Jesús Alberto Castillo: El carácter ontológico de la política

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Aunque parezca insignificante para muchos que defienden determinada candidatura por emocionalidad o cualquier interés, es importante tener claro que la política encierra una naturaleza ontológica, es decir, tiene que ver con el ser. Pero, no es cualquier ser (los filósofos de la antigüedad usaban ese término para definir cualquier objeto de la realidad), sino con la persona humana.

De manera que indagar y comprender la condición del hombre es una tarea primordial de todo dirigente político para tomar decisiones, actuar y servir a la comunidad. El carácter ontológico de la política conduce a la búsqueda de respuestas al conjunto de interrogantes que se formulan los pensadores sobre las vivencias y padecimientos de los seres humanos como miembros de una comunidad.

Si se obvian esas consideraciones, entonces el andar del hombre en la política y, básicamente, en la cruenta batalla electoral no tiene sentido. Los votos, mayoritariamente, responden a criterios emocionales y son determinantes para la permanencia o el desplazamiento de determinados actores del poder. Por eso muchos candidatos ofrecen villas y castillos en sus acalorados discursos. Otros, más comedidos, prefieren hablar con la verdad y adecuar el drama que visualizan con la realidad financiera para no pasar por demagogos

Lo interesante es que el ser humano se constituye por cuerpo, emocionalidad y lenguaje. Esos elementos delinean su comportamiento y la percepción que tendrán los demás sobre él. Todo es lenguaje en la vida y la política no escapa de ello. A través de él nos permitimos interpretar la realidad y el género humano y asignarles sentido. No es casual, entonces, que un candidato despierte entre sus seguidores sentimientos encontrados y exalte las pasiones jamás imaginada que pudieran ser favorables o, contrariamente, nocivas para una determinada nación. De eso hay evidentes experiencias históricas en la humanidad

Por eso debemos ser conscientes a la hora de analizar a cada candidato, su tipo de discurso y la oferta programática que plantea. Hay muchos encantadores de serpientes que se valen de su carisma personal y de novedosas técnicas persuasivas para atrapar a grandes segmentos de la población con fines proselitistas y, luego de asirse del poder, se convierten en “máquinas demoledoras” de suelos y esperanzas. Pasan a ejercer el despotismo y condenar a millones de personas a las peores condiciones de vida. Pues, hasta los tiranos tienen su propio mundo lingüístico, lleno de fantasías y caprichos inimaginables que pueden vulnerar los más genuinos principios éticos.

La ontología política construye su propio espacio, donde el individuo es arte y parte de su lenguaje. Es el “Dasein”, ese sujeto ahí en su mundo, parafraseando a Heidegger.  Padece y vive su realidad, ríe y llora frente a los hechos cotidianos. Es su experiencia poética porque se enamora de lo que hace en el trajinar proselitista, bien sea como dirigente o dirigido.

La campaña electoral contagia a propios y extraños. Tiene su embrujo y más de uno cae por incauto, víctima de la muchedumbre fervorosa, el colorido desenfrenado, el discurso contagiante y la plata reluciente. Es antología a toda prueba que endulza como la poesía el alma de los entusiastas electores.

De manera magistral el poeta Eugenio Montejo en “La Terredad de todo. Una lección ontológica” (2007:424) devela ese ontológico mundo al señalar “Mi acercamiento al poema ocurre por la vía de las imágenes, que es el lenguaje de lo afectivo, de lo anterior al raciocinio. Los sentidos nos hablan por imágenes”. La política electoral se parece mucho a lo antes expresado. En ella usamos el lenguaje para atrapar, contagiar y seducir. No lo olvidemos, entonces, la ontología política está en todas partes. Con ella construirnos, transformarnos o, contrariamente nos condenarnos a nosotros mismos.

Politólogo y profesor universitario.

 

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