Simón García: Tres momentos de Valencia en 1955

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Desde comienzos de la década del cincuenta Valencia experimenta importantes transformaciones: la más visible de todas es su urbanización. En 1950 tenía 41. 650 habitantes y forma parte, junto con Puerto Cabello y Guacara, de los tres municipios con una población urbana (70%) mayor a la rural, (30%).

Un pueblo grande que se va alejando del campo y adquiriendo una dimensión cultural, con Teatro Municipal; Ateneo; cines con música en vivo; fiestas en los clubes sociales; paseos en tranvías; programaciones musicales de emisoras radiales como la Voz de Carabobo(1935), Radio Valencia (1936), Radio 810, en 1950 y tres años más tarde Radio América con su orquesta de planta; un diario con excelentes profesionales que informan y forman desde los reducidos espacios del primer piso de su sede en la Av. Urdaneta a pocos metros de la Plaza Bolívar y la Catedral, ejes de la vida comercial, social y cultural. En el principio fue el centro.

Atrás quedaban costumbres y valores atados al predominio de la agricultura y el trabajo en el campo. La monotonía cede ante un mejor uso del tiempo libre y el cultivo pasa de la tierra a las personas. Hay una expansión de los colegios privados y de formación militar. Hay censura de prensa y represión política. Los estudiantes de primaria desfilan en la semana de la patria, tras bandas marciales como las de La Salle y el Don Bosco.

Pero los jóvenes tienen un horizonte de futuro para imaginarse nuevos propósitos. Hay seguridad en las calles, trabajo y una moneda dura.

En 1955 la dictadura del Coronel Pérez Jiménez parecía un régimen fuerte y estable.

Esa fue la imagen que lo acompaño en sus varias visitas a Valencia con motivo de la celebración del cuatricentenario. En ellas inauguró, acompañado de su ministro de Obras Públicas Julio Bacalao Lara y del Gobernador Ricardo Arroyo Ludert, obras construidas por el Estado como el primer tramo de la Autopista del Este, la Escuela Técnica, la Urbanización Los Sauces, el Estadio Cuatricentenario o del sector privado como la fábrica de cauchos Goodyear, la reconstrucción del Hotel 400 y Radio América.

En los agasajos estuvieron integrantes de instituciones locales. El Presidente del Concejo; Monseñor Adam quien ofició una misa pontificia en la Catedral; el Gobernador Arroyo Ludert; el Secretario General de Gobierno, José Rafael Medina Iturbe; el Presidente del Centro de Amigos, Armando Branger; el Presidente y Vicepresidente del Country Club, Rafael Yanes Gordils y Miguel Bello Rodríguez, cuando aún no sospechaba que sería político; Salvador Feo La Cruz; Guillermo Degwitz y muchos miembros de la alta valencianidad.

Un segundo suceso que elevó la significación cultural de Valencia en el ámbito cultural nacional e internacional fue la inauguración el 29 de septiembre de 1955 de la Exposición Internacional de Pintura. La iniciativa fue asumida y preparada ese año con los afanes y el entusiasmo de toda la Junta Directiva del Ateneo de Valencia integrada por Frida Añez Machado como Presidenta; Alfonso Marín, Vicepresidente; Mery Schwarzemberg, Secretaria; Federico Estopiñán, Tesorero y Vocales Luis Eduardo Chávez y Carlos Luis Ferrero Tamayo.

Para Elis Mercado, historiador y ex rector de la UC, con esa exposición irrumpe en Carabobo la modernidad en el ámbito de las artes plásticas. La presencia de 260 0bras deslumbrantes con firmas como las de Picasso, Presidente honorario de la exposición; Ferdinand Léger; Magritte; Buffet; Hartung; Vasarely; Siqueiros; Rivera; Portinari; Petorutti; Guayasamin; Wilfredo Lam;Herbin; Magnelli; Viera Da Silva o Karel Appel es suficiente para revelar la calidad de la muestra.

Se contó con dos secciones: una para artistas residentes en el país y otra para los invitados internacionales. La sección internacional fue ganada por Alfred Mannessier con su obra “Despertar de primavera” y Pascual Navarro recibió el premio correspondiente al arte nacional por su obra “Otoño”.

El éxito de la iniciativa constituía un aspecto medular de la programación del cuatricentenario. Un éxito que tuvo que superar numerosos obstáculos dentro del país gracias a la tenacidad del pequeño equipo integrado por directivos del Ateneo y el maestro Braulio Salazar, Director de la Escuela de Artes Plásticas Arturo Michelena. Y en el exterior, el maestro Oswaldo Vigas, quien actuó como representante del Ateneo para comprometer artistas de Paris y Europa.

Hubo un primer contratiempo cuando se intentó boicotear la exposición porque avalaba a un dictador. El asunto lo zanjó Picasso con un breve juicio: “los dictadores pasan, el arte permanece”. Poco después ocurrió una situación desagradable cuando la Compañía Shell, que se responsabilizó de financiar el diseño y edición del catálogo, se presentó con ejemplares impresos donde el pintor de Málaga había sido sustituido, como presidente honorario,  por el militar de Michelena.

Un tercer y serio contratiempo, indicador de la precariedad de una institución que tenía entonces una nómina de una Secretaria, una Bibliotecaria y un bedel, surgió cuando se le exigió al Ateneo cancelar el seguro de riesgo de las obras para poder desembarcarlas. Todas las diligencias para recabar los trescientos mil bolívares, entre gente de plata y empresas, fracasaron.

Así que a punto del verdadero saboteo a la inauguración, el maestro Luis Eduardo Chávez hipotecó la casa de los Chávez frente a la Plaza Bolívar, su herencia avaluada en más de tres veces el costo del seguro como garantía de pago. Un gesto de magnífico desprendimiento material que permitió que la exposición Internacional organizada por un Ateneo del interior abriera sus puertas un 25 de Septiembre de 1955, superando sueños y expectativas.

Meses antes,el 25 de marzo, día de Valencia, apenas el Presidente del Concejo Municipal, Teodoro Gubaira, terminó de presentarlo como orador de orden para celebrar los 400 años de la fundación de Valencia, José Rafael Pocaterra tomó el manojo de papeles en su mano y miró al público. En primera fila lo observaba el presidente “constitucional” Marcos Pérez Jiménez declarado  hijo preclaro de Valencia.

Uno se imagina a aquel luchador por la democracia, político más desde lo cívico que desde los grupos, preso a los 18 años por el dictador Cipriano Castro, el mismo autócrata militar que clausuró la UC en 1904 y de nuevo preso político por tres años en La Rotunda, donde escribió sus pequeñas notas, en el reverso del papel plateado de las cajas de cigarrillos, para redactar después su novela La casa de los Abila. Uno se imagina y podría preguntarse, ¿Quién sería entre los dos el que referiría a la decadencia del país? Pocaterra venía del exilio y recitó como un cisne, su portentoso Canto a Valencia, la de Venezuela.

En 1929, fue el Secretario de la invasión del Falke, comandada por Román Delgado Chalbaud quien murió a las 7 am, a las dos horas del primer combate en tierra. Frente a la derrota Pocaterra decide echar las armas al mar. Regresa a dar sus clases en el exilio de Canadá.

Entre 1941 y 1943 el General Medina lo nombra presidente del Estado Carabobo. Luego es embajador en Brasil y EEUU durante la presidencia de Rómulo Gallegos.

El asesinato de Carlos Delgado Chalbaud es un alerta para evitar una tercera prisión. Vuelve a su exilio en Canadá.

¿Qué podría haber sentido el Coronel Pérez Jiménez mientras oía declamar con voz segura aquel poema que ya desde la primera estrofa era una denuncia? “Y bajo el manto de tus lutos/ Penden tus pechos fláccidos/ donde el hocico de los brutos/agotó tu leche civil”.

Al concluir, Pérez Jiménez se levantó a felicitarlo. Suponemos que no hubo adulancias ni señalamientos destemplados. Pero el edecan del presidente, Ramón Vargas, no captó nada.

La voz de Pocaterra, fecunda en amor por Valencia, desplegó una reivindicación. Se reivindicaba a una ciudad por amor a ella, con hidalguía y sin concesiones.

Quizá las autoridades municipales se arriesgaron con esa invitación, pero aparentemente el hijo esclarecido percibió en el hijo ausente un tono nacionalista y una evocación minuciosa de los avatares de una ciudad. Nadie lo sabe. Ni siquiera quien lo acompañó al concluir su discurso, el morocho Francisco Reverón, quien habia Sido su chofer mientras estuvo como Presidente de Carabobo.

Silencioso y solitario, perdió su guerra contra el cáncer, 25 días después de los largos aplausos de sus coterráneos que abarrotaron el antiguo edificio consistorial de Valencia en la Plaza Bolívar, entonces sede del Concejo Municipal.

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