Al narrador de estas palabras le es fácil escribir de apegos amorosos. De siempre, cuando de ese duendecillo travieso, ciego y lanzador de dardos se trata, nos sostenemos sobre la trocha abierta por sensitivos espíritus. Entre ellos hay una larga lista muy amplia para nosotros.
En ella están Jorge Manrique, Arcipreste de Hita, Petrarca, Teresa de Jesús, Quevedo, Juan de la Cruz, Walt Whitman, Pessoa, Kavafis, Paul Verlaine, Neruda, Gabriela Mistral, Juan Ramón Jiménez, Alfonso Camín, Carolina Coronado, Rosalía de Castro, José Hierro y tantos otros espíritus abiertos al viento acariciador de las tendencias afectivas.
Un clérigo mundano, de nombre Félix Lope de Vega y Carpio, subrayó con ufano acento que la razón de todas las pasiones es el amor. De él nace la congoja, el regodeo, la alegría y la desesperación. ¡Cuánto sabía el bardo español!
Sobre los diálogos de ese “miramelindos”, decía Rafael Alberti, el autor de “Marinero en tierra”, que son a manera de una alegría entre el fuego y el hielo, una irisación de luz penetrando por la ventana abierta del aliento.
El amor suele con frecuencia regresar maltrecho, lacerado, con gran vehemencia interior, pero retorna, aunque lo haga acompañado de su perpetuo lazarillo: la pasión atravesada de cicatrices. Por ello amar, ahora y siempre, es resurgir por encima de las tumbas.
Siempre lo suele hacer de la misma manera atravesada, de lo contrario sería mejor esconderse en cualquier revuelta del camino, pues no conviene olvidar que ese estremecimiento es el más fuerte de todas las pasiones: embiste al mismo tiempo cabeza y el corazón.
Es creencia invariable que la esencia del amado y la amada se unirán un día más allá de las constelaciones astrales para seguir transitando por los senderos, territorio en donde la perdurable grandeza del alma se hace a cada instante poesía y sémola.
Bien es sabido que en esa arrebatadora enajenación egoísta del yo, yo, yo… únicamente los enamorados saben decir tú.
En el momento en que todo desaparezca y el cielo azul se vuelva eterno, en el espacio existirán pequeñísimas partículas recubiertas de la esencia primogénita con la que Dios hizo el mundo: briznas de amor imperecederas.
rnaranco@hotmail.com