Alberto Benegas Lynch: La sociedad libre y el tema central de la salud

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Uno de los temas que podemos denominar de frontera en los debates liberales es la salud. Para ello proponemos medidas de fondo que naturalmente deben considerarse pausadamente y, desde luego, no en momentos de una pandemia como la que ahora acecha por todos lados. que obliga a otras prioridades y medidas drásticas por parte de gobiernos al efecto de preservar derechos, en este caso nada menos que a la vida, lo cual, como también hemos puntualizado en una columna anterior sobre el tema, no autoriza al Gobierno a esa estafa monumental denominada “inflación” ni que se entrometa con el sistema de precios y equivalentes, ya que de ese modo agravará notablemente el problema creando escaseces y desajustes en los productos necesarios para atender y prevenir enfermedades.

De más está decir que las medidas drásticas aludidas deben sopesar el costo-beneficio de cada una de ellas. Como concluye el premio Nobel en economía James Buchanan, “no hay acción sin costo”, y estos deben ser siempre evaluados para contrastarlos con las respectivas ventajas puesto que sin pan también hay muertes y, por otro lado, en un extremo brutal, si todos nos morimos por coronavirus no hay economía que valga. Entonces, no se trata de elegir en toda ocasión entre la salud y la economía, sino de un balance equilibrado en el contexto de la eliminación de funciones gubernamentales inútiles para dar respiro a la gente (no podar que, como hemos dicho, igual que con la jardinería crece con mayor vigor).

En esta situación global debe estarse muy prevenido de no convertir un monitoreo provisorio de los ciudadanos en una pesadilla orwelliana, pues como ha advertido Ronald Reagan “nada hay más permanente que una medida transitoria de gobierno”. Nuestras deliberaciones entonces apuntan a preparar el terreno para el futuro, por lo que nos adelantamos en el tiempo para cuando pase esta situación de extrema peligrosidad que, como queda dicho, siempre y en cualquier caso demandará acciones también extremas para evitar la aceleración de contagios, sin desmerecer para nada la economía cuyo descuido puede transformarse en una bomba de tiempo social.

Tenía esta nota periodística “en la gatera” sin darla por el momento ya que, como digo, apunta a considerar estos temas para eventualmente ejecutarlos más adelante cuando se calmen las aguas del muy desafortunado suceso que a todos nos envuelve y compromete, pero decido entregarla a los editores ahora con el preámbulo con que abrí este texto debido a sugerencias de algunos alumnos al efecto de debatir con suficiente tiempo este asunto crucial para mirarlo y escrutarlo con la debida tranquilidad desde diversos ángulos y perspectivas.
Antes de pensar en el mantenimiento de la salud, para existir hay que estar alimentado. Pero a nadie en su sano juicio se le ocurriría dejar la alimentación en manos de los aparatos estatales, pues si se politizara algo tan delicado inmediatamente se caería en lo que en ciencias políticas se conoce como “la tragedia de los comunes”, es decir, lo que es de todos no es de nadie y los incentivos son así completamente distintos por lo que las hambrunas serían seguras, además de las ineficiencias colosales que caracterizan a los emprendimientos estatales fuera de su órbita específica de la protección de derechos vía la Justicia y la correspondiente seguridad.

A pesar de lo dicho, el tema de la salud en jurisdicción estatal en nuestra época se mantiene como una vaca sagrada. Uno de los aspectos clave para el pensamiento riguroso es la capacidad de cuestionar el statu quo en el contexto de criterios independientes y del denominado “pensamiento lateral” que invita a mirar las cosas desde perspectivas diferentes a las habituales y rutinarias. No se trata de levantar la voz ni de exasperarse frente a ideas novedosas, sino de argumentar civilizadamente puesto que, como ha escrito John Stuart Mill, “toda buena idea si es nueva generalmente pasa por tres etapas: la ridiculización, la discusión y la adopción”. No hay que dejar que las telarañas mentales obstaculicen el razonamiento y el análisis detenido.

No es necesario detenerse a detallar ejemplos diarios de reiterados sucesos en órbitas estatales en cuanto a las colas, los aplazos, las demoras, los turnos extenuantes, los faltantes de insumos básicos y camas disponibles para no decir nada de las huelgas, tropiezos sindicales y las permanentes demandas por recursos debido a los déficit crónicos, a pesar de los denodados esfuerzos y dedicación ejemplar de muchísimas médicas y médicos, enfermeras y enfermeros y personal auxiliar en los centros de salud estatales. No se trata de buena voluntad, sino de un sistema que es indispensable revisar.

Es de gran interés adentrarse en los múltiples ejemplos de servicios de salud de gran excelencia antes del avance gubernamental, entre los que se cuenta el decimonónico caso argentino con los preponderantes y notables sistemas de mutuales, socorros mutuos, cofradías y servicios hospitalarios de comunidades como la italiana, la alemana, la española y la británica.

Entre muchos otros trabajos de orden más general y abarcativo, en el ensayo de John Chamberlin titulado muy precisamente “La enfermedad de la medicina socializada” este autor no solo pasa cuidadosa revista de los graves problemas de la salud en manos estatales y los costos astronómicos con que debe cargar la comunidad y la mala calidad de los servicios en comparación con la atención privada, sino que comenta varios de los libros que suscriben su tesis escritos por profesionales de gran relevancia.

Esto opera a contramano de lo que sucede en cuanto a la muy eficiente atención por los seguros privados de salud y como se ha apuntado en los centros asistenciales también privados, sean institutos para controles médicos, sanatorios o asociaciones sanitarias varias. Esto de ninguna manera significa que en los entes privados de salud hay mejor calidad de profesionales que en los estatales, se trata de incentivos diametralmente opuestos que producen resultados también diferentes.

Lamentablemente en estas lides se ha desfigurado y degradado la noción de solidaridad y caridad puesto que de modo inaudito se la asimila al uso de la fuerza cuando en verdad remite al uso de lo propio de modo voluntario.

Por otra parte, se ha objetado el servicio privado alegando la “asimetría de la información”, es decir, se sigue diciendo que no es posible que la gente tenga que ponerse en manos de servicios privados de medicina puesto que se encuentran desguarnecidos e indefensos ya que no saben si lo que recomiendan y dicen los facultativos es cierto por lo que necesitan que agentes gubernamentales los protejan en sus intereses. Esto está mal planteado por donde se lo mire. En primer lugar, en toda transacción hay asimetría en las informaciones pues por eso se lleva a cabo el intercambio ya sea cuando vamos a mecánico con nuestro automóvil, cuando instalamos un sistema de calefacción, cuando adquirimos un celular, cuando compramos accionas en la bolsa o cuando nos cepillamos los dientes. En segundo lugar, lo menos que se requiere es que se politicen las transacciones legítimas donde se agrega la voracidad fiscal junto a posibles corrupciones y además esto no cambia aquello de la asimetría de la información. La competencia entre médicos, mutuales y centros de salud privados hace de auditorias cruzadas.

Es de gran interés estudiar los trabajos actualizados sobre los calamitosos resultados de la medicina socializada en muy diversos países, por ejemplo en los muy documentados ensayos de Thomas DiLorenzo, de Avic Roy y de Hans Sennholz, el primero en The Future of Freedom Foundation titulado “How Socialized Medicine Kills the Patient and Robs the Taxpayers” (octubre 21, 2019), el segundo en The National Review titulado “Socialist Medicine is Bad for Your Health” (mayo 16, 2019) y el tercero, anterior, en The Freeman titulado “Freedom is Indivisible” (vol. 27, No.12, diciembre de 1977) . También es del caso recordar que los países nórdicos han debido reemplazar en gran medida sus sistemas socialistas de medicina donde se anunciaban servicios “gratuitos” pero, por ejemplo, cuando le tocaba el turno a una persona con grave deficiencia en la visión ya estaba ciega, por lo que los que podían viajaban a otros países para atenderse, tal como ha expuesto Eric Brodin y como se ha explayado en su texto titulado “Sweden´s Welfare State: A Paradise Lost” publicado en el portal de The Foundation for Economic Education, diciembre 1 de 1980 (además de las hipocresías como las del principal ejecutor de las ideas de Gunnar y Alva Myrdal respecto a la medicina socializada en Suecia, Olaf Palme, que se hacía atender en sanatorios privados, también es el caso de subrayar que los presidentes argentinos populistas siempre se han atendido en sanatorios privados de primerísimo nivel).

Frente a los sistemas imperantes es de gran importancia, por una parte, dejar sin efecto todo aporte compulsivo a sindicatos y equivalentes para mantener las así denominadas “obras sociales” como si las personas fueran incapaces de elegir las prestaciones que más les convienen. Lo consignado respecto al sindicalismo sea de representación o de aportes coactivos debe distinguirse claramente de los sindicatos como asociaciones libres y voluntarias que ejemplificamos a través de innumerables entidades en un libro en coautoría al que me refiero más abajo (en el caso argentino antes de imponer el sistema fascista copiado de la Carta de Lavoro de asociaciones profesionales y convenios colectivos). También detallamos el establecimiento de asociaciones no sindicales que se conformaron con personas de toda condición social que apuntaban a asegurar su salud por medio de aportes regulares libre y voluntariamente escogidos, instituciones que se multiplicaron a un ritmo notable de crecimiento.

Ahora vamos a la medida más de fondo: resulta crucial la venta de todos los hospitales estatales sean nacionales, provinciales o municipales eventualmente al propio equipo médico de la institución con el apoyo administrativo del caso y con todas las facilidades excepcionalísimas que requiera la situación y simultáneamente en una primera instancia y como medida de transición establecer el sistema de vouchers para que las personas que no cuenten con los ingresos suficientes puedan atenderse en el sanatorio o centro de salud privados de su preferencia. Esta medida significa que los que se ven obligados a financiar con sus impuestos al contraer inversiones hacen que los salarios de los marginales se contraigan, pero este fenómeno será de una magnitud mucho menor que los desembolsos tributarios que debe hacerse en el sistema actual. Además, la situación económica mejorará debido a lo que dejamos dicho, a lo cual es de desear se acoplen otras de igual envergadura y dirección que al mejorar más aun la situación económica y social permitirá ir disminuyendo los antes referidos vouchers y, por tanto, se irán atenuando los mencionados efectos adversos de esta política de transición. Incluso resultan sumamente ilustrativos y ejemplificadores la solidaridad en comunidades indias muy primitivas en cuanto a ayudas voluntarias recíprocas tal como las describe en detalle Charles A. Estman en Indian Boyhood. También y en otro orden de cosas es sobresaliente la proverbial generosidad de muchísimas médicas y médicos que intercalan atenciones sin cargo para personas de bajos ingresos desde tiempo inmemorial y en todas las latitudes.

La antedicha propuesta sobre la venta de hospitales estatales con el agregado que ahora he introducido respecto a los eventuales destinatarios de esas ventas, ya la había formulado hace más de treinta años en Proyectos para una sociedad abierta publicado en dos tomos con Martín Krause junto a la muy eficaz colaboración de Gustavo Lázzari, la cual aparece en el sexto capítulo del referido libro. En este trabajo también detallamos las suculentas reflexiones de Emilo Coni en su obra Higiene, asistencia y previsión. Buenos Aires caritativo y previsor, publicada en 1918. Allí Coni, después de referirse extensamente a todos los beneficios para la población de los sistemas privados de salud, concluye: “La República Argentina, por el hecho de haber desarrollado y arraigado profundamente en sus habitantes el espíritu y la conciencia mutualista puede ser considerada en éste como en tantos otros aspectos, una nación grande y moderna […] Pueden clasificarse las sociedades de socorros mutuos como sociedades de seguro contra enfermedades”. Y más adelante señala que también constituían cajas de ahorros para casos de accidentes, viudez y orfandad.

Como se ha hecho notar, estos sistemas privados convirtieron a los servicios de salud argentinos en uno de los más avanzados del orbe al cumplirse el centenario de la independencia, lo cual comenzó a revertirse con la creciente participación del gobierno a partir de mediados de la década del cuarenta, sistema que ha ido en declive. Esta declinación se ha mantenido inalterada hasta nuestros días. En todos lados ocurre lo mismo puesto a idénticas causas idénticos efectos. Por ejemplo, Milton Friedman, otro premio Nobel en economía, escribe refiriéndose a la degradación de la salud en Estados Unidos, otrora un baluarte de la extendida atención privada: “No hay duda de que la medicina en todos sus aspectos ha quedado sujeta cada vez más a una compleja estructura burocrática […] Las estructuras burocráticas producen alto costo, baja calidad y distribución inequitativa […] la medicina no es un caso distinto”.

Finalmente, una voz de alarma en nuestro caso: por más que por el momento ha quedado sin efecto la iniciativa, si en alguna circunstancia se confirmara aquello que se ha filtrado como posible en cuanto a que se firmaría un decreto por el que se declararía “de interés público todos los recursos sanitarios de la Argentina” -en exacta oposición a lo que presentamos en esta columna- se asentaría una puñalada final a la supervivencia en este país al autorizar a los aparatos estatales inmiscuirse en estos territorios privados, ya que se provocaría una catástrofe en cadena de proporciones nunca vistas al derrumbarse la sólida estructura sanitaria que queda en pie.

@ABENEGASLYNCH_h

 

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