José Luis Pedreira: El largo camino de la identidad sexual

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De lo asignado a lo sentido

Durante las últimas semanas ha emergido un debate ácido con tintes de amargos entre algún grupo de feministas y colectivos LGTBI. Es triste que colectivos que se pretenden progresistas se enzarcen en enfrentamientos puramente ideológicos en cuanto a la pertenencia a uno u otro colectivo.

El diccionario de la Real Academia Española (DRAE) define identidad con explicaciones muy pertinentes para pensar y reflexionar acerca de sus contenidos, no solo para repetir:

Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás.

Conciencia que una persona o colectividad tiene de ella misma y distinta de las demás

Hecho de ser alguien o algo el mismo que se supone o se busca.

Es muy relevante señalar los contenidos: Existe un doble mecanismo de identidad, uno es a nivel subjetivo por el hecho de reconocerse a sí mismo y, el segundo, remite a la articulación grupal y social, las dos cosas: grupal y social. En general se refiere al matiz de la diferencia, el antropólogo Claude Lévi-Strauss, señala precisamente que en la diferencia se señala la identidad de cada sujeto, una diferencia en relación al otro en lo individual y en relación a los otros el relacionarse con lo grupal o lo social. Buen matiz la diferencia entre lo social y lo grupal, en efecto el marco amplio de la social puede incluir varios grupos diferenciados que se diferencian por integrantes, ideología, aficiones, edades u otro tipo de factores que identifican a los integrantes de tal o cual grupo, pero no al conjunto social. Una persona puede ser madrileña y ser socio del Atlético de Madrid o, con el mismo madrileñismo, ser socia del Rayo Vallecano, del Leganés o del Real Madrid; el marco social es Madrid y el grupo de futbol es uno u otro, con el mismo derecho, viva donde vida, sea donde sea su lugar de residencia del conjunto de Madrid.

En el campo del funcionamiento mental, la identidad personal está constituida por el conjunto de características propias de una persona que le permite reconocerse como un individuo diferente a los demás. Ese marco de referencia, perceptivo y subjetivo, construye el sustrato de la diferencia que asigna una u otra identidad, tal como lo señalaba Lévy-Strauss. Así que identidad, subjetivo y diferencia van en mismo paquete.

Por lo tanto, la identidad personal también se refiere al concepto que cada individuo tiene de sí mismo; se construye en función de lo que cada persona percibe, sabe y tiene conciencia de que es, y le distingue del resto. Es decir, permite declarar: “yo soy”, así de rotundo.

El proceso de obtención de la identidad personal se inicia en la infancia, desde el momento en que el individuo es consciente de su propia existencia; continúa durante la adolescencia y se consolida en la adultez, cuando el individuo es consciente de su lugar dentro de la sociedad. Por lo que la identidad personal se construye a lo largo de todo el desarrollo del sujeto, a la percepción del “yo soy”, se va adicionando el conjunto de los roles sociales que va asumiendo y desempeñando y que configura, de forma definitiva al sujeto.

La ciencia nos afirma que la identidad personal conforma el carácter, modula el temperamento, las actitudes y los intereses de la persona; se sabe que la identidad personal moldea la conducta externa y va definiendo ciertos aspectos de la vida, consecuentes con su participación en la vida social y a su afinidad o diferencia con determinados grupos sociales. Por lo tanto, la identidad personal es uno de los factores que se integran en la personalidad del individuo, junto con el temperamento y el carácter.

Pero también el concepto de identidad personal, desde distintos ámbitos, tiene una serie de características más estables, como son:

Constancia. La identidad es un conjunto de rasgos constantes que pueden apreciarse de la misma manera a lo largo del tiempo, si bien es posible que acontezcan algún tipo de cambios a largo plazo.

Coherencia. En la identidad personal se puede predecir algunos de sus rasgos, algunas de sus reacciones y respuestas ante determinadas condiciones o estímulos.

Adaptabilidad. Se refiere a los cambios que acontecen a lo largo del tiempo, según la influencia de las experiencias vitales que van suprimiendo ciertas conductas e implantando otras.

Carácter socio-cultural. Esto quiere decir que la identidad se da en contraposición a los demás, ya que está definida en base a las semejanzas o diferencias respecto de quienes comparten con nosotros una comunidad y una cultura. Así se explica el influjo en la identidad de la ideología política, o de grupos de ocio, o la creencia religiosa.

De esta suerte, la identidad debe considerarse como un fenómeno subjetivo, de elaboración personal, que se construye simbólicamente en interacción con los otros. La identidad personal también va ligada a un sentido de pertenencia a distintos grupos socio- culturales con los que el sujeto considera que comparte características en común. Es decir, el componente subjetivo depende de los contenidos imaginarios y simbólicos del propio sujeto, lo que interactúa de forma dialéctica con la identidad social, que se elabora a partir del reconocimiento de valores, creencias y rasgos característicos del grupo o los grupos de pertenencia. De tal suerte que una misma persona puede ser del Atlético de Madrid, de ideología progresista, agnóstico y del club de mus del bar de la esquina, en cada contexto responde a las características de específicas de integración en cada uno de esos grupos, sin por ello renunciar a la pertenencia a los otros.

Tajfel (1981) ha definido a la identidad social como aquella parte del autoconcepto de un individuo que deriva del conocimiento de su pertenencia a un grupo social junto con el significado de valoración y emocional asociados a dicha pertenencia. También se asocia con la de movimiento social, en ella un grupo social promueve el derecho a la diferencia cultural con respecto a los demás grupos y al reconocimiento de tal derecho por las autoridades y los otros grupos externos; es el caso de los colectivos LGBTI o a las asociaciones de familiares de tal o cual proceso que altera la salud.

Carolina de la Torre define con precisión la identidad personal y colectiva: “Cuando se habla de la identidad de un sujeto individual o colectivo hacemos referencia a procesos que nos permiten asumir que ese sujeto, en determinado momento y contexto, es y tiene conciencia de ser él mismo, y que esa conciencia de sí se expresa (con mayor o menor elaboración) en su capacidad para diferenciarse de otros, identificarse con determinadas categorías, desarrollar sentimientos de pertenencia, mirarse reflexivamente y establecer narrativamente su continuidad a través de transformaciones y cambios. […]…la identidad es la conciencia de mismidad, lo mismo se trate de una persona que de un grupo. En la identidad el énfasis está en la diferencia con los demás; si se trata de una identidad colectiva, aunque es igualmente necesaria la diferencia con “otros” significativos, el énfasis está en la similitud entre los que comparten el mismo espacio sociopsicológico de pertenencia”.

Como ha quedado dicho, de La Torre hace referencia a la necesidad de las personas por construir una identidad individual y colectiva, sobre todo por la sensación de seguridad y estabilidad que proporcionan, en mi opinión esto acontece así porque la identidad individual aporta el estilo y la identidad colectiva aporta las reglas del terreno de juego, el puente para comprenderlo son el tipo y funcionamiento de los procesos vinculares que se desarrollan. Resulta gratificante el sentido de pertenencia a diversos grupos humanos, “que se ven a sí mismos con cierta continuidad y armonía, dadas por cualidades, representaciones y significados construidos en conjunto y compartidos”, esta posibilidad se explica por la calidad e intensidad de los vínculos establecidos por cada persona.

Pertenecer al “equipo humano” debería ser tenido como punto de partida (o de llegada) de toda construcción identitaria o autoconcepto de identidad. A partir de allí, cada uno puede identificarse con el resto de los grupos sociales y culturas de este mundo y se evitarían muchos prejuicios y discriminaciones.

Marcela Lagarde define a la identidad personal enfatizando el carácter activo del sujeto en su elaboración, que toma lo que considera necesario y deja a un lado lo que no precisa, del siguiente modo: “ la identidad tiene varias dimensiones: la identidad asignada, la identidad aprendida, la identidad internalizada que constituye la autoidentidad. La identidad siempre está en proceso constructivo, no es estática ni coherente, no se corresponde mecánicamente con los estereotipos. Cada persona reacciona de manera creativa al resolver su vida, y al resolverse, elabora los contenidos asignados a partir de su experiencia, sus anhelos y sus deseos sobre sí misma”. Por ello, la identidad se define por semejanza o diferencia en cuanto a los referentes simbólicos y ejemplares, cada quien crea su propia versión identitaria, caso muy patente a la hora de obtener la identidad sexual.

Los cambios de identidad parcial son una constante a lo largo de la vida, nos recuerda a Heráclito y su teoría del devenir. Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río. Asimismo, se mencionan las crisis personales como promotoras de esos cambios en la identidad que experimentamos a lo largo de nuestra vida. Tales crisis pueden ser impuestas por el entorno y, por ello, se las denomina crisis externas o puede provocarlas en el interior del propio sujeto, con su crecimiento y desarrollo, a veces ligado a las edades críticas o ciclos vitales, estas últimas crisis reciben la denominación de internas.

La Identidad de género y la perspectiva de género pretende que la sociedad sea consciente que los roles que se asignan al hombre y a la mujer, a raíz de su diferencia sexual, y que son considerados “naturales”, sean asumidos, en realidad, como meras conceptualizaciones socioculturales con raíces profundas en la sociedad contemporánea. Los roles de género son construcciones culturales de los roles sociales que una determinada sociedad le atribuye a los hombres y mujeres de forma diferenciada, en un cierto momento histórico.

En palabras de Marta Lamas: “Si bien las diferencias sexuales son la base sobre la cual se asienta una determinada distribución de papeles sociales, esta asignación no se desprende “naturalmente” de la biología, sino que es un hecho social”. La cultura de un grupo social condiciona los comportamientos subjetivos de las personas que lo integran. La modificación de ciertas pautas de conducta que coinciden con roles socio-culturales adjudicados en forma de mandatos, por el propio grupo de pertenencia, puede generar que la persona o personas responsables de dicho cambio sean estigmatizadas o discriminadas por dicho grupo, muy comprobado en los miembros de los colectivos LGTBI o en personas afectas de problemas mentales, este efecto es lo que denominamos estigma.

El riesgo de cumplir con las expectativas de los demás es que, en ocasiones, las mismas podrían encontrarse en franca contradicción con los propios deseos o metas de desarrollo del individuo, a esta situación se la denomina como alienación.

Mi colega y amigo José Luis González de Rivera nos señala: “el desarrollo psicológico sigue un esquema general que se completa en etapas críticas sucesivas”. El conjunto tiene que formar siempre un todo armónico e integrado y un fallo en alguna de las etapas inevitablemente repercute en todas las demás. La decisión crítica de quién se es y de qué se quiere hacer con la vida personal es la más difícil de tomar y, según la cultura de pertenencia, esta decisión se posterga, por lo menos, hasta los dieciocho años aunque generalmente se tarda más.

Sin comprender todo lo anterior sería muy difícil abordar la situación actual del tema motivo de este trabajo. La sexualidad es una parte integrante fundamental de la identidad humana. Siendo así es lógico que se busque una posición, un posicionamiento personal y social frente al hecho de la sexualidad. Primero aconteció con la orientación sexual, pasando de ser considerada como perversión, delito, enfermedad, hasta que finalmente se comprendió que era una forma diferenciada y clara de vivir los afectos, el amor y la sexualidad, pero dentro de la normalidad. Similar está aconteciendo, en la actualidad, con la identidad sexual que transitó por los procelosos mundos de lo innombrable, el delito, la enfermedad, hasta que hace un año la OMS decide que no es un trastorno y lo sitúa como un acontecimiento vital, sin más. Es evidente que aún queda mucho trayecto por recorrer, sobre todo en el campo de los derechos humanos. Ese es el primer paso, reconocer que los derechos “trans” u “homo” no son derechos sectoriales, sino que son derechos humanos, así de claro.

Tras abordar la identidad, hemos de abordar el hecho sexual. Los determinantes sexuales vienen definidos por lo somático del hecho genético y hormonal, lo social de la asignación de roles, lo educativo en base a los contenidos pedagógicos que trasmiten y, sobre todo, el proceso de desarrollo subjetivo de la persona que primero se identifica y luego construye su sexualidad, no solo en la práctica sexual, sino en la orientación del “yo amo” y la identidad sexual del “yo soy”. La complejidad de esta interacción de factores hace que la sexualidad sea un área compleja del ser humano que precisa un abordaje de comprensión multidisciplinar y que sea transversal a lo largo de la vida. Esta educación sexual integral y con contenidos afectivo-sexuales, incluye también la aceptación y respeto a la sexualidad propia y la del otro, lo que integra un valor ético de primera magnitud.

El determinante biológico es necesario, pero no es suficiente para explicar el sentimiento profundo de la identidad individual personal. Sabemos por la biología que existen personas que son genéticamente masculinos, con fórmula genética 46-XY, pero que su fenotipo natural externo es femenino, porque los receptores celulares no reconocen a los andrógenos, es como si tuviera “bloqueadores naturales” y fueran funcionantes, es el denominado Síndrome de Morris. También acontece similar con genotipos femeninos 46-XX y que anatómicamente no han desarrollado en la etapa fetal ni el útero, ni la vagina, es el denominado Síndrome de Mayer, Rokitansky, Küster, Hauser. También nos referimos a los hermafroditismos o pseudohermafroditismos, masculinos o femeninos, que dan sentido a la “I” de los colectivos LGBTI, la sigla de la intersexualidad, un campo en el olvido más absoluto, que ha dado lugar a interpretaciones e intervenciones médicas curiosas y disparatadas, en algunos casos.

Lo dicho con anterioridad confirma que en la identidad sexual el determinante biológico, por sí mismo, no es suficiente para establecer la identidad masculina o femenina. Aquí situamos que, por mor de lo dicho, definir al hecho sexual con lo binario de masculino y femenino, en ocasiones, puede ser insuficiente, apareciendo entonces el sexo fluido o no binario, una alternativa minoritaria, pero no por ello inexistente. Aquí no voy a hacer referencia a lo fluido o identidad no binaria, me referiré a lo binario, puesto que es donde se ha localizado el conflicto.

La identidad sexual, como valor subjetivo y constitutivo de la identidad individual y personal, configura un sentido de pertenencia e identitario de gran potencia, ambas dimensiones configuran el concepto de identidad personal que incluye, como no podría ser de otra forma, la identidad sexual, con su componente de reconocimiento personal y subjetivo, al que se unirá el rol social. Con estos dos componentes, subjetividad y social, se construye definitivamente la identidad sexual frente al sujeto y frente a los otros sociales.

Si alguien se identifica, se siente y vive con una identidad femenina, de mujer y como tal se presenta, ese sujeto es una mujer en toda su dimensión independientemente de lo que se exprese en el registro o en el DNI. Si desea que su nombre sea X, ese es el nombre que le denomina ante la sociedad en el seno del género que ella desea. El sexo será el predeterminado y asignado en la inscripción registral en base a las características morfológicas de sus órganos sexuales externos, pero su rol social y su pertenencia grupal pasa a ser aquel con el que se identifica y que se incluye en su identidad personal. Pasa a trasmitir el “yo soy” con la potencia y determinación del “yo soy”, definiendo su género sentido, su identidad personal de cara al hecho sexual en el marco social.

Podrá existir algún colectivo que señale que los determinantes externos de tipo anatómico no se corresponden con los del género establecido y convencional. Ese es otro componente de la identidad y que, de forma paulatina e individual, cada persona “trans” decide los pasos que hará en ese tránsito personal hacia la identidad sexual sentida.

En mi práctica profesional he tenido la oportunidad de estudiar 101 casos de transexualidad en la infancia y la adolescencia, puedo afirmar que las chicas “trans” eran mujeres en su total dimensión y contenido. Incluida la forma y manera de ubicarse en el sentimiento social de pelear por la determinación y el papel de las mujeres en la sociedad, con planteamientos nítidamente feministas. No hemos de recordar, una vez más, el papel que han tenido las mujeres transexuales en las luchas feministas del siglo XX, incluido España, o en las celebraciones del orgullo.

Hay que aceptar que quien se identifica y se siente como mujer, se viste como mujer, cambia su identidad registral a mujer, cambia su nombre a un nombre de mujer, habla y vive como mujer, se identifica con las luchas de las mujeres como parte integrante de ellas, al menos le hemos de reconocer su rol femenino. Si tiene este determinante social y este sentido de pertenencia al colectivo social femenino, ha pasado sinsabores mil y sufrimientos personales y sociales para ser quien es, entonces hemos de admitirle que es una mujer en su fuero interno y no debiera representar ningún desdoro para el conjunto de las mujeres.

Una persona que ha realizado tantos tránsitos y de forma harto dificultosa es porque posee una fuerte identidad en esa dirección y que su sentimiento va más allá de sus propios determinantes biológicos y socio-educativos iniciales. Ha de ser muy valiente para romper tantas ataduras, tantas cadenas para poder mostrarse tal cual se siente.

He de confesar que soy de los que piensa que no tengo amigas o amigos “trans”, yo tengo amigas y amigos con la consideración y el respeto que se merecen en el seno de la relación interpersonal que tengo con mis amistades en general.

No comprendo aún el empeño que tienen ciertos sectores del feminismo en no reconocer a las mujeres “trans” como tales mujeres. Vamos a suponer que tienen razones poderosas, pero ¿por qué expresarlo de forma abrupta y con tintes de transfobia? ¿qué necesidad hay para hacerlo así?

El concepto y los componentes de identidad son muy claros, por ello lo he expresado con bastante detenimiento al inicio del presente artículo. Sin estos fundamentos no se puede comprender todo lo demás. Ser claros con ese doble componente: lo subjetivo y la pertenencia a un grupo, así se constituye la identidad, a lo largo del proceso de desarrollo, incluyendo las crisis que acontecen, viéndolas también con un doble contenido de recomponer el presente y de proyectarse hacia el futuro. A partir de ahí se puede iniciar un diálogo que pueda acceder a la comprensión.

Queda otro tema: los contenidos concretos de la denominada ley “trans”, quizá eso será para ser contado en otra ocasión, como decía Michael Emde en la Historia interminable.

José Luis Pedreira es Psiquiatra y Psicoterapeuta de infancia y adolescencia. Profesor de  Psicopatología, Grado Criminología, UNED (jubilado). Prof. Salud Pública, Grado Trabajo Social, UNED (jubilado).

 

 

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