Con el perdón de los haitianos, al utilizar esta referencia como un escenario posible para Venezuela, lo hago para referirme a un caso extremo de desinstitucionalización o muy baja vigencia de las normas, organizaciones e interdependencias entre ellas; lo cual resulta en una sociedad de muy bajos resultados en todas las dimensiones de la vida en sociedad e individual; es decir, se trata de un territorio con gente pero no de una sociedad compuesta por grupos organizados que cooperan entre sí para lograr un nivel de vida aceptable y en paz.
El proceso mediante el cual Haití alcanzó esas características, deplorables, se debió a la férrea hegemonía de los colonos franceses sobre sus esclavos, traídos por secuestro y a la fuerza por las potencias europeas de los siglos XVII y XVIII. Aun así, Haití llegó a producir un 30% del PIB del imperio francés, principalmente en caña y azúcar. Eventualmente, la expansión de los cultivos hacia las laderas de los cerros circundantes erosionó los suelos altos y acidificó los antes muy productivos tablones de caña. Al descender la producción, las exportaciones y las ganancias, los colonos franceses empezaron a abandonar la isla, etc., etc., hasta que los esclavos se sublevaron contra los blancos y lograron instalarse en el poder. Aún en estas circunstancias, Haití seguía siendo rico, tanto que invadió y colonizó a su vecino, la República Dominicana en dos períodos cortos a fines del Siglo XVIII. Es decir, que cuando Simón Bolívar viaja a Haití a buscar apoyo fue allí porque podían dárselo.
Pero la riqueza sustentable de ninguna sociedad nunca ha estado en el suelo ni en el subsuelo, sino en su organización social cohesionada alrededor de la creencia mayoritaria en un modelo de nación, en sus reglas de juego o instituciones, en una organización pluralista según la cual no sólo se respetan las diferencias entre los grupos, sino que también éstos cooperan o se complementan entre sí mediante relaciones caracterizadas por la reciprocidad. Por eso la riqueza de Haití fue efímera. Expulsados o asesinados los franceses, resultó muy difícil crear otro orden basado en exesclavos, quienes no tenían otro marco de referencia que el modelo de sociedad que, justamente, rechazaban; pero no tenían ninguna educación ni visión que les generara consenso alrededor de otro modelo: Más bien habían desarrollado una cultura basada en la sumisión, la desconfianza, el miedo y la represión. Esta fórmula es una enfermedad difícil de curar porque, una vez liberados, la reacción es hacia un individualismo extremo, el cual acentúa la desconfianza, el “cada uno por su cuenta” o “sálvese quien pueda”. Desafortunadamente, nuestros hermanos haitianos viven así y los venezolanos presentamos fuertes síntomas de ello.
Se bloqueó la “siembra del petróleo”
Venezuela también logró su riqueza basada en la explotación de su subsuelo, pero, como los haitianos, nunca ha logrado ser una sociedad de socios. En Venezuela han predominado las dictaduras, las guerras, la desarticulación de los diversos sectores y la desconfianza entre ellos. Quien trató de crear una sociedad pluralista, interdependiente, más horizontal que vertical, el General Isaías Medina Angarita, fue derrocado y minimizado por quienes escribieron la historia. El régimen que eventualmente se ha reconocido como el “más democrático”, 1959-1999, en realidad fue uno de “pluralismo limitado” llamado “la partidocracia”. Bajo ese esquema, Venezuela prosperó porque, al menos nos pusimos de acuerdo para explotar el petróleo y repartirnos su riqueza, pero bien se cuidaron sus gobernantes de evitar la diversificación de las exportaciones en manos de empresarios y trabajadores privados porque eso hubiese creado una sociedad mucho más democrática. Al desterrar a la empresa privada y sus trabajadores de las principales oportunidades económicas y tratadas con desconfianza, se bloqueó la “siembra del petróleo”. De allí la enorme frustración popular de creerse un país rico, pero con un 60% de su población pobre.
Ante ese “desorden” social, llegó el día en que la mayoría de los votantes se rebelaron contra “sus colonos” y los sacaron… del poder… con los votos (no con machetes, como lo hicieron los haitianos, ni con el 4F). Su sorpresa fue que quien les iba a salvar de la pobreza, acentuó la desconfianza y agresiones contra la producción privada, el conocimiento y todo sector que no le fuese sumiso, repartiendo subsidios para compensar el desempleo y sembrando esperanzas, con tal y no trabajaran en algo productivo que retara el poder del grupo gobernante. Este disparate se mantuvo mientras duró la producción petrolera. Pero, también acabaron con la producción petrolera y ahora no sabemos qué hacer. Como a los haitianos, nos faltan educación y vivencias en un modelo alternativo democrático. En el mejor de los casos utilizamos como referencia un modelo en el que “éramos felices, pero no lo sabíamos”, empeñándonos en ignorar que bajo esa partidocracia se perdió la República.
También queremos ignorar que nuestro peor problema no es el empobrecimiento acelerado profundo y acelerado producido por el modelo rentista-autoritario sino la desarticulación de todos los órdenes sociales, públicos y privados. El problema está en que el gobierno, los partidos, los sindicatos, las cámaras empresariales, la organización militar y hasta la sociedad civil se encuentran minimizados porque el autoritarismo, la desconfianza, el miedo y la represión no son precisamente caldo de cultivo de la organización sino de la desorganización social, la que estamos viviendo, como la de Haití.
Nuestra primera prioridad
Si queremos recuperarnos, los venezolanos necesitamos ir mucho más allá de ese discurso de moda referido a la recuperación de las inversiones y producción petrolera, electricidad, agricultura, etc. No, nuestras primeras necesidades son “Moral y Luces” (Bolívar); no son recuperar los bienes tangibles, como las inversiones, la producción y el dinero, para volver a convertirnos en nuevos ricos rentistas improvisados y desafectos del conocimiento y del civismo. Nuestra primera prioridad es educarnos para construir bienes intangibles, tales como una cultura que valore el conocimiento, los mejores principios de conducta cívica, la inteligencia emocional por encima de la racional, la organización social entre actores con intereses comunes, el reconocernos y respetarnos unos a otros, poniéndonos de acuerdo alrededor de objetivos, primero nacionales y luego sectoriales e individuales, y movilizándonos para lograrlos.
El escenario Suiza lo podemos alcanzar reflexionando, educándonos, organizándonos, luchando por nuestros intereses sectoriales y respetando los intereses de los demás para así crear la sociedad de pluralismo efectivo que nunca hemos sido. La sociedad civil organizada es un factor clave en este proceso; el refortalecimiento de los sectores empresarial, obrero-sindical y una alianza empresarios-trabajadores (que ya está firmada) serían procesos clave en la construcción de esa sociedad para equilibrar el poder que han tenido los partidos y los militares frente a los demás sectores. La conversión de las empresas del Estado en empresas mixtas, público-privadas, sería una gran solución dual: económica y cívica porque ambos sectores crearían una excelente escuela, no sólo para producir, sino también para aprender a entenderse. El rescate de los partidos es fundamental porque no hay libertades ni democracia sin ellos, pero necesitan reenfocar su misión hacia la atención a los problemas de los ciudadanos que dicen querer atender y con el fin de empoderarlos, más que simplemente llegar al poder y mantener una hegemonía partidista. Por el camino del rescate cultural y de reorganización social es que lograremos recuperar, diversificar y democratizar nuestra economía, no al revés.
@joseagilyepes