Víctor Corcoba: Todo tiene que ser repensado

 

Hoy más que nunca, se requieren ciudadanos de reflexión profunda que busquen un humanismo nuevo, basado en reconquistar a la humana familia, con manos extendidas hacia las diversas culturas y deseos de salir de lo sectario, que es lo que verdaderamente nos ahorca.

Vivimos un momento histórico marcado por complicados desafíos. Esto es fruto de la multitud de crisis diversas que padecemos. Hay que repensarlo todo para decidir. La cuestión no es nada fácil. Necesitamos más actividad con corazón y menos con intereses, para no despreciarnos ni desdeñar nuestra casa común. También precisamos ofrecer mejores servicios sociales, sanitarios o docentes, de compañía o de auxilio, ante el sufrimiento de las gentes. Para empezar, como tarea prioritaria, hemos de huir de la pasividad, que nos deshumaniza por completo. Tomemos conciencia, pues; sobre todo para actuar con prontitud, ante las crecientes desigualdades económicas y las injusticias sociales. Bajo este clima repelente no podemos descansar, ni en periodo vacacional.

Urge emprender juntos un viaje de transformación y de acción. Ya está bien de quedarnos únicamente en las palabras. Actuemos de forma creativa, con acciones concretas e improrrogables. Lo importante es no desfallecer, entusiasmarse movilizando el acto de recapacitar en comunidad. Ya lo dijo, en su momento, el singular dramaturgo y poeta español, Pedro Calderón de la Barca, “quien vive sin pensar, no puede decir que vive”. Sin duda, es menester además vivir de otro modo. Será necesario ir paso a paso, ayudar a los más frágiles, movernos y removernos, persuadir a los indiferentes, imaginar nuevas soluciones y esforzarse por llevar a cabo los sueños. Ha de germinar, naturalmente, el fervor de la esperanza; como un árbol en flor, que se mece mansamente, al soplo de las olas.

El mar de las ilusiones no puede decaer en ningún navegante con alma. Quizás tengamos que comenzar a cultivar mejor el tiempo y las circunstancias, y al igual que el inolvidable filosofo Unamuno, tengamos que quitar las piedras de nuestro interior y comenzar a sentir el pensamiento y a pensar con el sentimiento. De esto se trata, de reflexionarlo todo cabalmente, que es lo que genera armonía. Llegado a este punto de desorden e inactividad, el mundo laboral tiene que ser reconsiderado inaplazablemente. Una manera de aminorar los desajustes, pasa porque los gobiernos aseguren un empleo a cualquier persona que esté dispuesta a trabajar y sea capaz de hacerlo. En cualquier caso, jamás trunquemos alas, dejemos volar los anhelos para combatir la pobreza.

El empleo garantizado es una herramienta poderosa de realización humana, no así la mera subvención por desempleo, que lo único que genera es frustración, lo que conlleva una visión excluyente y enfermiza. Teniendo en cuenta que, estas situaciones nos repercuten colectivamente, puesto que somos interdependientes unos de otros y también dependientes de nuestra Madre Tierra, debiéramos pasar a otras dimensiones más solidarias y equitativas. Sabemos que el trabajo está ahí, que no escasea, lo que si bajan son los empleos decentes debido a la indecencia de algunos sujetos sin escrúpulos, totalmente corrompidos y sin apenas voluntad de cambio. El poder se apodera del débil y así no podemos hermanarnos. Insisto, esto hay que considerarlo, y no dar el brazo a torcer.

Indudablemente, no hay mejor transformación que el sentido del propósito repensado para ganar confianza, con tesón responsable y altura de miras. En efecto, todo se ha hecho insostenible, lo que nos exige un imperativo moral a la hora de plantearnos cualquier modificación en nuestros andares, tanto en las relaciones humanas como en la vida social. Hoy más que nunca, se requieren ciudadanos de reflexión profunda que busquen un humanismo nuevo, basado en reconquistar a la humana familia, con manos extendidas hacia las diversas culturas y deseos de salir de lo sectario, que es lo que verdaderamente nos ahorca. En consecuencia, lo peor que puede pasarnos es que justifiquemos lo injustificable y lleguemos a pensar mal hasta de nosotros mismos.

Salgamos de este orbe ansioso y confuso, verdaderamente mediatizado con lo mediocre. Alimentemos el espíritu con grandes pensamientos y hazañas. Se dice que tenemos formación, pues hagamos proyecto de cambio de dirección, que la fe en el batallar hace los quijotes. Lo que no es de recibo es que trabajadores esenciales continúen infravalorados y remen en pésimas condiciones aún. Dejemos los chismes a un lado. Hagamos enmienda, desterremos la visión de juzgar y pongámonos a madurar ideas. Seguramente entonces, hallaremos el espacio de luz y de vida necesaria, para huir de esta tremenda polarización que nos divide y nos aleja entre sí. Puede que tengamos que comenzar por atrevernos a repensar y a compartir. Se suprimen los retiros, a implicarse toca.

El florecimiento del amor

(El aire del amor es lo que nos embellece y armoniza, sostenido en la acogida y sustentado en un abecedario de consideración recíproca; es una brisa liberadora que nos trasciende y nos enciende la dimensión espiritual, haciéndonos más humanos y rehaciéndonos hermanos).

 I.- Amar al crucificado nos salva, llamándonos al amor entre nosotros

 

Con Jesús somos una única pulsación,

un genuino cuerpo en firme donación,

que grafía con Él en un manso oleaje;

porque seguir a Cristo es querer amar,

es no ser uno para sí, sino en los otros.

 

No hay mejor venida que revolverse,

que hallarse y reconocerse en quietud,

que sentir el deseo de quererse y amar,

que dejarse abrigar del sol conciliador,

que es lo que nos acuerda y fraterniza.

 

Amarnos es vincularnos con el Padre,

es pedir volver a Él a través del Hijo,

es promover linaje y concebir estirpe,

es como llegar a la sublime habitación,

donde se conjuga la paz con la poesía.

 

II.- Dios nos revive siempre, nombrándonos en los asombros de su pasión

 

Nuestra mirada debe alzarse al Creador,

hondamente impregnada de confianza,

de convicción en la mediación celestial,

donde nada se resiste y todo se serena,

en medio de la angustia y el sufrimiento.

 

Por muy oscura y ciega que sea la noche,

los recios silencios del Señor nos llaman,

a prestar oído y a renacer cada mañana,

con una renovada confianza libertadora,

que repica en lo más recóndito del alma.

 

La imagen del Redentor por el universo

continúa activa, con el follaje de la cruz,

abriendo camino por las aguas perversas,

tras mudar los corrientes del mal en bien,

y mantener esta ruta por voluntad divina.

 

III.- El triduo sacro nos revela el misterio, citándonos a vivir un amor sin límites

 

El amor que el Crucificado nos propone,

es un afecto tan exigente como objetivo,

que nos traslada a despojarnos de cosas,

a cohabitar de corazón a corazón juntos,

y a coexistir con el espíritu del donante.

 

Proteger el misticismo del triduo sacro,

nos trasfiere a observarnos inmaculados,

a reorientarnos hacia la realidad celeste,

con la certeza de que cada palpitación,

es un volver a reencontrarse en alianza.

 

Lo armónico es lo que produce la vida,

y la vida es lo que nos reproduce el ente,

un ente que nos fuerza a ser y a estar ahí,

como cantautores de ecuánimes léxicos,

autores de voces claras y actores de luz.

 

Escritor – corcoba@telefonica.net

 

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