Una vez más el tema educacional. Voy a ser ecuánime. Aquí hay mucha tela por cortar. Es un mar, no de “felicidad”, sino un mar bravío. Lleno de sinsabores en todos los niveles del sistema venezolano. Abundan los comentarios cargados de opiniones adversas y muy pocas las que tienen un criterio a favor de ella. Los mismísimos estudiantes comentan (al menos a quien esto escribe), que la educación venezolana “no sirve”. Da pena ajena y mucho dolor, escuchar semejante expresión. Obvio, que también están los que opinan lo contrario. Incluso, el tema que abordo, es cuesta arriba porque nos encontraremos con quienes afirman que estamos delirantes por culpa del COVID-19 al decir algunas verdades. Verdades que hieren, pero no las desmenuzamos para ver hasta donde son ciertas o falsas y buscarle posibles soluciones. “Disparamos a quema ropa” para criticar la verdad a su medida. Es decir, niegan desmanes en nuestro sistema educativo.
Considero oportuno mencionar el juicio de opinión que emití en uno de mis artículos, el cual se me ocurrió titularlo El profesor universitario (2012). En él abordé el comportamiento falaz, deshonesto, no ético de algunos colegas en este nivel de educación. Es decir, incluí a profesores que se prestaban (en aquella oportunidad), a aprobar a muchos de sus estudiantes por unos míseros pesos. Tal como lo hizo Judas con las 33 monedas. O salir con “su alumna” a tomarse unas copas a cambio de aprobar su asignatura. Esta práctica no es de reciente data. O no asistir a clase y dejar a sus estudiantes esperando sin notificación alguna. Entre otras acciones que llaman a la reflexión. Opiniones que fueron rechazadas tajantemente por una colega y amiga profesora: “como se le ocurre a este profesor hablar tan mal de la universidad”. Craso error de mi amiga. Hablé, o escribí sobre la conducta no operativa de algunos docentes. Y para dejar saldada esa duda o comentario de mi colega, aborde otro tema titulado: La universidad como tal (2012). Es decir, nuestra Alma Mater. La casa que vence las sombras no es culpable de las actitudes malsanas de algunos de sus miembros.
Creo no haberme salido del tema. A ver. Lo anterior igualmente se vive en el subsistema de educación media general. Claro, con menor rigor que en la universidad. No estamos inventando el agua tibia. Eso lo sabemos. En nuestra educación nos topamos con docentes reacios al cambio, poca innovación dentro del aula, algunos docentes no leen, pero se exige lectura; apatía en el alumno, falta de motivación por parte del docente, no hay liderazgo, el estudiante es poco crítico, pasividad manifiesta en el alumno. No existe planificación, y si la hay, no se cumple con ella; no hay criterios viables para evaluar al alumno, aún existe la “concepción bancaria” en el docente, el profesor es quien sabe, el alumno no sabe leer y por tanto le cuesta analizar, no conoce en profundidad su historia patria, no domina las operaciones elementales del álgebra y la aritmética, docentes graduados en educación física y dictan Hist, Biol, Cast. (p/ej); trabajan en dos y hasta en tres instituciones porque el salario es miserable. Entre otras situaciones que llaman a la reflexión. Aclaro, contamos con docentes que se entregan en cuerpo y alma a su labor formativa. Docentes íntegros. Me consta. Es pertinente la pregunta: Y el gobierno o régimen de turno, ¿qué hace? Pues, para ello hay páginas grises o negras (según el cristal), conducentes a llenar otras larga lista de paradojas. Un burgomaestre, a propósito del suministro de combustible, en estos días me señaló: “el sector educativo no está en el plan de contingencia”. Y resulta que, en el colegio, quien esto escribe, atiende (de lunes a lunes) el plan “Una familia una escuela” emanado del Ministerio de Educación para enviarles y recibir, vía digital, asignaciones a nuestros estudiantes a pesar del gravísimo problema eléctrico. Así andamos pues: “en el carrito de Fernando…”. Pregunto: ¿esa es la educación que tenemos? Se abre el debate pues.
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