El interinato se propone algo insólito: reestructurar la corrupción. Este fenómeno ético-administrativo habría llegado a América con Cristóbal Colón, quien le birló los 10.000 maravedís que le tocaban a Rodrigo de Triana por haber chillado ¡tierra! de primerito, incluso antes de que algún nativo gritara ¡barco! De allí que para muchos esa mala costumbre de meter la mano en lo ajeno y lo púbico se coló por los genes y, por tanto, es incurable. Por ello el ex autoproclamado, frente a algo que adictivamente lo desbordaba, decidió reestructurarlo.
Cuando fungió de Fiscal General, Ramón Escobar Salom (el mismo que gritó el 11A de 2002: “hay que someterlo por la fuerza y arrestarlo”), convencido de que la corrupción es inextinguible, propuso reducirla a un 10%, un porcentaje aceptable para una república decente. Con un robo público de esa dimensión, la sociedad podía vivir tranquilamente y sin mucho escándalo. El alto funcionario salió del cargo sin lograr su objetivo y reapareció con el golpe del 11A, agregando a su célebre frase ya citada, otra perla democrática. Cuando le preguntaron qué se haría con el pueblo que en la calle respaldaba al presidente Chávez, cortó de un tajo: ¡De eso se ocupa el ejército!
El “gobierno interino” –así se auto mienta- impuesto por EEUU y reconocido sin chistar por la Unión Europea, ante su corrupta precocidad, se inventó eso de reestructurar la corrupción, algo que, de lograrlo, transformaría las ciencias políticas, el derecho penal y la ética kantiana. Sería una verdadera revolución de la pillería. El precoz partido Voluntad Popular decidió empezar por Monómeros, una empresa venezolana que se repartieron AD, UNT, VP y PJ (el cartel G4) y a la que lograron saquear en tiempo record. Era el laboratorio ideal. Pero AD, PJ y UNT le habían cogido el gustito a la vaina y votaron en contra de la peregrina idea de reestructurar la gallina de los huevos de oro, hoy agarrada por el pescuezo por Iván Duque.
Ya el doctor Gonzalo Barrios, bisabuelo de los corrupticos de hoy, había lanzado una frase que descartaba todo intento de reestructurar la corrupción: “En Venezuela –dijo- la gente roba porque no hay razón para no hacerlo”. La razón –la pena capital- la decretó el Libertador Simón Bolívar en 1824, pero no le hicimos caso.