Todo lo que un libro de papel puede hacer por tu cerebro ¡Ábrelo!

Compartir

 

Con las pantallas no leemos, solo ojeamos. Y eso afecta a nuestro cerebro. Y no para bien. Acabamos perdiendo capacidad crítica y hasta empatía. La neurocientífica Maryanne Wolf lleva años estudiando todo esto. Ahora que con la cuarentena por el  coronavirus tienes más tiempo para leer un libro de papel: ¡ábrelo!

Ixone Díaz Landaluce

Para muchas personas, el tacto de las páginas o el peso del ejemplar entre las manos es una parte irrenunciable de la experiencia lectora. No hay e-book, tableta ni smartphone que puedan sustituir esa sensación. Pero son una minoría. Según el último barómetro de hábitos de lectura, publicado en 2018 por la Federación de Editores, solo el 40 por ciento de los lectores lee exclusivamente en papel. En realidad, los datos no hacen más que confirmar nuestros propios hábitos. Pero más allá del impacto que el libro digital ha tenido en el negocio editorial, pocos se han parado a pensar en cómo afecta a nuestra capacidad lectora el soporte que elegimos para disfrutar de una novela, un ensayo o un libro de autoayuda. Una de ellas es la neurocientífica cognitiva Maryanne Wolf, especialista en el cerebro lector y profesora de la Universidad de California en Los Ángeles, donde dirige el Centro de Dislexia, Estudiantes Diversos y Justicia Social. Autora de más de 170 artículos académicos y del libro Cómo aprendemos a leer, acaba de publicar Lector, vuelve a casa: cómo afecta a nuestro cerebro la lectura en pantallas (Deusto Ediciones). Escrito como una compilación de cartas dirigidas a sus lectores, Wolf reflexiona sobre el impacto que las pantallas están teniendo en la lectura profunda, el análisis crítico y hasta en nuestra capacidad para empatizar con el prójimo. Pero también en el futuro de nuestras democracias…

 

La neurocientífica Maryanne Wolf
La neurocientífica Maryanne Wolf

 

XLSemanal: Dice que los seres humanos no estábamos ‘programados’ para leer.

Maryanne Wolf. Hay partes para las que los seres humanos estamos ‘cableados’: nuestro sistema visual, cognitivo, lingüístico… Pero la lectura no solo forma parte del sistema lingüístico. Para leer, el lenguaje tiene que conectarse con la visión, con el proceso mental, pero también con la parte emocional. Y eso no ocurre de manera sencilla.

XL. De acuerdo. ¿Y cómo sucede entonces?

M.W. El cerebro tiene la capacidad de crear nuevos circuitos. Para poder leer, nuestro cerebro debe ir más allá de su propio cableado. ¡Y eso es realmente milagroso!

XL. ¿Cuándo comenzó ese proceso?

M.W. Hace seis mil años. Por entonces, unas pocas personas tenían un circuito que, aunque muy primitivo, les permitía ver un pictograma, del jeroglífico sumerio por ejemplo, y decir: «Ese es el símbolo de ‘pájaro’». El cerebro empezó así a crear esas conexiones básicas entre el símbolo de un concepto y una palabra. Luego, eso se fue complicando y la raza humana empezó a vislumbrar un sistema entero capaz de transmitir nuestro lenguaje y, con él, nuestro pensamiento. Esa es una revelación de una belleza extraordinaria.

 

“Cuando escribí mi primer libro, me pasaba nueve horas al día frente a la pantalla. Me di cuenta de que leía de forma diferente. Intenté volver a leer en papel una de mis novelas favoritas… y no pude. ¡Ni siquiera yo era inmune!”

 

XL. ¿Cuál fue el siguiente paso?

M.W. Hace unos dos mil años, los jeroglíficos dieron paso a los primeros alfabetos. Hasta que llegó el alfabeto griego, que se convirtió en el más avanzado y rico de todos. A medida que la escritura se hacía más compleja, esos circuitos y el propio pensamiento humano también se hacían más sofisticados. Todo ese desarrollo de miles de años se vuelve a poner en marcha en los niños, que tienen que hacer ese descubrimiento cuando aprenden a leer.

XL. ¿Qué es la lectura profunda?

M.W. Es una evolución de esos circuitos básicos en los que únicamente decodificamos la información. En la lectura profunda conectamos esa información con nuestros conocimientos previos. Eso nos permite hacer inferencias y deducciones. Después de eso puedes ser analítico y discernir lo que es verdad de lo que no.

XL. Bueno, no solo leemos para tener opinión. También para disfrutar.

M.W. Es que con la narrativa y la novela se da un fenómeno adicional. Y es esa increíble capacidad que tenemos de dejar nuestro sillón y tomar la perspectiva de lo que estamos leyendo. Nos vamos de nosotros mismos. Y ahí se produce la empatía, un elemento fundamental.

XL. Hombre, leyendo mi hipoteca no creo que desarrolle mucho mi empatía…

M.W. Claro. Si estás leyendo un contrato legal, no hay empatía que valga. Pero la lectura profunda puede hacerse leyendo poesía, pero también artículos científicos. Además, se puede ir más allá de todo eso…

XL. Diga, diga…

M.W. Aunque requiere un tiempo extra, apenas unos milisegundos, podemos tener revelaciones. Es lo que llamamos ‘función contemplativa’. Es la parte final del proceso y la más vulnerable. Se trata de un espacio cognitivo ignoto, donde en ocasiones podemos vislumbrar pensamientos totalmente nuevos. Igual que los niños necesitan tiempo para desarrollar todos esos procesos, nosotros lo necesitamos para desplegar esas capacidades cuando leemos.

XL. ¿Y cuándo se dio cuenta de que con las pantallas no se daban todos estos procesos?

M.W. Invertí siete años en escribir mi primer libro, Cómo empezamos a leer. En 2007, cuando estaba a punto de entregar el último borrador, me di cuenta de que leer se estaba convirtiendo en algo diferente, en otra cosa. Y de que ni siquiera yo era inmune al hecho de estar ocho, nueve o diez horas al día leyendo frente a una pantalla.

XL. ¿Y esa forma diferente de leer tiene efectos sobre nosotros?

M.W. Sí, me di cuenta de que esta nueva forma en la que leemos iba a cambiar a los seres humanos. En los siguientes diez años, las investigaciones académicas en torno a este tema han ido tomando consistencia y se han convertido en hechos demostrables. Por ejemplo, un metaestudio realizado por un grupo de investigación de Barcelona analizó 50 estudios diferentes, que comprendían a 170.000 personas jóvenes en total y que demostraba que la compresión lectora es significativamente mejor cuando se lee en papel. Entonces es cuando llevé a cabo un pequeño experimento personal…

XL. ¿Qué hizo exactamente?

M.W. Intenté volver a leer una de mis novelas favoritas: El juego de los abalorios, de Hermann Hesse. ¡Y no pude! Era incapaz. Tuve que devolverlo a la estantería. Yo, que siempre pensé que terminaría siendo profesora de poesía alemana. De pronto era como si mis mejores amigos ya no estuvieran disponibles para mí.

 

“Hace dos mil años, los jeroglíficos dieron paso a los alfabetos. Con ellos, los circuitos cerebrales del ser humano se fueron sofisticando. Todo ese proceso de miles de años se vuelve a poner en marcha cada vez que un niño aprende a leer”
“Hace dos mil años, los jeroglíficos dieron paso a los alfabetos. Con ellos, los circuitos cerebrales del ser humano se fueron sofisticando. Todo ese proceso de miles de años se vuelve a poner en marcha cada vez que un niño aprende a leer”

 

XL. ¿Cómo reaccionó?

M.W. Allí estaba yo, la académica, la especialista en el cerebro lector, tan incapaz de leer con atención como cualquiera. Primero pensé: «Nadie tiene por qué saberlo». Luego decidí escribir este libro y decir: «Nos pasa a todos». Pero también: «No renuncies a ese santuario íntimo que es tu yo lector, vuelve a buscarlo y a reconstruirlo».

XL. ¿Cómo afectan las pantallas al proceso de lectura profunda?

M.W. La pantalla es un gran mecanismo de defensa contra la ingente cantidad de información con la que nos bombardean a todas horas. Los seres humanos nos hemos convertido en grandes espumaderas. Tenemos que serlo. Si tuviéramos que hacer una lectura profunda de todo lo que leemos a lo largo del día, no podríamos hacer otra cosa. Ojear es el modo dominante a lo largo de nuestro día. La pantalla nos ayuda a avanzar más rápido. Pero ojear también es el mayor enemigo de la lectura profunda.

 

“Leer una novela nos permite abandonar nuestro sillón, dejamos de ser nosotros mismos. Y se produce la empatía, un elemento fundamental para nuestras democracias”

 

XL. Sostiene que la pérdida de esa capacidad puede amenazar nuestras democracias. ¿Por qué?

M.W. Paradójicamente, el bombardeo informativo al que estamos sometidos nos lleva a retirarnos a silos de información en los que nadie cuestiona nuestra forma de ver el mundo ni nos propone perspectivas alternativas. Y cuando no ves más allá, es cuando aceptas informaciones falsas. Es muy importante entender una cosa: cuando ojeamos… ¡no utilizamos el lóbulo frontal! [Se ríe]. No cambiamos de opinión dos o tres veces a medida que vamos leyendo, no analizamos de manera crítica.

XL. También pone el foco en la falta de empatía que provoca esa pérdida de capacidad lectora. ¿Por qué es tan importante?

M.W. En el libro menciono una entrevista entre Barack Obama y la gran novelista norteamericana Marilynne Robinson, en la que él la describió como una embajadora de la empatía. Explicó que sus novelas le habían enseñado que el mundo no era blanco o negro, que estaba lleno de grises, y lo ayudaron a entender otros puntos de vista, a experimentar la victoria, el fracaso, el horror… Robinson le contestó que ver al otro como enemigo es la peor amenaza para las democracias. Cuando la gente no lee novelas, no tiene empatía por los demás y la democracia está amenazada. Otra novelista como Jane Smiley dice que no le preocupa que la novela muera, sino que sea marginada, que la gente deje de leer y que nos dirijan personas que no leen y que, por tanto, no sienten empatía por los demás.

XL. Entiendo que el boom de las fake news no le pilla por sorpresa…

M.W. No, claro. Es la consecuencia inevitable de que los seres humanos nos hayamos convertido en ojeadores en lugar de lectores en este mundo digital en el que vivimos.

 

“Cuando ojeamos, que es lo que hacemos frente a la pantalla,¡no utilizamos el lóbulo central! No analizamos de manera crítica”

 

XL. ¿Hay alguna manera de recuperar esa lectura profunda?

M.W. Yo descubrí una forma de hacerlo. Cada noche, durante dos semanas, dediqué entre quince y veinte minutos a leer un libro que había sido importante para mí. Y con esa disciplina, poco a poco, recuperé esa capacidad. Trato de que sean libros algo más filosóficos o que hace mucho tiempo que no he leído y que apelan a esa función contemplativa. Así termino mis días ahora: sosteniendo una novela de papel entre mis manos.

XL. Dice que debemos cultivar un cerebro ‘bialfabetizado‘. ¿Qué significa eso?

M.W. No vamos a volver a la era anterior, en la que todo el mundo leía libros en papel. Lo que debemos lograr es que haya lectores profundos independientemente del soporte.

 

“¡No vamos a volver a la era anterior, en la que todo el mundo leía libros en papel! Lo que hay que recuperar es la lectura profunda, independientemente del soporte”

 

XL. ¿Y cómo deberíamos enseñar a leer a los niños?

M.W. Es esencial que, durante los primeros cinco años, cada día los padres lean libros impresos a sus hijos y que en la escuela se siga aprendiendo a leer en papel. Curiosamente, mientras aprenden a decodificar textos impresos, también estarán aprendiendo a programar a través de medios digitales, aplicaciones, juegos… De esa manera no descuidamos sus habilidades del siglo XXI y, al mismo tiempo, desarrollan la lectura comprensiva, son capaces de inferir, de ejercitar la empatía… Y en ese momento, cuando tienen once o doce años -y con mucho cuidado-, debemos enseñarles a utilizar esas mismas habilidades en soportes digitales. Pero ese es un gran reto.

XL. ¿Por qué?

M.W. Ahora mismo, nadie tiene formación en lectura digital en profundidad. Los investigadores jóvenes tendrán que encontrar ese camino. Hay que lograr que los niños sepan discernir cuál es el objetivo de cada lectura. ¿Conseguir información de manera rápida y eficaz o entender algo en profundidad.

 

Traducción »