¿Está disminuyendo en número de creyentes en esta sociedad que muchos llaman secularizada?
Es una pregunta que nos hacemos todos. La Iglesia como comunidad de fe y de servicio, como gente que se quiere y se ayuda, en la que Dios alienta a todos y cada uno a creer en Él, a quererle con todo el corazón, a esperar que establezca su morada en este mundo tan convulso… ¿Está disminuyendo en número de creyentes en esta sociedad que muchos llaman secularizada?
La respuesta es afirmativa en Europa y Estados Unidos, negativa en Asia y África. En los países del así llamado tercer mundo la Iglesia sigue creciendo, como se ve en el número de vocaciones a la vida religiosa y de laicos comprometidos, que aumenta de año en año. En los países dictatoriales de América Latina la Iglesia es la institución más popular.
José Antonio Pagola dice: Karl Rahner, uno de los teólogos más importantes del siglo veinte, afirma que, en medio de la sociedad secular de nuestros días, “esta experiencia del corazón es la única con la que se puede comprender el mensaje de fe de la Navidad: Dios se ha hecho hombre”. El misterio último de la vida es un misterio de bondad, de perdón y salvación, que está con nosotros: dentro de todos y cada uno de nosotros. Si lo acogemos en silencio, conoceremos la alegría de la Navidad.1
Aquí tenemos una clave. El mundo secularizado europeo y norteamericano busca experiencias múltiples y variadas, pero no del corazón, sino de los sentidos. Invita a consumir, a viajar, a experimentar de todo incluso de las variantes de la droga, a enriquecerse como sea, a usar el poder para la vanidad de los que mandan. No es que todos lo hagan –Dios nos libre de pensar así–, sino que en la cultura occidental esos son los antivalores que predominan. El patriarca de los ateos Ludwig Feuerbach apuntaba en una dirección muy semejante: Los verdaderos ateos son los cristianos actuales, quienes afirman creer en Dios, pero viven igual que si Éste no existiera; estos cristianos no creen ya en la bondad, en la justicia, en el amor, esto es, en todo aquello que define a Dios; estos cristianos, que no creen en los milagros, sino en la tecnología, que confían más en los seguros de vida que en la oración y que, a la vista de la miseria, no buscan refugio en la oración, sino en el estado asistencial.2
En tiempos de Navidad importan más el arbolito, los regalos, las reuniones familiares, los viajes para juntar la familia dispersa, que lo que representa el pesebre de Belén. Y eso está muy bien, pero el misterio de ese Dios hecho niño, lo podemos dejar de lado si nos descuidamos. Dios comparte nuestra vida, esta vida que los humanos convertimos con frecuencia en violencia y guerra. Lo sabía y sin embargo compartió nuestra vida y nos invitó de mil formas a que compartamos la suya. ¡Qué bien lo dice Pagola!: Dios está con nosotros. No pertenece a una religión u otra. No es propiedad de los cristianos. Tampoco de los buenos. Es de todos sus hijos e hijas. Está con los que lo invocan y con los que lo ignoran, pues habita en todo corazón humano, acompañando a cada uno en sus gozos y sus penas. Nadie vive sin su bendición.3
Como Dios no es propiedad exclusiva de ninguna religión, lo importante es creer que Él nos quiere y está dentro de nosotros, y obrar luego en favor de todos. Han sido muchos millones los que así actuaron en su vida y mejoraron así la sociedad en la que vivían. Son los santos canonizados y, como dice el papa Francisco, los santos de la puerta de al lado, cristianos o increyentes, pero que obran bien, sin aprovecharse de los demás, sino ayudando a todos los que pueden.
Vivimos un momento bueno de la Iglesia, porque ya no tiene poder temporal, sino autoridad derivada del buen ejemplo que dan el Papa, los obispos, los consagrados, los laicos comprometidos en tantas instituciones de ayuda. Hace unos siglos los cristianos tenían simplemente que cumplir lo que ordenaba la jerarquía, pero ahora la solidaridad marca caminar juntos impulsados por el Espíritu. Es una manera de ejercer la autoridad compartida con todos por el buen ejemplo del amor compartido. Ahí está el futuro de la Iglesia: mostrar a los poderes políticos que se puede y se debe vivir en función del bien común, algo que está en todas las constituciones de los países, pero que pocos mandatarios respetan. En definitiva, la Iglesia tiene por tanto un futuro muy importante para el destino de la humanidad.
Notas:
1 J.A.Pagola, “Experiencia interior, 4º domingo de Adviento” ciclo A, 18 diciembre 2022.
2. Manfred Lütz, “Dios. Una breve historia del Eterno”. Ed. Sal Terrae, Santander, 2009, p. 222.
3. J.A.Pagola, “Experiencia interior, 4º domingo de Adviento” ciclo A, 18 diciembre 2022.