanto en las situaciones internacionales como las nuestras, factores de los regímenes anteriores fueron protagonistas de esos procesos de cambio, esas enseñanzas no pueden ser obviadas a la hora de diseñar la estrategia para el tránsito político hacia la democracia, igualmente la dirección de la alternativa tendrá que colocarse a la altura de las exigencias características de esas experiencias.
Lo expuesto no niega la necesidad de hacer todos los esfuerzos necesarios para disminuir la crispación e intolerancia existente en el actual debate. En el campo opositor más allá de las divergencias actuales sobre la participación en las elecciones parlamentarias, existe un elemento unificador como lo es el de la exigencia permanente de condiciones electorales, para poder así realizar unas elecciones verdaderamente libres y competitivas.
El régimen no cesa su acción represiva, por el contrario, la intensifica orientándola a golpear e intimidar a la oposición parlamentaria, toda su estrategia se fundamenta en sustituirla por factores con los cuales podrá constituir un sistema de convivencia, unido al diseño de una política con algunos sectores del empresariado, en la búsqueda de mejorar su imagen internacional y proyectar una imagen de «normalidad»; el propósito no les será fácil de lograr en virtud de la gravedad de la crisis global, acentuada por el crecimiento del coronavirus en los últimas semana. La incertidumbre acerca de su posible duración y desarrollo. No les será nada fácil.