“No hace falta en vida recurrir al diablo para entender al mal, y el mal pertenece al drama de la libertad humana” nos dice Rüdiger Safranski en su libro “El mal o el drama de la libertad” Ello sumado y restado al mismo tiempo pudiera querer decir, en interpretación muy subjetiva, que al existir tantas pandemias posibles, desde las diarias hasta las inesperadas, de contado o a crédito, juntas además o por separado, en estas en que estamos de encierros y de miedos el humano que somos, conminado y necesitado de tantas cosas, entre ellas de libertad, se siente marcado, limitado y condenado. Sin haber cometido pecado o falta alguna, se despierta a diario obligado a restricciones y “castigos”, decididos y ejecutados por un loco con una hojilla en la mano al que denominamos gobierno, y que por alguna extrañísima pero muy estudiada razón monopoliza las decisiones que nos competen a todos, es decir a cada uno. Y si no, me interrogo perplejo, a quién más.
En esto tampoco, y seamos si no justos al menos equilibrados, podemos equiparar a todos los gobernantes con sus iguales o pares, que alguna diferencia debería haber entre ellos tanto por sus logros como por sus fracasos, pero sobre todo por sus reales intenciones que siempre tendrán que ver, más o menos, con la popularidad, con la pantalla y el éxito ególatra de neón, ya que hablar o pretender discurrir sobre los objetivos éticos y morales de los gobiernos, creo que ya ni por asomo de testarudez o temperamento desquiciado saltaría el tema a la palestra.
Inimaginable, si te pones a ver, la escena de un periodista interrogando a un político sobre los fundamentos morales de sus actuaciones para con la sociedad que gobierna. Supuestas fallas técnicas acelerarían la salida del aire de tan inconveniente entrevista frente al asombro de todos, pero más por la pregunta que por el “corte”. Demasiado pedir a nadie tanta exquisitez en medio de una cultura política mundial tan infecunda.
Ahora explota otra pandemia que se agrega a las previas, ¿las sustituye momentáneamente en el tiovivo de las apariencias?, que es la del racismo en los Estados Unidos. Esa conducta histórica y perversa hoy en alza, ya lamentablemente no sorprende a nadie.
Lo que si nos llama la atención, inocente uno, es que faltando pocos meses para las elecciones en el imperio y que tan cerca estén los eventos de Chile o de Colombia así como el de los franceses, se pueda llegar a pensar que lo ocurrido, después de la muerte del afro descendiente George Floyd, captada en vivo y en directo, esté siendo aprovechado, manipulado, con connotaciones políticas envenenadas e interesadamente ideológicas y no solo pro caóticas, (Antifa, Soros o el Foro de Sao Paulo, por ejemplo) , si no también electorales, más allá de las que debieron tener otros, decidiéndose más bien por hacer política barata e irresponsable, desvirtuando los que pudieron ser, hoy desdibujados en la maraña de los hechos, los verdaderos contenidos y repercusiones de tan grave y repetido asunto y no el desmadre, en buena parte planificado y global que se ha armado, que más habla de ambiciones terroristas, al menos subversivas o hasta politiqueras, que de sensibilidad y justo compromiso solidario, democrático y humanitario, por no atreverme a mencionar el término hoy rimbombante de humanista que sería en estas horas yermas, incomprensible, de excesivo postín y rebuscado.
Pero el manejo de la pandemia mayor, la más popular y extendida digamos, la que más muertos y desespero causa, la del coronavirus, tiene también otras lecturas o aplicaciones en directa relación con el control de la vida de los demás, control social lo llaman, como se refleja tan meridianamente en el libro “1984”, de George Orwell “novela política de ficción distópica”, tal y como se lo define en Wikipedia, publicada hace exactamente 71 años, el miércoles 8 de junio de 1949.
En Venezuela ese es precisamente el caso ya que la pandemia ha servido para profundizar aceleradamente el control del poder desbocado de los que mandan sobre la sociedad que obedece sumisa. Y que ha permitido por otra parte a la dictadura secuestrar, bajo el manido eufemismo de “proteger”, cuarentena y cuartel como sinónimos, a una sociedad cansada del gobierno y tal vez también de sí misma, sin ningún camino claro a la vista, ni siquiera el político, y que está al borde de un estallido social.
Ahora se agrega, en la patria soberana de Simón Bolívar, sin mayores sobresaltos reales, el aumento dolarizado y flagrante de la gasolina traída desde Irán, “al país con las mayores reservas de petróleo del mundo”, qué ironía vergonzante, lo que repercutirá sin duda negativamente en todas las instancias del ya mermado consumo de respiro que se nos permite y dispone desde el poder. Se ha decretado así, por vía política, administrativa y militar, sin más, la pandemia absoluta, la muerte a cuenta gotas, con o sin coronavirus, física y moral, del pueblo venezolano. Orwell, a la vista, más vigente que nunca, las pandemias ni se diga mientras que la libertad escasea y nos mira perpleja.