Rafael Fauquié: Algunas palabras de nuestro tiempo

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Decía Ortega y Gasset que pocas cosas son tan expresivas como las modas. Una moda refleja colectivas maneras de sentir, de vivir, de pensar. Es una ilustración del tiempo y de las circunstancias del tiempo. Se “pone de moda” lo íntimamente relacionado con visiones y valores temporales. Más que a la frivolidad o al capricho, las modas responden a razones de uso y percepción.

Existen, sin duda, palabras “a la moda”: términos que propenden a convertirse en ilustraciones de un presente epocal que verbaliza colectivos sentimientos humanos ante espacios y tiempos entornantes.

En alguna parte de su obra, Edgar Morin dice que nuestro presente ha recuperado una antigua palabra de origen griego: oikos; vocablo que significa casa. De oikos derivan dos voces que nuestro tiempo repite incesantemente: “ecología”, “ecosistema”. Términos alusivos a un mundo concebido como espacio familiar, cercano; superficie poblada de cuerpos y formas siempre en relación, espacio donde todos nos aglomeramos en conjuntos necesariamente comunicados en imprescindible diálogo sobreviviente.

Opuesta a oikos, nuestros días repiten otra palabra: “caos”. La repite incluso -¡quién habría de decirlo!- una ciencia cada vez menos segura de sí misma, de sus posibilidades y alcances. Caos alude a la acechante impredecibilidad de todas las posibilidades. Implica la amenaza de lo incierto asomando por entre cualquier conclusión o certeza. El caos sugiere la entronización del azar, la desarmonía, la indescifrabilidad,  el desvanecimiento de los nortes… Impone la convicción de que en el universo todo existe en relación con algo;  de que el aislamiento de las acciones y los acontecimientos en una época como la nuestra, que contempla en la abarrotada cercanía entre las cosas un signo natural, es algo del todo imposible.

Existen otras palabras “a la moda” en nuestro presente. Voces como  “incertidumbre”, por ejemplo. Nos hemos acostumbrado a ella. Nos rodea. Habita en nuestras visiones sobre el porvenir. Por siglos, los seres humanos nos familiarizamos con el signo de un interminable avance a lo largo del tiempo. Pensamos que nunca cesaría de crecer la importancia de nuestros logros. Ahora, la incertidumbre nos dice que ante venideros itinerarios de la Humanidad solo cabe la confusión porque carecemos de respuestas ante un futuro abierto solo a la inquietud.

Otra palabra cuyos ecos escuchamos; y que, de hecho, pudiera ser el más eficaz conjuro contra la voz “incertidumbre”, es “solidaridad”, muy relacionada con otros términos igualmente reiterados en el presente: “globalización” o “mundialización”, voces que aluden, sobre todo, a cercanía: esto que sucede aquí, ahora, en este rincón del planeta, podría terminar por afectar al planeta todo.

Solidaridad: posible entre los individuos, casi siempre imposible -y, sin embargo, cada vez más y más necesaria- entre las naciones. Solidaridad: término perentorio como nunca antes en la historia humana. Solo ella, relacionada con una ética postuladora de compartidas responsabilidades entre diferentes grupos humanos, nos hará entender que los errores de unos podríamos terminar, a la postre, por pagarlos todos. Un mundo empequeñecido, donde todos somos testigos de cuanto sucede en él, es un mundo en el que resulta cada vez más necesaria la supervisión de organismos internacionales en la vida interna de las naciones. Desde hace ya unas cuantas décadas, los seres humanos vivimos una realidad que pudiéramos definir como el “tiempo de la supervivencia”, época precaria que nos dice que la vulnerabilidad de unos, aquí y ahora, bien pudiera llegar a ser la vulnerabilidad de otros, allí y después.

 

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