No puedo pensar en ellos sin juntar los 24 años de lucha que nos une en el empeño de que Venezuela rescate su libertad y su democracia.
Tampoco sin auscultar más atrás, en los 65 de aquel 23 de enero de 1958 cuando, sin soñarlo, la historia nos iba a tropezar en tiempos, espacios y circunstancias que, aparte de amigos, nos haría militantes de la causa por la que Venezuela en sus 212 años de vida republicana no ha dejado un solo momento de batallar, retroceder, avanzar y resistir.
Tres o cuatros partidos políticos están aquí, enfrentamientos y derrota de una dictadura, desafíos y aplastamientos de golpistas, triunfos y caídas en procesos electorales y al fin, culmen de militares y autoritarismos, la consolidación de la libertad y la democracia que le trajeron al país la paz social y el desarrollo económico por los que durante casi dos siglos había luchado.
Ya habían transcurido el primer gobierno constitucional de Rómulo Betancourt, el primero de Leoni, el primero de Rafael Caldera y el primero de Carlos Andrés Pérez, que devenía así como el renovador de una Acción Democrática cansada que le daba paso para estar ahora en Miraflores, sospechando que un empujón vendría con el alza de los precios del petróleo que se fueron de 1 a 10 dólares b/d un año después y dando inicios a una transformación de la burocracia, la nacionalización de la industria petrolera que pasó a llamarse PDVSA, la creación de las empresas de Guayana, la ampliación de Guri y las bases para que, a comienzos de los ochenta, Venezuela diera el salto que tanto, como fuera del país, le prometía volar hacia el Primer Mundo.
Fue en estos años cuando dos jóvenes, uno llegado de San Juan de Los Morros, Estado Guárico, Antonio Ledezma, y otro de Maracaibo, Estado Zulia, Oswaldo Álvarez Paz, se inscribieron en la carrera de ser los sustitutos de la segunda generación de presidentes adecos y copeyanos que se veía agotada para finales de los 80, después de las presidencias de Carlos Andrés Pérez, Luis Herrera Campins y Jaime Lusinchi.
Pero, sorprendente, estos fueron los últimos períodos presidenciales de los esplendores de la democracia, pues, Pérez, terminó su período (1973-78) con un endeudamiento que no se conocía en Venezuela desde el siglo XIX y denuncias de corrupción que alcanzaron, incluso, al propio presidente; Luis Herrera articuló un desplome de la economía que terminó con más endeudamiento y una devalución del bolívar que empezaría un ciclo que ya jamás recuperó la solidez de la moneda nacional y Jaime Lusinchi, aparte de agudizar los problemas sociales y económicos, escandalizó al país y América con una transgresión de la moral familiar, que ya no volvió a darle a la democracia el selló de autoridad y mesura que tanta falta hace para acatarla y respetarla.
Oswaldo Álvarez Paz y Antonio Ledezma se movieron, entonces, para emprender la tarea de volver a darle estabilidad política, recuperación económica y plena decencia a democracia, pero en el Partido Socialcristiano, Copei, el viejo caudillo, Rafael Caldera, estableció como dogma que era el único llamado a rescatar la democracia y se opuso, primero, a la candidatura de Eduardo Fernández y después, a la de Oswaldo Álvarez Paz; y Pérez se convirtió en el candidato y presidente de un programa político y económico neoliberal, que, literalmente, rechazado por todo lo que de añoso y roñoso arrastraba la política después de la muerte de Gómez, enterró la democracia.
Han pasado 33 años desde aquel tour de force entre Caldera y Pérez para ver quien desplazaba al otro para enterrar un sueño que venía de 1928 y hemos conocido una intentona golpista fracasada de un teniente coronel del Ejército, Hugo Chávez, el 4 de febrero de 1902, que, no obstante, culmina con la elección democrática y constitucional del golpista en las presidenciales de 1998.
Pero el violento y cuartelario presidente, Hugo Chávez, trae otras sorpresas en el morral, como son su declaración de socialista y antiimperialista que viene a liberar la América del imperialismo yanqui, alumno conspicuo y heredero de los dictadores cubanos Fidel y Raúl Castro y miembro de una entente, “El Foro de Sao Paulo”, fundado por revolucionarios náufragos de la “Caída de Muro de Berlín” y el colapso del Imperio Comunista Soviético que se proponen hacer de América Sur la “Tierra Prometida” de la restauración del socialismo marxista, leninista, stalinista y maoista.
Y no hablaban en vano, porque Chávez dirige la todavía cuantiosa riqueza petrolera venezolana a financiar partidos socialistas y marxistas que se entrenaban para la conquista del poder con votos o balas, a sostener gobiernos populistas quebrados y hacer un pacto con la narcoguerrilla colombiana de las FARC, y carteles de la droga mexicanos y neogranadinos que aún hoy son el dolor de cabeza para las democracias que restan en el continente, incluída la de EEUU.
“El Socialismo del Siglo XXI”, el “ALBA”, la “CELAC” y aliados como el “Mercusur” y el “CARICON”, son los buques insignias de esta “Nueva Guerra Fría” que, cuenta con el boom de los precios del petróleo 2004-2008, que coloca gobiernos socialistas en Brasil, Argentina, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y sobre todo, saca de la agonía al ya sesentón comunismo cubano.
Es una guerra de fin de mundo, como aquella que describió el ingeniero y periodista brasileño, Euclides da Cunha, en “Los Sertones” (crónica del alzamiento del iluminado, Antonio Conselheiro, contra el gobierno de Brasil a finales del siglo XIX) y en los años 80 reescribió, Vargas Llosa, con la frase que comienza este párrafo y que terminó con la ruina absoluta de Venezuela y una crisis pavorosa que determinan la inestabilidad que aun reina en la región, y de las cuales, la más trepidante es la que hoy conmueve los Estados Unidos de Norteamérica.
Para Venezuela el chavismo es el comienzo de una “guerra civil” de baja intensidad que ya dura 24 años, que establece la “dictadura electoralista” de Chávez (murió el 6 marzo del 2013) y su sucesor Maduro, y que consiste en no usar nunca las balas para tomar el poder sino un sistema electoral automatizado, donde, el “patrón electoral, las elecciones, los votos y lo ganadores y perdedores, son determinados por los agentes de la dictadura.
Maduro cuenta ya 10 años en el poder, con una reelección y otra que se celebrará en diciembre del próximo año.
Casi la misma historia del entronizamiento de Chávez y donde empezaron cayendo los viejos partidos AD y COPEI, pero sin lograr apartar a los de las nuevas generaciones, “Primero Justicia” y “Voluntad Popular”, que, dirigidos por Julio Borges y Leopoldo López, cumplieron una etapa gloriosa de enfrentamientos, donde, por momentos pusieron contra las cuerdas a Maduro pero sin aplicarle la pegada letal y tenerlo hoy, aun vivo, PJ y VP desgastados y dispersos y dispuesto a jugársela contra nuevos enemigos que lo sorprendan ya exhausto, con el 80 por ciento del país pidiendo a gritos su derrocamiento y la Comunidad Internacional apostando a su derrota o a llevarlo a la Corte Penal Internacional de La Haya por “Crímenes de Lesa Humanidad”.
En otras palabras que, los tiempos de María Corina Machado, una ingeniero de 55 años que empezó fundando una organización “SUMATE”, en el 2004, para seguir la estrategia de Chávez y su partido socialista, el PSUV, para, sin ejército, balas, ni cañones, ir implantado un sistema electoral, el electrónico, que solo necesitaba los servicios de una empresa especializada en software, Smartmatic, para ganar elección tras elección.
Es lo que hemos llamado la “Dictadura Electoralista” y que no lograron ver los partidos democráticos que luchaban contra la dictadura (lo que quedaba de AD y Copei), MAS, UNT, y al final, “Primero Justicia” y “Voluntad Popular”.
Agreguemos que para estos partidos todo nos fueron elecciones, que hubo, igualmente, una confrontación de calle con más de 100 asesinados, 500 prisioneros, y más de 6000 ciudadanos entre presos y desaparecidos, pero al final, se imponían presuntos diálogos para llegar a “Acuerdos de Paz”, que no eran más que triquiñuelas de Chávez y Maduro para fortalecer la dictadura.
Fue realmente una molienda donde 7 millones de venezolanos han abandonado el país y se han exilado buscando lo elemental para vivir en tierras extranjeras, la economía del país cuyos índices lo preparaban hace 25 años para convertirlo en uno en el más avanzado de la región, peleándose los últimos lugares entre Haití y Cuba, el hambre y las enfermedades devastando su población, sin servicios públicos viables y clamando por un cambio que mitigue lo que ya oficialmente se conoce como una catástrofe humanistaria compleja.
Por estos días, justamente, se hacen los últimos esfuerzos para juntar lo que queda de los partidos de oposición y llamarlos a unas elecciones Primarias el 22 de octubre para elegir un candidato que enfrente y derrote a Maduro en las elecciones presidenciales de diciembre próximo.
“Vente Venezuela”, el partido de María Corina Machado, puntea las Primarias y ya se augura que no tendrá contendor para desafiar a Maduro en las elecciones.
Y más ahora, con dos líderes que surgieron en las últimas décadas de la llamada “partidocracia”, Oswaldo Álvarez Paz, el líder que no dejó pasar Caldera y Antonio Ledezma, el que Pérez tenía en la lista para ser su sucesor de haber terminado su mandato.
Y que al lado de María Corina han jugado un papel estelar para que la democracia no desmaye, continúe en su cruzada para derrotar el comunismo y puedan decirle a Venezuela y al mundo que donde la justicia, el coraje y la voluntad no se rinden, siempre habra espacio para que la democracia y la libertad reinen.
@MMalaverM