Ángel Oropeza: Sin cimientos no hay casa

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Una fotografía a la coyuntura nacional arroja dos realidades que nos deben llamar la atención, de cara a la pregunta obligatoria que nos tenemos todos que hacer.

Desde el punto de vista social, los últimos estudios nos hablan de una población cansada y frustrada con la política, sin certeza sobre su futuro ni el del país, y cada vez más volcada sobre sus propias demandas y urgencias personales y familiares.

Desde el punto de vista político, los mismos estudios hablan de cómo continúa y se agudiza de desconexión de nuestra clase política opositora con la mayoría de la población. Lamentablemente –y al menos por ahora- la política y los políticos siguen en baja. Por supuesto los del gobierno, pero también los de oposición. Al mismo tiempo, la agenda precandidatural, la preocupación por la escogencia rápida de un candidato presidencial, y las actividades proselitistas donde nos hablamos a nosotros mismos parece ocupar el tiempo de nuestra dirigencia. Simultáneamente a esto, la unidad parece más fracturada que lo que había estado en mucho tiempo.

Frente a este escenario, es imperdonable asumir la postura de espectadores pasivos de una tragedia que se nos viene encima, cada vez más cerca y amenazante, como es la continuación del madurismo en el poder por muchos años más allá de 2024. Frente al peligro de perder lenta pero inevitablemente el país donde nacimos –el único al que legítimamente y con propiedad podemos llamar nuestro- ¿tenemos algo que decir o hacer? ¿Cuál debería ser nuestra preocupación y nuestra tarea fundamental en este momento?

Hace un año reflexionamos en este espacio sobre la exigencia clave de decidirnos en serio a conformar una coalición efectiva entre sectores sociales y políticos como condición indispensable para enfrentar el reto de la superación de la dictadura y el inicio de un proceso de transición concertada que permita comenzar a resolver la profunda crisis venezolana. Dada la naturaleza del régimen madurista, ninguna opción frente a él podrá tener éxito si no parte de una articulación efectiva entre los partidos políticos –todos, no sólo algunos de ellos- y los sectores sociales organizados que representan la compleja heterogeneidad de la sociedad civil. Esta difícil pero ineludible construcción de unidad y articulación político-social, que inicia con agrupar sobre bases mínimas de consenso a todos los que quieren un país distinto, es lo único que posibilitaría generar la necesaria presión social cívica interna sin la cual ninguna salida es posible ni viable.

Al respecto, y dada la natural dificultad para lograr el objetivo superior de la unidad mínima de la nación, es importante resaltar lo siguiente. Ciertamente existe una enorme y generalizada indignación nacional ante la destrucción progresiva del país, pero esta indignación es desagregada, desarticulada, sin dirección y cada quien por su lado. Con respecto al cambio político, casi todos en Venezuela queremos lo mismo, pero no necesariamente todos pensamos alcanzarlo de la misma forma ni lo concebimos igual. Hay mucha homogeneidad en el deseo pero muchas diferencias en lo estratégico y, en consecuencia, muchas más en la táctica.

Lo anterior ha producido un estado actual de dispersión de las fuerzas democráticas, en el cual no pocas organizaciones políticas y sociales intentan trazar su propia ruta ante la desconfianza tanto hacia otros actores como sobre la posibilidad de construir una ruta común.

Frente a esa realidad, la primera y más urgente tarea debería ser intentar pasar del estadio actual de dispersión de las fuerzas democráticas a un nuevo estadio donde frenemos esta tendencia a la fragmentación y logremos reencontrar a la mayoría de las fuerzas sociales y políticas del país en espacios mínimos de consensos estratégicos y rutas comunes de lucha.

Este nuevo estadio o momento de encuentro debe realizarse en primer lugar sobre la búsqueda de una ruta estratégica común de lucha democrática que debe ser construida a partir de la escucha y el intercambio sobre cómo cada sector percibe o considera lo que hay que hacer para avanzar hacia la liberación democrática de Venezuela.

Las coaliciones exitosas en la historia son aquellas donde los distintos sectores sociales y políticos no sólo se sienten representados, sino que perciben que la coalición unitaria expresa y defiende sus intereses mejor que lo que pudieran hacerlo ellos mismos por separado.  Construirlas requiere inteligencia, respeto a la autonomía y heterogeneidad de los sectores y organizaciones, pero también mucha generosidad y grandeza de las partes para entender que el objetivo es superior a los cálculos e intereses de corto plazo.

Por ello es necesario insistir que las coaliciones unitarias frente a regímenes autoritarios no se decretan ni se imponen desde arriba. No se construye una casa desde el techo, por mucho que así lo quieran sus diseñadores. Para poder resistir los embates de la intemperie, y funcionar como un espacio seguro de habitar, las casas se edifican desde los cimientos. De hecho, esto es lo primero que se hace. Porque sin cimientos, cualquier proyecto de casa está destinado a caerse.

¿Cuáles son los cimientos de una coalición exitosa frente a modalidades autocráticas de dominación? El pueblo organizado en torno a sus partidos políticos y a sus sectores sociales de pertenencia, sea laboral, gremial, estudiantil, empresarial, profesional, sindical, comunal, campesino o del tipo que sea. Este es el sujeto político de la transformación. Por ello es indispensable la construcción de consensos desde abajo, fortaleciendo a las organizaciones y partidos que juntos forman el tejido social de un país y articulándolos progresivamente en torno a un proyecto y un movimiento que sientan propios. Porque ante regímenes autocráticos, las vanguardias esclarecidas o cupulares no funcionan. Solo funcionan los movimientos que tienen fuertes cimientos aguas abajo en la población, los cuales a su vez se construyen sobre la base de la visibilidad, renovación y fortalecimiento de sus organizaciones y sectores.

Esta es la tarea más importante y urgente que tenemos en lo inmediato quienes aspiramos y luchamos por la liberación democrática de Venezuela, la construcción progresiva de una fuerte y exitosa coalición unitaria interna de sectores sociales y políticos en la cual, al todos sentirse parte, también todos ejerzan una indetenible presión social hacia la transformación viable y concertada del país. Esta construcción no es rápida ni fácil, y quizás por ello sea tan seductora la tentación de dedicar los esfuerzos a tareas más conocidas y efectistas. Pero sin ella, el país que es necesario construir seguirá siendo sólo un hermoso pero irrealizable sueño.

@angeloropeza182

 

Traducción »

Sobre María Corina Machado