La misión niños del barrio no tiene ni idea de cuantos niños están en la situación de calle en Venezuela

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Carlos Trapani y Trino Márquez

¿Qué consecuencia tienen los niños abandonados para la sociedad venezolana?

Trino Márquez, sociólogo y asesor de Consultores 21, aseguró que estos niños abandonados serán jóvenes y luego adultos con serios problemas, que en el plano afectivo se evidencian con muchas dificultades, insistiendo en que también se verán las consecuencias de esta negligencia en la falta de lenguaje coherente y de pensamiento abstracto.

«También tendrá problemas para adquirir destrezas en el plano laboral. La violencia juvenil y la delincuencia en general están muy vinculadas a la historia de esos niños maltratados o abandonados» añadió.

Advirtió que el promedio de embarazo adolescente en Venezuela duplica el latinoamericano, recalcando que este está vinculado a la niñez abandonada.

Por su parte, Carlos Trapani, abogado y coordinador general de Cecodap, recordó que el país no tiene cifras oficiales sobre los niños abandonados, haciendo imposible identificar la magnitud del alcance del problema.

«No tenemos datos sobre el sexo más frecuente, la zona, el perfil familiar de quien abandona y cuál es el seguimiento institucional del niño luego de eso» añadió.

Resaltó que hay niños que pueden vivir en la calle y hacen de esta su medio familiar y otros que tienen familia, pero permanecen en la calle durante el día, insistiendo en que en ambas situaciones los niños están en situaciones de riesgo.

Trapani indicó que en los casos que han reportado, se habla de excesos policiales, explotación sexual, abusos, discriminación por parte de comerciantes y rechazo de las comunidades.

«En las calles, los adolescentes consiguen un sistema de relaciones entre ellos. Abonado a esto están las debilidades en el sistema escolar, hemos denunciado el tema de los horarios mosaicos» acotó.

Señaló que con el tema económico también se compromete a los niños, ya que estos deben buscar comer ese día, no esperar a la política pública.

El abogado destacó que este niño tiene derecho a la protección del estado, de la familia y la sociedad, pidiendo no ser indiferentes ante esto.

«Constitucionalmente le corresponde a las alcaldías los programas para la primera y segunda infancia. Hay que notificar a las autoridades más cercanas en el municipio sobre estos niños para buscar establecer un abordaje, el problema es que no se tienen programas suficientes para estos temas sociales» dijo.

Alertó que no hay políticas públicas con intervenciones lógicas y sistemáticas para los niños en estas condiciones de vulnerabilidad.

El coordinador de Cecodap recomendó no dar dinero a estos niños, asegurando que hay organizaciones civiles que se encargan de estos temas, redes comunitarias y con iglesias para ayudarlos con alimentos.

 

Los niños en situación de calle en Venezuela… ¿son invisibles?

Un fenómeno estudiado

La niñez y adolescencia en situación de calle y en actividades marginales de ingreso es de vieja data. En la década de los 90 sociólogos y psicólogos dedicados a investigar estos casos observaron que los niños huían de sus casas y encontraban en las bandas delictivas una opción para ganar dinero y sobrevivir. A su vez, experimentaban una sensación de libertad muy atractiva, al escapar de las limitaciones del hogar. En algunos casos tenían la esperanza de volver a estudiar, pero una vez que iniciaban el contacto con la calle sus prioridades y deseos cambiaban.

El paso que dan a la calle suele ser temporal, pero hay quienes se mantienen de forma indefinida e irregular. Manuel, un adolescente de 16 años entrevistado en Chacao antes de la pandemia de Covid-19, dormía en la calle durante una semana mientras conseguía recursos para mantener a su hija. Ganaba dinero reciclando cartón. Volvía a su hogar en los Valles del Tuy para descansar por una semana, antes de regresar a los callejones y avenidas caraqueñas. Diferente del caso de Alejandro, un adolescente de 15 años, entrevistado en el bulevar de Sabana Grande en 2019, quien quedó en la calle después de pasar por episodios de adicción y rehabilitación. Su familia le dijo que no volviera a casa.

La ausencia de un hogar saludable implica la carencia de una red de apoyo ante situaciones cotidianas o de emergencia, una combinación que genera huellas significativas en el desarrollo del niño, niña o adolescente. En este sentido, las consecuencias también dependen de la edad en la que se inicia en las calles y de su situación general. El efecto en alguien que viva en la calle desde los 6 o 7 años, nunca escolarizado, no es similar al de un adolescente de 15 años que ha estudiado primaria y algunos años de bachillerato. Estos factores profundizan las dificultades que tienen en el presente –como expresar sus necesidades, defenderse e interactuar con otros– y que podrían tener en el futuro para reinsertarse en la sociedad, buscar un empleo o retomar estudios.

Son niños y adolescentes que suelen mentir sobre su edad, situación familiar y lugar en el que viven porque no confían en nadie, ni siquiera en aquellos con quienes suelen pasar días y noches en la calle. Algunos han olvidado leer y escribir de manera fluida. También pierden la noción del tiempo.En 2005, el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la Universidad Católica Andrés Bello (IIES-UCAB), por encargo de UNICEF-Venezuela y en coordinación del Ministerio de Planificación y Desarrollo, realizó un análisis de la situación de la niñez y la mujer en Venezuela que incluyó a los niños en situación de calle. En el documento se reconoce que “si bien los niños, niñas y adolescentes en situación de calle y en mendicidad han existido desde hace tiempo en nuestras ciudades, su reconocimiento como un problema público es reciente (década de los 2000), debido en parte a su creciente visibilidad”.

En el análisis se cita a uno de los estudios referentes en el área, realizado por la extinta Funda-ICI –Fundación del Instituto de Capacitación e Investigación para el recurso humano que atiende a niños y adolescentes en circunstancias especialmente difíciles–. La organización estimó que para 1994 al menos 2.000 niños y niñas vivían en la calle o se encontraban en situación de mendicidad en siete ciudades de Venezuela. En aquel entonces, 47% de los niños y niñas en situación de calle tenían entre 12 y 14 años y un 32% entre 15 y 17 años. “El 50,8% de los niños y niñas afirmó tener hermanos (…) puede ser una alerta pues las condiciones que llevaron a estos niños y niñas a la calle pueden seguir presentes para el resto de los hermanos que se quedaron”, advierte el documento.

No hay cifras oficiales públicas sobre la situación actual de esta población en Venezuela. El abogado Leonardo Rodríguez, exdirector de la Red de Casas de Abrigo Don Bosco, presentó hace seis años una investigación que se aproximaba al problema. “Las iniciativas de la sociedad para la protección a los niños de la calle han disminuido y las que existen están colapsadas”, advertía entonces Rodríguez.

También concluyó que aunque no se observaba un incremento significativo de la cantidad de niños en situación de calle, “sí es cierto que la caracterización cambió”. El detonante principal que los conducía a la vivencia de la calle no era la pobreza, aunque representaba un factor importante.

Las niñas en situación de calle

Según el informe de Funda-ICI, 95% de los niños en situación de calle eran varones. Algunos estudios, 9 años después, indicaron que el número de niñas había aumentado. Aunque las metodologías y el alcance de estos análisis no son comparables, sus resultados dan algunas pistas al respecto. Un censo realizado por la extinta Alcaldía Metropolitana en 2003, reseñado por Cecodap en el Informe Somos Noticia 2004, reveló que 1.082 niños, niñas y adolescentes se encontraban en situación de calle en el área metropolitana de Caracas. 24,3% eran niñas.

Las cifras presentadas por Leonardo Rodríguez indicaban que en 2017 la población femenina en situación de calle representaba el 20% del total de niños, niñas y adolescentes abordados en la investigación. Para 2018, eran el 40%.

Las niñas y adolescentes corren el riesgo de ser abusadas sexualmente, contraer infecciones de transmisión sexual, o quedar embarazadas al no tener acceso a métodos anticonceptivos ni educación sexual. Al conversar con ellas sobre su día a día, hablan de su rol de cuidadoras, especialmente si conocen a niños más pequeños.

Antes de la pandemia, un grupo de niños y adolescentes entre 11 y 18 años solía comer en los almuerzos comunitarios ofrecidos por una iglesia en Chacao, en Caracas. Eran conocidos porque su líder era una adolescente, Beca. Tenía 17 años y al menos dos viviendo a la intemperie o en estructuras abandonadas. Se había ganado la confianza de todos al defender a uno de los más pequeños en una pelea callejera. Repartía la comida e imponía las normas.

El puñado de niños no eran sus hijos pero le llamaban “madre”. En 2019 tuvo su primer bebé con el mayor del grupo. Beca prometió no volver a las calles. Una vez apareció en el almuerzo comunitario con uniforme de liceísta, el rostro limpio y el cabello peinado. Los voluntarios pensaron que el bebé sería un impulso para Beca, pero dejar las calles no es un proceso rápido. Al mes, regresó con ropa y zapatos sucios, actitud violenta y rostro triste. Después de la pandemia, no se le vio más en el municipio.

Una vida sin estructuras fijas

Ningún niño quiere estar en la calle. “Cuando cierro los ojos pienso en mi mamá”, dijo un niño de 13 años en una entrevista, mientras desayunaba en Plaza Francia un cachito que un extraño le había regalado. Su amigo contestó: “Yo pienso en mi hermano más chiquito”.

Situaciones con componentes traumáticos asociados a la familia, en las que sus cuidadores principales carecían de las capacidades intelectuales, afectivas y/o económicas para mantenerlos protegidos, los empujan a la calle. Padres, madres o adultos significativos también los conducen a actividades marginales de ingreso –vender flores o caramelos o limpiar parabrisas–, y así comienza el contacto con la calle.

La violencia, el abuso sexual y el consumo de sustancias altera la forma en la que un niño, niña o adolescente se ve a sí mismo y al mundo externo. Una estrategia de supervivencia es unirse a grupos que se convierten en sus principales referentes de comportamiento. En su proceso de adaptación aprenden discursos, límites y formas de vincularse. Una constante es el conflicto que representa el adaptarse a estos códigos y su posterior inserción en la sociedad estructurada. Las bandas callejeras actúan como “familias sustitutas”: entre todos se protegen de la violencia o el acoso externos. Sin embargo, atraen a los niños a actividades delictivas y al consumo de drogas.

Si son enviados a casas de abrigo o entidades de cuidados, si son adoptados por una familia o en un futuro llegan a tener un empleo, hay choques entre lo que han normalizado y lo que la sociedad espera de ellos. Esto puede ser una razón de futuros rechazos al momento de intentar su reinserción social y un factor de riesgo para repetir la situación de calle.

La capacidad para recibir, contener y establecer límites es clave para las personas o entidades que los reciban, comprendiendo que no son un objeto a ser extraído de las calles, sino sujetos de derecho que siguen teniendo sueños, metas y la capacidad para expresar su acuerdo o desacuerdo en el proceso de inserción social. Una forma de asegurar estos procesos es entender que se trata de un problema sistemático y que la presencia de la atención psicológica y de trabajo social los favorece.

La atención psicológica ofrece un espacio para resignificar y elaborar los duelos que conllevan los cambios que han sufrido en su infancia. El acompañamiento por psicología también es necesario por parte de los cuidadores o el hogar que esté en proceso de acogida, debido a que el desconocimiento y la frustración pueden ser factores que los hagan desistir en el proceso.

La visibilidad que invisibiliza sus derechos

Durante las protestas de 2017 era común ver a niños en situación de calle reseñados en los medios. Se decía que también alzaban su voz por un país mejor y se les preguntaba dónde vivían y cómo. Les regalaban desde comida hasta zapatos. Los llamaban “niños de la resistencia”. Cinco meses antes, eran señalados como personas extremadamente peligrosas y frías, tras conocerse en los medios el caso de la banda “Los Cachorros” de Sabana Grande. En 2018 reaparecieron bajo el mismo perfil, asociados únicamente a la delincuencia. Más de cuarenta ONG pidieron a los medios de comunicación proteger los derechos de la niñez y la adolescencia: “Los niños, niñas y adolescentes en situación de calle son Sujetos de Derechos y la sociedad está obligada a ser corresponsable en su protección”.

“Hay una línea muy delgada entre ser víctimas y victimarios. Tienen una vida sin normas, eso llama la atención, pero recordemos que al mismo tiempo viven en modo de supervivencia”, dice Gloriana Faría, coordinadora del Servicio de Atención Jurídica de Cecodap. Explica que engancharse a la calle es un proceso progresivo, por lo que es imposible pedir programas que den soluciones expeditas. Se requieren políticas de largo aliento, paciencia y recursos.

Faría relata que hace diez años se realizó un estudio en el municipio Chacao sobre la niñez en situación de calle y en actividades marginales. “Encontramos que muchos ayudan a la supervivencia del hogar aportando dinero y que sufren muchísimo maltrato. Los padres o madres solían dejarlos en un lugar y luego recogerlos. De hecho, no solían vivir en el municipio, ni siquiera en Caracas. Muchos venían de los Valles del Tuy”.

Poli es uno de estos casos. Tenía 15 años la primera vez que fue entrevistada. Deambulaba en las calles desde los 11 como alternativa a un hogar en donde no se sentía querida. En aquel entonces su madre había fallecido. Vivía en Fila de Mariches con su papá, sus 5 hermanos y su abuela materna. “Odio a mi papá porque le pegaba a mi mamá. Tenía otra mujer, que se convirtió en mi madrastra, pero tampoco la quiero. Una vez peleamos entre nosotras y mi papá me dio con un palo en la cabeza”.

Cuando comenzó a dormir en las calles se enamoró de Gus, un adolescente como ella que le decía qué comer y a quién evitar y, cuando el mundo era más hostil de lo que podía aguantar, Gus también le ofreció su propia casa para dormir. Comenzó a pedir dinero en las calles de Los Valles del Tuy, en el estado Miranda. Pronto decidió irse a Caracas, a la capital, tentada por la posibilidad de ganar más dinero. Sabía leer y escribir. Estudió hasta cuarto año de educación media y esperaba terminar el bachillerato algún día.

Poli se juntaba con un grupo numeroso de niños que tampoco se sentían amados en sus casas. En el grupo había un niño de 13 años que lloraba casi todos los días porque su madre emigró a Colombia y lo dejó solo con su padre enfermo. Otro, de 14, aseguraba que su mamá quería más a su padrastro que a él y por eso se fue de casa. Dos hermanos adolescentes decían que sentían dentro “un dolor muy grande” desde que su madre murió, pero no lo contaban a sus amigos por temor a ser vistos como personas débiles y blancos fáciles. Estaban en las calles desde que su abuela les pidió que dejaran el colegio para trabajar como vendedores ambulantes.

“Las políticas públicas para atender a los niños en situación de calle suelen fracasar porque entre entes privados, la sociedad civil y el Estado no se acoplan, trabajan por separado. Además, el diagnóstico de su contexto y formas de vida que nos daría luces de qué hacer es muy difícil porque se trata de una población flotante. Un día los encuentras en un sector, otro día en otro, desaparecen por algunos meses, luego los vuelves a ver”, explica Gloriana Faría. A ello se suma que los niños en situación de calle son estigmatizados y suelen sospechar de quienes se acercan a contar su historia o hacerles preguntas. Temen consecuencias y prefieren estar fuera del radar.

Poli, Beca y Guille fueron parte de una larga investigación que empezó en 2018. Hace 6 años que no se ven por las calles de Caracas.

Nota: Los nombres de los niños, niñas y adolescentes cuyas historias forman parte de este artículo fueron cambiados para proteger su identidad e integridad.Las razones de mayor peso solían asociarse a la violencia intrafamiliar.

 

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