Gabriel Pastor: La cumbre de la CELAC una oportunidad desperdiciada

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La Declaración de Buenos Aires, que recoge los lineamientos e intenciones de la VII Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), realizada en la capital de Argentina el pasado martes 24 de enero, es un espejo de aumento que refleja, sin deformar, las peores imperfecciones de los gobiernos políticos de la región, propias de una prédica voluntarista y, más aún, perjudicada por el vuelco hacia posiciones de izquierda negadoras de la realidad.

En un contexto geopolítico dominado por la guerra duradera de Rusia en Ucrania, la rivalidad intensa entre Estados Unidos y China por la supremacía mundial, tensiones por la autonomía de Taiwán, sumados numerosos problemas internos en los países, de orden político, económico y social, la CELAC aprueba un documento variopinto de 111 puntos en 28 páginas que hasta se refiere a «la importancia de los camélidos».

El documento surgido de la Cumbre, carente de fuerza jurídica obligatoria, es un mecanismo intergubernamental en clave de foro. Con una solemnidad para expresar la voluntad política regional que no alcanzó a camuflar dos clases de problemas que comprometen el futuro: las expresiones de buenos deseos, que abarcan los temas de la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible, con énfasis en el qué hacer pero no en el cómo hacer las cosas; y el desconocimiento de la responsabilidad que les cabe a los Estados en las derivas institucionales, políticas y económicas que sinceró la pandemia de covid-19.

Agenda de propósitos

La CELAC, fundada en 2010 con el objetivo explícito de avanzar en la integración regional y ser una «voz única» en las decisiones políticas comunes no tiene trofeos genuinos en sus casi 13 años de vida.

Hubo progresos en cuanto a la integración, pero a influjo de las empresas y del conjunto de la sociedad civil, sin la suficiente impronta política para evitar el rezago de América Latina y el Caribe en comparación con otras zonas comerciales. Es mucho lo que la acción gubernamental podría haber hecho al respecto.

La afirmación de que se quiere avanzar en la integración o la declaración del compromiso con el desarrollo sustentable exigen una confiabilidad que, a esta altura de las circunstancias, se gana con planes creíbles y cronogramas bien definidos o, por lo menos, compromisos claros en estos dos aspectos.

Y ese sentido, un mayor énfasis en el libre comercio, no únicamente en las quejas por las medidas restrictivas al intercambio que se observan en el mundo. La integración no es lo mismo que el libre comercio, un instrumento potente del crecimiento económico, pero también beneficioso para la tolerancia, la libertad y el combate a los dogmatismos, como muestra la historia de la humanidad desde la Antigüedad clásica.

Más impracticable puede suponer la suerte de versión actualizada de la patria grande del socialista-peronista argentino Manuel Ugarte (1875-1951), en referencia a la unidad regional, que recoge de otros modos la CELAC. Una entelequia histórica que, contaminada de ideología, provoca desvíos trascendentes, pues altera la buena política democrática.

La crisis política de Perú es un ejemplo ilustrativo cercano en el tiempo acerca de las diferencias entre los países. Por un lado, el respaldo de los gobernantes Alberto Fernández (Argentina) y Luiz Inácio Lula da Silva (Brasil) a la presidenta por sucesión constitucional Dina Boluarte; igual que Gabriel Boric (Chile), aunque luego lanzó fuertes críticas a la mandataria peruana por la represión policial en las recientes protestas masivas en el país. Por otro, los presidentes Andrés Manuel López Obrador (México) y Gustavo Petro (Colombia) a favor del depuesto Pedro Castillo.

Obligaciones democráticas

Un mecanismo político regional nacido sin Estados Unidos ni Canadá, en clara contraposición a la Organización de Estados Americanos (OEA), tiene que asumir más obligaciones con la democracia, el respeto a los derechos humanos y el Estado de derecho, y de ningún modo igualarlos al principio de no intervención en los asuntos internos de los Estados, si alguno de ellos se aparta de la Carta Democrática Interamericana.

Que Cuba, Nicaragua y Venezuela sean dictaduras intervinientes de un documento que remarca el compromiso «con la preservación de los valores democráticos y con la vigencia plena e irrestricta de las instituciones y del Estado de derecho» borra de un plumazo el sentido de todos los artículos de la Declaración de Buenos Aires referidas al tema.

El pasado 12 de enero, Human Rights Watch pidió a los gobiernos de América Latina y el Caribe que aborden los problemas de derechos humanos. Sobre Venezuela, Nicaragua y Cuba dijo que «los gobiernos represivos cometen abusos atroces contra los críticos para silenciar la disidencia».

Para esta organización de la sociedad civil que investiga e informa sobre los abusos en todo el mundo, los líderes democráticos de América Latina juegan «un papel esencial» en presionar a Nicolás Maduro —«para que negocie condiciones electorales aceptables»— a Daniel Ortega —«para liberar a más de 200 presos políticos»— y al régimen cubano —para que retire los cargos contra las personas que han sido detenidas «arbitrariamente» en la isla—.

Por lo demás, la desestimación del componente democrático, por parte una mayoría robusta de la CELAC, supone un mensaje político divisivo, con todo lo que ello significa en sociedades polarizadas: el gobierno desconsidera la conciliación de los intereses divergentes que existen en un Estado, algo que adquiere mayor dimensión en presidentes débiles, como es moneda corriente en la región.

Falta de pragmatismo

La puesta en escena en las instalaciones del Sheraton Buenos Aires Hotel & Convention Center tuvo como actor protagónico al presidente de Brasil, Luis Inácio Lula da Silva, entusiasmado por el significado de la reunión en cuanto a la vuelta de su país a la mesa exclusiva de los 33 países de América Latina y el Caribe, tras la interrupción de su antecesor y rival Jair Bolsonaro en protesta por la participación de las dictaduras latinoamericanas.

Lula da Silva fue decisivo en el carácter de la Cumbre, cuyo ánimo alimentó un espíritu fundacional de la CELAC, después de un largo declive por divisiones internas e ideas extemporáneas.

Empero, la Declaración de Buenos Aires, los discursos y gestos de los principales impulsores de la Cumbre y de presidentes afines, denotan un asombrosa falta de pragmatismo, necesaria para aprovechar en gran manera la abundancia de alimentos de la región en un escenario de guerra o las reservas de minerales críticos fundamentales para la transición energética que impone el cambio climático.

Las alas del progreso no se despliegan sin decisiones de firmeza a favor de la democracia plena en toda América Latina y el Caribe. Y no levanta vuelo sin el libre comercio y sin promoción de reformas tendientes a la mejora de la competitividad que precisan de tres cualidades: costos internos razonables, recursos humanos educados y acceso a la tecnología.

Si «la felicidad consiste en prosperar, no en haber prosperado», como dijo Hobbes, entonces hay que arriar banderas descoloridas y desflecadas de la Guerra Fría, dejar a un lado la retórica latinoamericana y, en su lugar, promover aquella agenda que es tan virtuosa como realista.

Periodista uruguayo radicado en Washington. Analista de asuntos latinoamericanos. Magíster en filosofía contemporánea. Licenciado en Comunicación. Exprofesor de la Universidad Sergio Arboleda de Bogotá. Corresponsal de El Observador de Uruguay.

 

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