Earle Herrera: Parias

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La locutora de la TV hispana se preguntaba desde la desolada Madrid: “¿Somos los españoles y los italianos los nuevos parias del mundo?”. Luego enumeraba los países donde no dejan entrar a sus connacionales y rechazan a los que allí residen o son turistas varados por la cuarentena. Hay un dejo de nostalgia colonial al nombrar países que antes fueron sus posesiones de ultramar, algo de “noche triste” y Colón en Valladolid.

Como un paria, hace siete años, sobrevolaba Europa un presidente latinoamericano a quien no dejaban aterrizar para reabastecer el avión y seguir su viaje hacia el altiplano, donde Francisco Pizarro cultivó el genocidio. Era el líder indígena Evo Morales, quien en vano solicitó permiso a los gobiernos de España, Italia, Portugal y Francia. Sí, el mismo Evo, presidente constitucional con inmunidad diplomática, contra quien se perpetró un golpe de Estado con el reconocimiento a los golpistas de la blanca Europa.

Parias se quiso hacer sentir a los bolivarianos en cualquier país al que arribaran, sometidos al escrache y el asedio por grupos fanáticos bien informados por la CIA, e incluso, en su propio país cuando se impuso una especie de apartheid en centros comerciales, playas, iglesias y comederos de pueblos y ciudades. El locutor César Rondón llegó a preguntarse con saboreada inocencia: ¿Qué se sentirá ser rechazado en cualquier lugar del mundo?

Hoy los blancos de Mónaco o Bervelly Hill pueden darle la respuesta. Un ente microscópico ha levantado un muro en las mismas narices de Donald Trump y, además, se lo hará pagar. Ocurre que los pueblos fronterizos mexicanos no dejan entrar a los gringos que huyen de Arizona o cruzan la frontera para surtirse de víveres, agua y desinfectantes. Los odiados indios los ven como parias y les cierran el paso por miedo a ser contagiados con el coronavirus. El muro es invisible, eficaz e históricamente irónico.

Los venezolanos sancionados, con prohibición de entrar a Estados Unidos, Canadá y Europa, tienen inesperados compañeros de viaje sin destino. Los neoliberales que quieren salvar la economía, de repente se sienten lumpen y caen en cuenta de que viajan, como diría Walter Martínez, en la misma nave espacial que vienen destruyendo y, lo peor, en compañía de todos los parias de la tierra.

 

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