César Méndez archivos - Emisora Costa del Sol 93.1 FM

A todos los brother que por allí pasaron, dedico La quinta Marina aún permanece anclada en el centro de una calle en Los Chaguaramos, igual en el tiempo de la memoria. Una señora de nombre Lila, regentaba una pensión en que, la mayoría de sus inquilinos, eran estudiantes universitarios que venían desde diversos puntos de la geografía venezolana. Las tres caroreñas fungían de nanas de un tal Juan, el toñeco de esa casa. Una dama muy blanca y hermosa, la más anciana de dichas paisanas, se dedicaba a cuidar la entrada, es decir, hacía de portera. La susodicha se la pasaba con un cigarrillo en la boca y acostumbrada pedía a los residentes que pasaban frente a ella que le regalaran uno, "pa más tarde, pues", La Chía, como le llamaban, prefiguraba lo que se dice coloquialmente, un martillo consecuente. En Sabana grande queda esa famosa y angosta calle que va desde la avenida Abraham Lincoln hasta la Casanova. En los sesenta y setenta, los bares y discotecas en dicha vía se atestaban de jóvenes. Luego de hacer entrada en aquellos recintos, la sensación posterior era de un vértigo abrumador, la estridente música y el ambiente constituían un paisaje de lo más psicodélico, eran espacios atestados de humo en los que moverse era todo un reto y en los que, mediante uno que otro relámpago disperso generado por la bola de espejos, apenas se podía divisar la verdadera magnitud del local en aquel ambiente alucinante. La Maguacha tuvo que ser heredada con los haberes de esa familia antañona, siempre dicharachera con un cariñoso saludo, vivía allí en ese caserón y su labor era la de hacer los mandados, su vicio sabatino y dominguero era ir desde muy tempranito a la Rinconada. Apenas salía a sus andanzas a la hora mañanera en que llegaban en pequeños grupos los residentes de sus farras y si alguno le indagaba: ¿A dónde vas con esa premura y tan de madrugaíta?, la misia respondía: “No vas a chavé”. Coreaban la pandilla, una canción que les inspiraba en esos días de rebelión universal: "El círculo del tiempo", uno de los temas musicales de la película "Las fresas de la amargura", asunto que no los distraía de sus obligaciones, la mayoría abocados a sus estudios, cumplieron sus objetivos, aunque, a uno que otro, lo absorbió la ciudad y este cuento. Dispuestos y alebrestados en la noche sibarita sale la tropa del Tropezón para hartarse de una reina pepeada y hacer camita en el estómago para entrarle a la faena. “Caminante no hay camino, se hace camino al andar, según Antonio Machado”. Luego de atravesar la universidad, empezaba la parranda por la Gran Avenida, pasando por el Gran Café, continuando entre bandazos por la Solano hasta el Centro Comercial Chacaíto. Si cargaban algo de plata, entraban en el Drugstore a beber cervezas en las jarras de medio metro, o quizás más bien en la Papagayo, el Ovni o tal vez la Burbuja, claro, dependía de las munas en el bolsillo, y de allí, al finalizar la rumba, se viraba hacia la plaza Venezuela para mandarse un par de perros calientes y de esa forma rematar hasta el amanecer. La pauta de las noticias las trasmitía el Observador Creole y erizaba la atmósfera que por esos días transcurría en serena calma, una noticia o acontecimiento por muy drástico que fuera, no alteraba las agendas individuales ni las del colectivo. Un caballo que corrió la triple corona norteamericana se hizo famoso, y en el Zulia, aprovechando el suceso, el día en que ganó la competencia, le colocaron su nombre a un niño que, tiempo después, se hizo más célebre que el corcel y el jinete protagonistas de aquel gran evento: lo nombraron Cañonero en su honor. Última hora comenta el locutor Francisco Amado Pernía con su vozarrón; el doloroso episodio, con el secuestrado por patoteros de clase media alta son detenidos y llevados a tribunales, y en la esquina de la Bolsa, se aglomeraba la gente para pedirles autógrafos a los delincuentes. La política también atrapa la atención de la colectividad. Al dictador Marcos Pérez Jiménez lo trasladan a Venezuela desde los Estados Unidos. En el aeropuerto, desde la escalera del avión, y en un acto de soberbia por la traición, indignado, lanza las condecoraciones y unos cuantos improperios a los gringos que antes lo alababan como el gendarme cuidador de sus intereses petroleros. Al poco tiempo sale de prisión y de una vez va a una campaña presidencial, Cruzada Cívica Nacionalista lo carga en caravana por las ciudades más importantes de la nación, y en una estación de servicio, un hijo de Filoteo y el Maland’s los propios “comecandela” salen de algún tugurio de los predios universitarios, del Bellas Artes o del Ciencias, van hacia Valera de paseo, de donde eran oriundos, en esa parada se topan con el candidato, lo ven, este los saluda, a los ñángaras se los olvidan las banderas rojas y, al instante, los avispaos se le cuadran emocionados después que el personaje los invitara al restaurante y le dicen; "a su orden mi general". Los titulares en la prensa se ocupan de trivialidades, a Daniel Santos lo acordona la PTJ por su fama de marihuanero y así lo traen desde el aeropuerto hasta los estudios de la televisión, de igual manera le sucedió a Miriam Makeba, pero esta fue la policía política, el SIFA y la DIGEPOl por sospechosa de ser correo de la KGB y de Castro para la guerrilla venezolana; sin embargo, la novia de Malcon X no dejo de cantar y de asombrar a sus admiradores con su canción Pata Pata de moda en ese entonces. La MM era un tugurio de mala muerte, pero un lugar donde se la pasaban chicas de la más variada representación nocturna, las birras baratas y una pista para bailar, en una pequeña barra se apretujaban los viciosos de la farándula, algo que parece un murciélago exhala hebras de la dama blanca, una imagen más pavorosa que la de Charles Manson. La complicidad era manifiesta entre los más consuetudinarios. La bullaranga no impedía la emotividad entre camaradas. Un botellazo en el aire anunciaba una pelea, vuelan en círculos los cinturones con sus hebillas y una que otra cadena. En una quijada suena el traquear de una muela rota, el descuidado recibe el golpe al azar, sus compinches solidarios buscan guarecerse de la sampablera, corren presurosos como alma que lleva el diablo y buscan refugio en un rincón, van por una cerveza para calmar el dolor. Luego van a otra cueva, a otro antro, animados a continuar sin temor a lo siniestro, alegres como si nada; sin embargo, al final de la calle, un puñal amenazante fulgura en la mano de un rufián. cesar_mendezf@hotmail.com

César Méndez

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