Mar de Fondo.
Nicolás Maduro juega su última carta: una misiva desesperada al Papa León XIV, en la que le suplica un “apoyo especial” para mantenerse en el poder en Venezuela.
Mientras el despliegue militar de Estados Unidos en el Caribe se cierne como una amenaza inminente y el pueblo venezolano, bajo el liderazgo de María Corina Machado, se organiza para dar el golpe final, Maduro clama por mediación divina contra lo que denuncia como un complot para un “cambio de su régimen”.
Entregada por el embajador venezolano ante el Vaticano, Franklin Zeltzer, al cardenal Pietro Parolin, esta carta no refleja humildad, sino un grito ahogado de un régimen acorralado.
Maduro, aferrado al poder de una nación exhausta por una crisis catastrófica y la represión, invoca la autoridad moral del primer Papa estadounidense, Robert Francis Prevost, en un intento desesperado de buscar su ayuda, dejando atrás —por ahora— sus habituales aquelarres de brujería satánica.
En el fondo, se trata de la confesión de un poder que se desmorona ante buques y aviones de guerra estadounidenses, y la certeza de una población que sabe que se robó unas elecciones presidenciales ganadas limpiamente por Edmundo González Urrutia.
Frente a esa poderosa tenaza, el dictador opta por buscar refugio en el Vaticano, como una especie de salvavidas.
Esta jugada, emotiva en su aparente vulnerabilidad, resulta patética en su cinismo.
¿Apoyo para qué? Cuando los presos políticos se multiplican las inmundas celdas de los centros de tortura del régimen chavista y el hambre azota las calles de Venezuela, mientras ellos terminan de saquear las riquezas del país.
Ignoran que León XIV, con su legado de servicio a los marginados, podría más bien ser el faro que ilumine el camino final hacia una Venezuela libre, y no el escudo de un tirano.
El mundo observa que la última jugada de Maduro suplicando la ayuda de su Santidad el Papa León XIV podría ser en realidad… Su epitafio.

