Lizza Bomassi: La oportunidad perdida en la Cumbre UE-ASEAN

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En 2020, la Unión Europea y la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) elevaron su larga relación a la categoría de asociación estratégica.

En su momento, fue una señal inequívoca de la intención de ambas regiones de reforzar su compromiso mutuo, en lo que constituyó una medida premonitoria por parte de la UE.

Premonitoria porque, en pocos meses, la UE iba a necesitar socios y defensores fuera de Occidente para reafirmar su posición en el mundo. Desde la pandemia del Covid-19 y el golpe de Estado en Myanmar hasta la invasión rusa de Ucrania, una serie de sacudidas externas e internas han obligado a ambas regiones a centrarse en los grandes retos del momento y su relación ha vuelto a quedar relegada a un segundo plano.

De hecho, en vísperas de lo que se supone que iba a ser una Cumbre UE-ASEAN muy importante –en un principio se rumoreó que iba a ser una reunión de líderes para abordar las numerosas crisis e incertidumbres desatadas en los últimos años–, el evento ha quedado relegado a una oportunidad para conmemorar los cuarenta y cinco años de relaciones diplomáticas. Incluso los actos paralelos no oficiales parecen abordar cuestiones de mayor trascendencia que la propia cumbre oficial.

En cuanto al resultado, si hay una declaración conjunta, probablemente carecerá de sustancia. Habrá una reafirmación del compromiso mutuo de ambas regiones, seguida de un apoyo al papel de la ASEAN y un guiño a la necesidad de respetar el orden internacional basado en normas.

En principio, esto no debería ser un problema. La relación puede capear las distracciones. Y sin duda hay razones de peso para que los temas más espinosos se traten mejor fuera de los focos.

El problema es que, si no se abordan al más alto nivel, estas distracciones se convierten en sistémicas y no reflejan la realidad de las actuales circunstancias mundiales. Da la impresión de indiferencia y no hace justicia a las incontables horas dedicadas por funcionarios, diplomáticos y actores de la sociedad civil de la UE y la ASEAN que han intentado abordar estos retos –ya sean militares, geopolíticos o de derechos humanos– en otros foros. Limitarse a pasar por el aro, porque es más cómodo y menos problemático, no es una solución y puede conducir a la incomprensión, incluso al menosprecio.

Los detalles importan. Las apariencias también.

La historia está plagada de ejemplos de cómo la falta de comunicación puede convertirse en conflicto, incluso entre aliados de larga data. No hay más que ver el reciente tumulto causado por la Ley de Reducción de la Inflación del Presidente de Estados Unidos, Joe Biden, que, por haber sido mal comunicada a los aliados en Europa, Asia y otros lugares, causó no poca consternación.

La UE corre el riesgo de cometer un error similar, en el contexto de la relación UE-ASEAN, con un asunto poco conocido (fuera de los círculos industriales) pero potencialmente explosivo: la próxima directiva de la UE sobre diligencia debida en materia de sostenibilidad empresarial.

La directiva, que se someterá al examen del Parlamento Europeo y del Consejo en 2023, impondrá a las empresas de la UE y de fuera de ella la obligación de comprobar si sus cadenas de suministro presentan problemas medioambientales y de derechos humanos y de responder a los resultados. A primera vista, esto puede no parecer problemático para la ASEAN, dado que esta directiva se dirige principalmente a las grandes multinacionales, pero incluso la propia Comisión Europea reconoce que las pymes se verán indirectamente afectadas. Un recordatorio: en el ecosistema de la ASEAN, las microempresas y las pequeñas y medianas empresas representan la friolera del 97,2% del poder económico.

La directiva abarca una serie de cuestiones difíciles y delicadas. Si la UE no se pone en contacto de forma proactiva con la ASEAN y consulta con ella cuáles serán las implicaciones para una región cuyos cimientos económicos dependen tanto de sus pymes, es poco probable que la directiva tenga buena acogida.

El peligro de que se produzcan consecuencias imprevistas puede verse amplificado por el hecho de que la relación entre la UE y la ASEAN es tan sutil en estos momentos que resulta difícil saber quién tendrá la sartén por el mango en las posibles negociaciones. La ASEAN está en auge, con un crecimiento anual previsto del 4-5% en la próxima década en muchos de sus países miembros; Europa, por su parte, ha entrado en un periodo de vulnerabilidad crítica mientras intenta diversificar su dependencia energética, hacer frente a una inflación galopante y lidiar con una grave situación de seguridad en su flanco oriental. Pero la ASEAN también necesita que la UE actúe como contrapeso legítimo y viable a la rivalidad geopolítica entre China y EEUU en su propio patio trasero.

Por eso las apariencias son tan importantes desde el principio. Hay que dar a la percepción externa de la relación la misma importancia que tiene en la realidad.

La UE nunca ha hecho buena publicidad de sí misma: adolece de una lista demasiado larga de áreas prioritarias, distracciones nacionales y tecnicismos. Pero hay cosas que se le dan bien, desde tomar la iniciativa en asuntos de importancia mundial, como la lucha contra el cambio climático, hasta controlar a industrias poco flexibles sometiéndolas a la maquinaria reguladora de la UE.

Si no aplica las lecciones aprendidas de estas experiencias para mejorar sus propias relaciones públicas, la UE corre el riesgo de perder a los defensores y socios que más necesita.

 

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