Rodolfo Izaguirre: El escarnecido zamuro de mi país

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Al despertar, dedico largos minutos en saludar al nuevo día y deleitarme sorprendiendo por la ventana de mi cuarto el vuelo de los primeros pájaros. Sin proponérmelo surgió de pronto una distracción: la de esperar que alguno de ellos detenga su vuelo y se pose en la desnuda rama del árbol más cercano. En el marco de lo que abarca mi mirada están los feos techos y azoteas de las casas vecinas y las frondosas copas de los árboles cuyo intenso verdor hace más intenso el cielo de Caracas. A veces tardan los azulejos, reinitas o arrendajos en topar las ramas del árbol, pero no me importa porque entre tanto mi cuerpo recibe las caricias del sol. De pronto, veo cruzar en el cielo el aleteo de un pájaro o la línea que traza el disparo y la velocidad de su vuelo para desaparecer de inmediato sustituido por la admirable y serena trayectoria de algún zamuro cumpliendo un amplio círculo silencioso. Son aves feas que reciben feos nombres: buitre negro, gallinazo, zopilote, chumbo, jote, guaraguao, pero el zamuro de Caracas ofrece un majestuoso recorrido porque no vuela sino que planea; se desliza en el aire impulsado acaso por el viento que se ajusta a su vuelo y le permite sostenerse sin batir las alas soberbiamente extendidas. Apenas dobla las puntas de sus alas largas y estrechas o se inclina suavemente para girar a la izquierda o a la derecha y prosigue sus elegante vuelo planeador. En mi ya lejana infancia caraqueña para júbilo de los zamuros llamados cariñosamente los «limpiacasa» se acostumbraba lanzar al techo los pellejos de las carnes y otros despojos. Eran seres familiares hasta que la aldea que me vio nacer se transformó en una urbe despiadada y los consideró como aves de desahucio.

Saludo a los pájaros, al sol y al viento porque me dan fuerza y ánimo para enfrentar al nuevo día que también planea o vuela sobre el país venezolano y para que me permita rebelarme contra las asperezas del régimen cívico militar que con su petulante mediocridad oscurece su propio e intolerable cielo. Nosotros manejamos también nuestro vuelo personal; batimos nuestras poderosas o menguadas y tristes alas y nos esforzamos en sostenernos en el aire de lo aceptable mientras otros se dejan caer vencidos y derrotados en el estiércol de la indignidad política.

Hay personas que dan pasos untuosos y altivos y hay quienes caminan sin presunción alguna. La arrogancia y la majestuosidad van de la mano apartando sin mirar a quienes se encuentran a su paso. No lo puedo nombrar porque es mi amigo y aún vive, retirado de la vida política y muy cargado de años, pero solo una vez en su vibrante alegría su nombre fue mencionado como lejanísima posibilidad de ser candidato a la Presidencia de la República y me sorprendió verlo aquella tarde caminar con paso de obispo, saludando aquí y allá como si repartiera beneficios y una intolerable sonrisa de triunfo clavada en su rostro y me dije: «¡Pero ese es mi amigo y él no es así!» Pero la vanidad lo estaba socavando, estaba liberando al indomable ego que llevaba por dentro. Creyéndose ya presidente comenzaba a volar como los pájaros que baten sus alas cuando cruzan el cielo que se abre en mi ventana.

Es lo que me desanima cada vez que volteo a mirar al país cuyo descalabro me atormenta a diario. Surgen y se animan grupos y voces opositoras que se envuelven en palabras de jugosa savia patriótica que dicen condenar todo escarnio y afrenta, pero muchas de ellas terminan ahogándose a los pies del mandatario usurpador y las más desconsoladas por ser voces del barrio marginal se conforman con tristes bolsas de mala comida y promesas vacías. Y a mi longeva edad me asomo a la ventana para ver volar a los pájaros y gritar mi deseo de practicar desobediencia civil y defender con serena violencia el cielo de mi sangre y de mi dignidad que siento atropellado por militares y civiles poco honestos. No quiero dar pasos altaneros o desconsiderados, pero si me tocara volar acaricio la idea de planear sobre mi geografía arrastrando a venezolanos que disponen de mirada más aguda y penetrante, como zopilotes mexicanos o feos zamuros de mi país, para que se decidan a eliminar la despiadada izquierda socialista que tanto nos maltrata.

 

Traducción »

Sobre María Corina Machado