Escribiré sobre un tema personal dada la proximidad de la Navidad. Nos pone nostálgicos y añoramos tantas cosas y especialmente a tantas personas idas, que hay que hacer un esfuerzo para no entrar en la melancolía y empezar a suspirar para terminar en un llanto semi-desconsolado. La intensidad de los recuerdos y la pasión desplegada en los amores, hace que los recuerdos sean muy concretos: padre, madre, marido, hermano, amigas y amigos, Maestros y compañeros, desaparecidos a lo largo de mi intensa y prolongada vida. Suspiro por ellos, los recuerdo permanentemente. Sin embargo, creo que es más fuerte, a la hora de hacer balances, el arrepentimiento. No tengo empacho en confesarlo: la perdida de los sueños de mi juventud y comprobarlo ahora con sufrimiento y horror, me conmueve, a diario. No menos dramática, resulta la toma de consciencia; y me espanta, haber sido alguna vez de esas izquierdistas enloquecidas, que apostaron todo a la ideología, dejando por fuera el amor, los valores, y especialmente a Dios, Nuestro Señor. ¡Ah, que desastre! Tengo que decir como la canción ¡Gracias a la vida que me ha dado tanto! Pues, este país, tan maravilloso perdono mis locuras juveniles y me acepto como demócrata, y pude compensar en parte, los disparates cometidos.
Además de mis amores humanos, tengo y siento un amor muy grande y trascendental por una institución amada y querida, que ha sido mi formadora desde siempre: la Universidad Central de Venezuela. Cumplió 3 siglos de fundada, en medio del desastre al que el régimen la ha condenado. Hacen tareas de limpieza y remodelación, como si con eso logran, cambiar el espíritu indomable, rebelde, democrático y de avanzada, característico de su vida: indomable, abierta al pensamiento universal, autónoma, orgullosa de sus tradiciones y de su desarrollo, plenamente comprometida con el saber y el conocimiento, una especie de madre de la sabiduría que acepta en su seno a quienes quieren seguir adelante con el conocimiento, los hallazgos, la investigación, para nunca claudicar en la búsqueda del progreso y el desarrollo, no solo de ella misma, sino de toda Venezuela.
No solo agradezco a la maravillosa UCV el conocimiento que tengo, sino haberme puesto en contacto, con otro grande e inconmensurable amor: el periodismo. Como dijo el poeta: vuelvo los ojos a mi propia historia… y ¿Qué veo? Una joven con cualquier cantidad de ilusiones, utopías y sueños, que llega a la entonces Escuela de Periodismo, de la mano de mi padre Humberto Cuenca, y con él, acudo a la Historia del Periodismo. Sigo a Héctor Mujica y aparece toda la teoría sobre el periodismo. (Gerbasi, Rumazo G. Álvarez, Rosas Marcano, Gómez, entre otros, van orientando mis pasos en la extraordinaria carrera) Fue amor a primera vista. Fue presentido en la lectura de los grandes cotidianos de Venezuela, desde la infancia, primero: El Nacional, luego El Universal; después Ultimas Noticias y La Esfera, entre otros. Posteriormente, fue en la bella Italia, al leer Il Messagero, Paese Sera y L`unita. Ame con intensidad la prensa ¡Ah la felicidad de tener a la mano esas posibilidades noticiosas, con esa libertad y las visiones del mundo, supuestamente, desarrollado! ¿Qué más pedir? Si, algo más: inscribirme en la carrera, abandonar la preciosa Ciencia Jurídica y entregarme con pasión al periodismo y luego, pasar a ensenar a los futuros periodistas, poniendo énfasis en la ética de comunicadores y periodistas, otro de los grandes amores. No cito los amores obvios, los hijos y los nietos, me puedo volver melodramática, para lo que no me hace falta mucho. Tampoco sobre el grande amor a la Patria. Ya lo saben: amores irredentos, todos. ¡Feliz Navidad!