Herfried Münkler: El mito de la batalla de Stalingrado

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La autoconfianza rusa no marcha en buena forma desde el siglo XIX: la opinión pública sentía en ese siglo que se estaba quedando atrás del desarrollo europeo, especialmente en términos económicos y tecnológicos. Cierto, algunos podían al menos contrarrestar las influencias intelectuales y culturales de Europa occidental con referencia a su propia literatura y música, pero en lo que respecta a la ciencia y la industria, Rusia estaba rezagada en comparación con Europa.

Rusia pareció salir de este retraso cuando la Grande Armée de Napoleón fue derrotada en 1812 para después posicionarse como un actor militar invencible en la escena europea. La “Guerra Patriótica”, como se denominó la lucha contra Napoleón, se convirtió en un baluarte para la política de Rusia. Desde 1945, la “Gran Guerra Patria”, como se denominó la lucha defensiva de la Unión Soviética contra la Alemania nazi de 1941 a 1945 después de 1812, ha tenido una función similar.

Con la desestalinización bajo Jruschov, el tema de la conciencia histórica pasó a un segundo plano. Además, Stalingrado cambió su nombre por el de Volgogrado, y la gente ganaba confianza en sí misma por haber estado en el espacio antes que los estadounidenses. El presente y el futuro ocuparon el lugar del pasado. Con el colapso de la Unión Soviética a principios de la década de 1990, esto se terminó. Rusia se convirtió en proveedor de materias primas y energía de los europeos, quienes a cambio enviaban capital y tecnología a Rusia hasta el inicio de las sanciones en respuesta al ataque a Ucrania.

En la era de Putin, la “Gran Guerra Patriótica” y con ella, la reivindicación de Stalin, han recuperado su reputación perdida. Existe incluso la iniciativa para cambiar el nombre de Volgogrado por Stalingrado y así sacar a relucir nuevamente el mito de la victoria sobre la Alemania nazi.

La importancia de la victoria en Stalingrado para la autoimagen política de Putin y sus seguidores quedó demostrada en las celebraciones del 80 aniversario del final de la guerra, en las que Putin situó la guerra de agresión rusa contra Ucrania en la tradición de la “Gran Guerra Patriótica” denominando al gobierno democráticamente elegido de Ucrania como los “nuevos nazis”. A través de una falsa tradición busca, evidentemente, su legitimidad.

¿El gran punto de inflexión?

Pero, ¿fue realmente Stalingrado la batalla decisiva que cambió el rumbo a favor de la Unión Soviética marcando el gran punto de inflexión de la guerra? Así lo percibían muchos contemporáneos en 1943. Pero después los  historiadores han dibujado una imagen más matizada: ya sea argumentando que el punto de inflexión fue en realidad el estancamiento de la ofensiva alemana cerca de Moscú a fines del otoño de 1941, junto con la entrada de Estados Unidos en la guerra, o señalando la importancia de la entregas de camiones y armas estadounidenses a la Unión Soviética, hecho que habría dado al Ejército Rojo la movilidad para poder hacer frente a la guerra de movimiento de la Wehrmacht.

Otros apuntan a la batalla de tanques de Kursk en el verano de 1943, cuando los alemanes tomaron una vez más la iniciativa pero usaron mal sus nuevos tanques, lo que les impidió la transición a la guerra de movimiento. Otros creen que Hitler perdió la guerra en Dunkerque ya en el verano de 1941, cuando no logró aplastar al ejército británico, lo que permitió a Churchill continuar la guerra. Hecho que a su vez obligó a Hitler a cancelar el pacto que había hecho con Stalin en agosto de 1939 y a atacar al aliado temporal, de forma análoga a Napoleón en 1812. Y aún hay otros que piensan que para poder marcar el punto de inflexión de la guerra, la derrota alemana en Stalingrado debe ser pensada junto con el fracaso de Rommel en el norte de África.

De acuerdo a la historiografía oficial rusa, Stalingrado marcó el giro de la guerra. La interpretación de los aliados occidentales es diferente. Para ellos el desembarco de Normandía en el verano de 1944 decidió el fin de la guerra. Lo que está en juego, en pregunta subyacente es quién en primer lugar ganó la guerra: los angloamericanos o los soviéticos. La  respuesta a esta pregunta mantuvo cierta explosividad política durante la Guerra Fría.

En principio a los alemanes no importaba dónde estaba el punto de inflexión de la guerra. Habían perdido la guerra, y con los años muchos llegaron a creer que eso era algo bueno, que la rendición era un “día de liberación” y que ellos habían servido a un gobierno criminal, hasta llegar al punto de verse involucrados en los crímenes del régimen, incluidos los soldados del 6º Ejército, que habían perecido en Stalingrado.

Lo que Putin calla

Si había preguntas sobre Stalingrado, estas giraban en torno al problema de por qué Hitler estaba tan obsesionado con la ciudad en el Volga hasta el punto de ignorar todas las advertencias de una inminente amplia ofensiva soviética determinando con ello que las tropas rodeadas no pudieran escapar del cerco…

Con respecto a la logística soviética, puede haber habido algunos argumentos a favor de bloquear la ruta de suministro del Volga, pero lo que no estaba claro es por qué tenía que ser en Stalingrado donde los combates callejeros y la lucha de casa por casa llevaron a pérdidas que obligaban a renunciar a las ventajas de la movilidad operativa. Probablemente algo tuvo que ver con la fijación de Hitler por el nombre de la ciudad. Desde un punto de vista psicoanalítico, el hecho de que Hitler lo negara expresamente puede verse como una confirmación de su obsesión.

En cuanto a las recientes celebraciones rusas de la “Gran Guerra Patria” y la Batalla de Stalingrado, Putin cometió dos omisiones flagrantes: una, el hecho de que no fueron solo los rusos quienes defendieron la ciudad en el Volga y el contraataque para rodear a los atacantes, sino también los ucranianos, los que, además, habían pagado el precio más alto con su sangre derramada en esa guerra. Y luego estaba el hecho inobjetable de que Hitler y Stalin habían sido cómplices desde 1939 hasta 1941, quienes se repartieron a Polonia, para luego entregar los Estados Bálticos a la Unión Soviética.

Con el Pacto Hitler-Stalin, el acuerdo de París de 1919 – que Hitler había comenzado a “mordisquear” con la “anexión” de Austria y la ocupación de la región de los Sudetes desde 1938 – fue definitivamente destruido. No pocos partidarios del régimen de la NS -probablemente el más destacado fue el geopolítico Karl Haushofer- vieron en el pacto entre el Gran Reich Alemán y la Unión Soviética, una alianza estratégica y duradera en contra de las potencias marítimas de Gran Bretaña y los Estados Unidos.

Como en los viejos mitos

Existen muchas teorías acerca  de por qué Hitler puso fin a la alianza con la invasión de la Unión Soviética. Pero Putin no menciona para nada la posición del Kremlin durante la Segunda Guerra Mundial. En cambio, Ucrania nos es presentada hoy como una nueva amenaza para Rusia, a pesar de que son los tanques rusos los que han entrado en Ucrania, y no al revés.

Una vez más, la Batalla de Stalingrado está siendo manipulada para legitimar acciones militares y obtener el apoyo de la población.

Por cierto, al inicio de la instrumentalización histórico-política de Stalingrado ya se encontraban presentes en Göring y Goebbels, Mariscal del Reich y Ministro de Propaganda del régimen nazi respectivamente, a quienes se les había asignado la tarea de instruir a la población alemana sobre la catástrofe militar de Stalingrado y la caída del 6º Ejército. Y así lo hicieron para que la voluntad de marchar a la guerra no se debilitara.

Goering, refiriéndose al Nibelungenlied, comparó la lucha final en Stalingrado con la desesperada resistencia de los borgoñones en el salón en llamas del rey huno Etzel, para terminar este paralelo con la sorprendente conclusión de que la “victoria final” de Alemania se obtuvo en el Volga.

Goering, había asegurado previamente que su fuerza aérea abastecería al ejército rodeado, desde el aire, lo que luego resultó ser un grave error de información. Además, el ejército en Stalingrado de ninguna manera había luchado “hasta el último hombre”, como afirmó Goering en analogía con el Nibelungenlied, pues el mariscal de campo Paulus, cuando se acabó la munición, decidió sensatamente rendirse, en contra de las órdenes de Hitler.

Goebbels en el Sportpalast de Berlín

Goebbels, por su parte, reaccionó ante el desastre de  Stalingrado con su famoso discurso del  Palacio de los Deportes. Lanzando la pregunta retórica de si querían una “guerra total”, incitó repetidamente a la audiencia a rugir frenéticamente que sí. Con esta actuación, el ministro de propaganda, caído en desgracia con Hitler debido a sus amoríos de Babelsberg, pasó de nuevo a las primera filas del régimen.

La manipulación de la batalla de Stalingrado tenía también que ver con el tema de las luchas de posiciones dentro del régimen nazi. Si observamos las omisiones de un Dimitry Medvedev, en Rusia parece ocurrir algo bastante similar. La gestión conmemorativa de grandes eventos militares será siempre motivo de indagación crítica. En el caso de la Batalla de Stalingrado es particularmente así. (NZZ)

Título original: Russland definiert sich über den Krieg: Die Feiern zur Erinnerung an die Schlacht von Stalingrad zeigen Putins Geschichtsklitterung

 

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