Juan Antonio Sacaluga: Chile y Gran Bretaña, pasado y presente

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Lizz Truss ha sido elegida líder del Partido Conservador británico por sus militantes y, en consecuencia, es ya primera ministra. En la otra parte del mundo, una mayoría de chilenos (casi el 62%) ha dicho no a la nueva Constitución, redactada por una Convención muy plural, elegida por sufragio universal y de amplia base social.

¿Qué tienen en común estos dos hechos? Nada, en apariencia. Pero existe una curiosa conexión que nos devuelve al pasado: a cuarenta años atrás.

Truss: ¿Émula de Thatcher?

Que en Gran Bretaña 160.000 personas (en este caso, los militantes tories) hayan decidido el rumbo inmediato de una nación de 67 millones de ciudadanos, se debe a que un nuevo primer ministro no necesita someterse a una moción de confianza antes de acceder al cargo. Aunque los miembros de la mayoría parlamentaria son los que eligen al jefe del gobierno, las reglas del partido conservador obligan a sus diputados a aceptar el designio fijado por los militantes. Por eso, Truss ha podido este martes presentar a la Reina su gobierno sin pasar por el Parlamento. Otra cosa es cuánto le durará el periodo de gracia. Desde hoy mismo, la jefa del gobierno se encuentra bajo un duro y constante escrutinio. La pelea por el liderazgo ha dejado heridas. Truss está muy lejos de ser indiscutible. Boris Johnson no es de lo que se van a su casa por las buenas. Y no pocos colegas tories se creen más capacitados para ocupar el cargo (1).

La elección de Liz Truss supone una reivindicación de la figura de Margaret Thatcher, sobre cuyo ideario ha hecho ella su campaña; en particular su afán doctrinario por bajar impuestos, reducir la intervención del estado en la economía, fomentar un mercado libérrimo sin restricciones, fustigar las incipientes protestas sindicales e invocar el llamado “capitalismo popular” (1).

Tras ganar las elecciones generales en mayo de 1979, Thatcher fue, en los primeros ochenta, la gran adalid europea de la doctrina neoliberal, que meses después llevaría a Ronald Reagan a la Casa Blanca, haría retroceder a la socialdemocracia en toda Europa e impulsaría una gigantesca ola ultraconservadora en todo el mundo.

Pero el modelo socioeconómico (alumbrado por la llamada Escuela de Chicago y por teóricos centroeuropeos del liberalismo moderno), ya se había puesto en práctica, con cruel brutalidad, en las dictaduras del Cono Sur americano durante los setenta: Chile, Uruguay y Argentina (sin olvidar Brasil, que les antecedió en el golpe militar).

Pinochet y Thatcher fueron dos dirigentes fanáticos del neoliberalismo, desde ópticas políticas distintas: la dictadura militar y la democracia occidental. La primera carecía de legitimidad moral, mientras la segunda gozaba de parabienes reconocidos. A la postre, y con las profundas diferencias que había en las sociedades donde se aplicó el modelo, ambos experimentos resultaron muy lesivos para las clases populares: pérdida de poder adquisitivo, erosión de derechos y capacidades de organización y movilización de los trabajadores, incremento enorme de la desigualdad social, beneficios fiscales inauditos a las grandes fortunas y empresas, etc.)

Es dudoso que Liz Truss pueda restaurar el programa thatcherista, pese a su engañosa y confusa propaganda de las últimas semanas. Los tiempos han cambiado demasiado. Hay mucho discurso facilón en esta dirigente tory, que inició su andadura política con los liberal-demócratas y luego se convirtió al conservadurismo, a lomos del combativo Brexit. En su programa hay contradicciones flagrantes, como el recorte de impuestos y una intervención masiva de “apoyos a las familias” estimado en 150 mil millones de euros, para compensar la factura energética y una inflación de casi un 11% (2).

La actual crisis que engulle a Europa y al resto del mundo, debido a los efectos de la guerra de Ucrania, dictará correcciones severas al ambiguo y contradictorio postulado electoralista de Truss (3). Sus dotes para el liderazgo son una incógnita. La unanimidad del partido alrededor de su figura es más que dudosa. Secretaria de exteriores en el último gabinete de Johnson, su posición favorable a la revisión del protocolo norirlandés la enfrentará con Europa. Más sorprendentes han resultado sus reservas hacia la special relation con Estados Unidos. Su desiderátum de un renacimiento internacional de Gran Bretaña como potencia mundial (Global Britain) envuelve su proyecto en un halo de irrealidad y demagogia.

Chile: El neoliberalismo que precedió al europeo

Chile se convirtió en el alumno más aplicado del neoliberalismo a la sombra siniestra de generales sin escrúpulos, que practicaron con saña el crimen de Estado y la salvaje demolición de los avances sociales apuntados durante el gobierno de la Unidad Popular, bajo la presidencia del socialista Salvador Allende.

Thatcher nunca condenó con sinceridad y firmeza lo que había ocurrido en Chile. Cuando los vecinos militares argentinos trataron de salvar su dictadura ocupando las islas Malvinas (vestigio colonial en el Atlántico Sur), sus colegas chilenos se abstuvieron de apoyarlos, lo que reforzó la pasividad cómplice con que el thatcherismo contribuyó a exonerar a la dictadura pinochetista.

El hundimiento de Pinochet, tras el fracaso del referéndum continuista de los últimos ochenta, precedió en sólo dos años a la caída de Margaret Thatcher, propiciada por su propio partido. Para entonces, el neoliberalismo ya se había agotado en América Latina, bajo el peso abrumador de la deuda externa y el empobrecimiento de la mayoría de la población. En Gran Bretaña y la Europa continental esta modalidad de capitalismo salvaje atemperó su discurso en los noventa, pero se reciclo con el movimiento neoconservador de inicios del siglo, hasta la espantosa crisis financiera y luego social de finales de la primera década.

En Chile, la Concertación, coalición centrista de izquierdas y derechas moderadas, sustituyó a la dictadura en 1990 y se mantuvo en el poder, con alguna interrupción conservadora, durante dos décadas. Pero nunca pudo, supo o quiso superar por completo el modelo económico pinochetista. La desigualdad se mantuvo con escasas mejoras. La democracia sirvió de coartada a la falta de coraje político para cambiar las estructuras de dominación social en el país.

Hubo que esperar a la revuelta estudiantil de 2019 para que la “estabilidad chilena” se resquebrajara. Las fuerzas políticas que sucedieron a la dictadura pagaron en votos y prestigio su connivencia de fondo con ese injusto modelo económico. El proceso de rebeldía movilizó una gran corriente progresista, que triunfo en las elecciones para la Convención constitucional de 2020 y, un año después, propició el éxito de Gabriel Boric (uno de esos líderes estudiantiles contestatarios) en las presidenciales. Este ajuste de cuentas con medio siglo de historia en Chile debía culminar con la aprobación de un texto constitucional muy avanzado en el reconocimiento de derechos sociales, étnicos, culturales y ecológicos, sin precedentes en todo el mundo (4).

La derecha y el centro se movilizaron en contra (5). El actual gobierno quizás haya cometido algunos errores tácticos. El liberalismo occidental ha criticado supuestas inconsistencias del texto (6). En todo caso, se ha puesto de nuevo en evidencia lo difícil que resulta modificar las estructuras sociales y económicas que sustentan el sistema establecido. Anticipando el fracaso presentido (aunque no de forma tan rotunda), Boric ya había anunciado otro proceso constituyente. Un nuevo intento.

En 1973, los adversarios de la transformación social intentaron por todos los medios boicotear la experiencia socializadora de Allende y la Unidad Popular; cincuenta años después, la rectificación constitucional planteada por Boric se enfrenta a otros peligros menos sangrientos quizás, pero igualmente poderosos (7).

Para comentar esta coincidencia de decisiones en Gran Bretaña y Chile, valdría el clásico adagio de Marx. La historia que se escribió como tragedia se repite ahora deformada como farsa: un thatcherismo de cartón piedra y los efectos perdurables de un neoliberalismo que se resiste a ser borrado de la vida de los chilenos.

Notas

(1) “If Lizz Truss becomes Britain’s Prime Minister”. PETER KELLNER. CARNEGIE, 3 de agosto.

(2) “Lizz Truss brushes off concerns about £8,8 bn black hole in her budget. THE GUARDIAN, 3 de agosto.

(3) “What kind of Prime Minister will Britain get. THE ECONOMIST, 18 de Agosto.

(4) “Au Chili, si la nouvelle Constitution l’emporte, le lien institutionelle avec le dictature e Pinochet serait totalmente rompue”. CRISTIAN ZAMORANO (profesor de La Sorbona, París). LE MONDE- IDÉES, 1 de septiembre; “Quelles que soient ses limites, le projet de Constitution est un véhicule de changement”. CARLOS HERRERA (jurista) y Eugénia Palleraki (historiadora). LE MONDE-IDÉES, 31 de agosto.

(5) “El fracaso de la Convención”. GONZALO CORDERO. LA TERCERA, 23 de julio.

(6) “Voters should reject Chile’s new draft Constitucion. It is a woke and fiscally irresponsible mess”. THE ECONOMIST, 6 de julio.

(7) “Votar apruebo… o votar por Pinochet”. FABIO SALAS. EL DESCONCIERTO, 13 de agosto.

 

Traducción »

Sobre María Corina Machado