Herly Alejandra Quiñónez archivos - Emisora Costa del Sol 93.1 FM

Probablemente cuando en el Grand Hotel de Estocolmo en Suecia se miró frente al espejo con el liquiliqui blanco, contempló la imagen de Nicolás Ricardo Márquez Mejía, su abuelo materno, personaje de El Coronel no tiene quien le escriba, dueño del traje. Para ese día, 10 de diciembre de 1982, ya había dicho sus palabras como Premio Nobel de Literatura, tituladas La soledad de América Latina. La voz del nobel colombiano Gabriel García Márquez se escucha dos días antes de la entrega del reconocimiento, con la lectura de su discurso en el teatro de la Academia Sueca de las Letras. – En cada línea que escribo trato, siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. La noticia del ganador del Premio Nobel de Literatura ocurre el jueves 21 de octubre de 1982, cuando Lars Gyllensten, secretario de la Academia Sueca de Letras, difunde el nombre de Gabriel García Márquez, mientras el escritor se encontraba en su residencia en México. La novedad es recibida con alegría por toda la ciénaga, haciendo eco por el río Magdalena y por el mar Caribe. Con su obra, el hijo de Luisa Santiaga y Gabriel Eligio había creado su propio universo creativo para que el mundo conociera no solo cómo se viven Cien Años de Soledad en Macondo, sino también recordar la vida de cada uno de los personajes de sus novelas y cuentos como Santiago Nasar, la Sierva María de Todos los Ángeles, Florentino Ariza y Fermina Daza. – Estás como para un acontecimiento. Esa frase la oye mientras sigue mirándose en el espejo para ajustarse las mangas del liquiliqui, siendo las mismas palabras que él escribió para que la esposa del coronel se las dijera cuando iban a un funeral. Deciden que ya es momento de ir a la Sala de Conciertos, donde esa tarde los esperan más de tres mil personas. Mercedes Raquel Barcha Pardo, su esposa, le da una rosa amarilla; y a su hijo, Gonzalo García Barcha, ella le pone otra flor similar en la solapa del esmoquin. Cuando llegan junto a sus amigos al edificio azul donde será la entrega del galardón, una mariposa amarilla se posa sobre su hombro izquierdo. Él la sacude y ella revolotea a su alrededor. Piensa en Mauricio Babilonia, Úrsula y Remedios. Inevitablemente, recuerda su proceso de escritura, envío y presentación de sus textos y en su inacabada admiración por su maestro literario: William Faulkner. En la Sala de Conciertos suenan los instrumentos musicales de viento de la Real Orquesta Filarmónica de Estocolmo interpretando la pieza Entrada Festiva, compuesta por Flor Peeters. En el balcón del escenario están cuatro banderas de Suecia de fondo azul con una cruz escandinava amarilla unidas y sostenidas en el centro con el número 1982. En el suelo azul cielo del escenario abundan ramos de rosas rojas y una escultura de bronce de Alfred Nobel. Siguiendo el protocolo solemne, ingresan los reyes de Suecia, los representantes de Estado y los siete ganadores: Física, Kenneth Wilson; Química, Aaron Klug; Medicina, John Robert Vane, Sune Karl Bergström y Bengt Samuelsson; Literatura, Gabriel García Márquez; y Economía, George Stigler, quienes se sientan en butacas rojas. Cuando lo nombran para otorgarle el Premio Nobel de Literatura, Gabo se levanta, pone la rosa amarilla que sostenía con su mano izquierda en la mesa junto al asiento. Él presta mucha atención cuando el orador explica las razones por las cuales recibe el galardón: Por sus novelas e historias cortas, en las que lo fantástico y lo real se combinan en un mundo ricamente compuesto por la imaginación. El Rey de Suecia, Carlos XVI Gustavo, y Gabo se dirigen al centro del escenario. Su majestad le dice unas palabras, estrechan sus manos y le entrega el diploma y una caja con la medalla de oro. Mercedes y Gonzalo aplauden sonriendo y los asistentes lo ovacionan de pie. Gabo se voltea hacia el público para hacer una reverencia –inclinándose hacia el frente como hacen los japoneses con el saludo eshaku–, mientras sostiene el diploma y la caja con ambas manos. Orgulloso observa los palcos y la platea de la Sala de Conciertos. El público sigue aplaudiéndolo mientras él retorna a su silla roja. El nieto de Tranquilina Iguarán Cotes hace otra reverencia. Tras la ceremonia, el Rey de Suecia ofrece un banquete para 1.300 personas en el Palacio del Ayuntamiento para honrar a los hombres laureados. El nobel colombiano en su discurso de tres minutos nuevamente le rinde tributo a la poesía. – Un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de lo cotidiano celebrante de ese delirio, sin apelación que es el oficio de escribir. Cuando Gabo se entera del Nobel, pide que lo acompañen porque no desea recibirlo solo. Durante semanas se hacen los preparativos en Colombia para que una delegación folclórica de 70 músicos y artistas viajen a Estocolmo con las melodías de las cumbias y vallenatos. En la cena a los galardonados, los acordes de la música colombiana resuenan con la voz de Leonor González, conocida como La Negra Grande. Estocolmo también siente el ritmo de la canción Soledad de Totó, La Mamposina: Viejo pueblo de Aracataca, pedacito de Colombia, tierra donde yo nací, entre rumores de cumbia a quererte yo aprendí. Vuelven al lugar del hospedaje. Abre el diploma y cuando lee su nombre, piensa en el propio final de su novela. Entonces, la mirada en el espejo de unos ojos gitanos refleja que ya han transcurrido 40 años del nobel colombiano que se consagró por mostrar la vida y conflictos de un continente, exclamando además en su discurso en Estocolmo que las estirpes condenadas a Cien Años de Soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la Tierra.

Herly Alejandra Quiñónez

Herly Alejandra Quiñónez: El Nobel colombiano

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