Antonio Urdaneta Aguirre: Dibujo de la emergencia

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La última década del siglo XX resultó fatal para los partidos políticos venezolanos y fue peor para la democracia en nuestro país. Las dos organizaciones partidistas que mayor influencia ejercieron en la vida nacional durante la segunda mitad de la centuria, específicamente de Acción Democrática (AD) y Copei, se puede decir que fueron objeto de un acelerado proceso de autodestrucción. Los errores acumulados en el tiempo, la aparición de grupos de poder intrapartidos sustitutivos de un verdadero ejercicio de la democracia interna y el abandono de las bases partidistas, entre otras incidencias, se tradujeron en una poderosa carga de dinamita, cuya explosión prácticamente convirtió en escombros la arquitectura política que, hasta entonces, había servido de soporte a la democracia nacional.

En el caso de Acción Democrática, tres mortales divisiones agrietaron sus estructuras entre 1960 y 1967. Venezuela y el estamento democrático de todo el mundo, conocieron y lamentaron tan desafortunados acontecimientos. Sin embargo, el partido logró sobrevivir, recuperó buena parte de sus fuerzas y, cinco años después de la tercera división, AD retomó su rol protagónico; incluso ganó holgadamente las presidenciales en 1973, 1983 y 1988. Pero ya la democracia intrapartido tendía a la desaparición; las estructuras partidistas de base fueron desmanteladas y sustituidas por otras de carácter administrativo, designadas “desde arriba”. Mejor dicho, las escuelas políticas accióndemocratistas que permanecieron abiertas durante más de 40 años, cesaron en sus funciones. En resumen, el ejercicio democrático de la militancia fue asumido por la acción centralista de los grupos de poder que surgieron a nivel nacional, con sus respectivas ramificaciones en el resto del país. ¡Lo demás es historia conocida!

En cuanto al desmoronamiento que sufrió Copei, casi de súbito, la historia es más corta. Su líder fundador Rafael Caldera, cuando ya el partido dejó de servirle a él exclusivamente, lo decapitó, hizo su tienda aparte, fue tentado por la mafia de los militares que dio el golpe de Estado de 1992 y se alió con un archipiélago de partiditos izquierdosos, al que llamaron “El Chiripero”. Aprovechó la situación en la que se encontraba Acción Democrática, ganó las elecciones presidenciales de 1993, asumió el poder en 1994 y ese mismo año puso en libertad al autor de la asonada militar y a sus cómplices. Luego orientó su gestión en función de terminar de destruir la democracia y hacer de su gobierno el tobogán que utilizó Hugo Chávez, para que éste llegara en caída libre justo en el palacio presidencial de Miraflores. Las consecuencias ya las conocemos muy bien, porque las estamos padeciendo; una herencia nefasta, por supuesto.

Este breve dibujo, aunque expresa una escena dramática con pocos actores, sin embargo es elocuente, si pretendemos imaginar lo compleja que es nuestra situación política actual. En este momento es difícil avistar un horizonte despejado al respecto. La vieja política, si es que puede decirse así, ofrece muy poco; y la nueva apenas empieza a manifestar muy tímidamente, a pesar de que sus incursiones en la competencia electoral apuntan hacia una esperanza en desarrollo. Veremos si ese súbito impulso de las fuerzas políticas emergentes se incrementa con la celeridad que exige la sociedad democrática. ¡Ni un segundo debería desperdiciarse! Pero es necesario que reconozcamos definitivamente, que el hacer político por venir ha de ser un compromiso de todos. ¡De lo contrario el hundimiento absoluto será inevitable!

Educador / Escritor – urdaneta.antonio@gmail.com- @UrdanetaAguirre

 

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Sobre María Corina Machado