Luis Alberto Buttó: El abrazo valedero

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En Venezuela, más allá de lo estrictamente cronológico, es cuesta arriba calificar de «nuevo» al año que se avecina. Superada la ritualidad del momento, el panorama con el que despertará el país será, en esencia, calco fiel del dominante en los 365 días previos. Así será, en tanto y cuanto, el eje transversal de la similitud entre lo que pasa y lo que llega se centra en la permanencia de una sociedad desmembrada, desarticulada, reducida a jirones, donde la dignidad humana sufre y se opaca sistemática y progresivamente.

Año «nuevo» donde continuará el deterioro, en muchos casos irreparable, de lo que en estos lares pudo haber de bueno, como resulta de la acción de un gobierno malsano cuyo ejercicio se reduce al cobro de la revancha, disfrazada de ideología, como única práctica política, y cuyo sostén y permanencia, las más de las veces, descansa en el eficiente aprovechamiento de las debilidades inexcusables de los que se proclaman estar en la acera contraria.

Sin cambios en el horizonte, salvo algún que otro estallido de consumismo que, con simpleza de pensamiento, algunos equipararán a calidad de vida, lo descrito seguirá ocurriendo. Como seguirá ocurriendo que el venezolano despreciado del poder llore su tragedia sin consuelo en los pasillos de un hospital, por ejemplo. Desaliento, sin más. No en balde, millones continúan mirando afuera del territorio porque adentro no avizoran resolución suficiente a la cotidianidad que los tritura.

Todo lo anterior es verdad. Tonto es rebatirlo. Sin embargo, no es el desánimo lo que debe prevalecer. Esa no puede ser la marca característica de la sociedad venezolana. Es inadmisible perder la creencia en que el país puede salir adelante. Hay razones para creerlo. Basta recordar que antes de que la malhadada revolución bolivariana se hiciera con el poder y destrozara lo previamente construido, este país llegó a ser un país de oportunidades, un país de esperanza.

Un país que se hizo bien producto del trabajo de, por citar solo una muestra, obreros, buhoneros, choferes de autos por puesto, bedeles de colegio, hacedoras de empanadas, camareras de hospital, mujeres de servicio, etc., que transmitieron a sus hijos el valor innegociable del estudio como honrosa manera de trascender la pobreza y servirles a sus semejantes.

Lo poco o mucho que la sociedad venezolana logró antes del salto a la oscuridad que significó eso que llaman «chavismo», lo logró de esa forma, contando con el desprendimiento de sus mentes más lúcidas y con la valía de políticos de verdad, no de fotografía.

Si esos valores no se han olvidado, como sí en diversos sectores sociales se olvidó el valor de la democracia, al activarlos de nuevo es posible el florecimiento. En consecuencia, en Venezuela no habrá un año «nuevo» sino una vida nueva, signada por el reencuentro con esos pilares de fortaleza. Claro, sin autoengaños y aborreciendo la demagogia, debe saberse que nada de ello será de inmediato, ni siquiera en el mediano plazo. Pero, insoslayablemente lo será.

Entonces, este país volverá a ser uno que no expulse a su gente. Un país sin complejos ni mezquindades. Un país multicolor mezclado en patios de escuelas y liceos. Un país donde la educación superior retome los estándares de calidad indiscutida que alguna vez alcanzó. Un país donde ningún niño sea desnutrido ni se le apague la vida esperando un trasplante. Un país donde la navidad no alcance al hombre en prisión cuando no hay razón de ley para ello. Un país donde haya justicia por la sangre derramada demandando libertad. Un país que sin ser lo ideal, sea digno de que se viva en él.

Por esa esperanza vale la pena el abrazo, no por un año que no será «nuevo» en ningún sentido, sino para reafirmar la convicción, donde la haya, de que el trabajo es la verdadera fuente creadora de riqueza. Un abrazo para expresar la repulsa a los sinvergüenzas, a los acomodaticios, a los aprovechadores del mal ajeno, a los se pliegan a los dictados del poder usufructuado. Un abrazo cuya fuerza haga posible que la prevaricación, la corrupción, la mentira, la indolencia y la crueldad, nunca más sean gobierno en este pedacito del mundo. En fin, un abrazo solidario que intente hacer menor el dolor y las carencias de los que más sufren.

En ese sentido, amable lector, ¡abrazo fraterno de fin de año!

Doctor en Historia y director del Centro Latinoamericano de Estudios de Seguridad  de la USB.

 

Traducción »

Sobre María Corina Machado