Hay quien sostiene que el perro de Paulov vivía en estado permanente de perplejidad, porque no podía entender cuál era la razón por la que cada vez que él tenía hambre y empezaba a segregar jugos gástricos el bueno de Paulov tocaba frenéticamente una campana. ¿Cómo sabía su amo cuando tenía hambre? ¿Por qué actuaba con tanta solemnidad ante un hecho tan natural como tener hambre, tocando a arrebato una campana?
Este disparate interpretativo guarda cierta similitud –en su lógica inversa– con las concepciones de aquellos que sostienen que el “CIS de Tezanos” lo que hace con sus encuestas es inducir a los españoles a votar de una determinada manera: la que yo “decido” con las encuestas del CIS. Encuestas de las que prácticamente todo el mundo se hace eco, tanto para intentar “arrimar el ascua a su sardina”, como para denostar los datos, criticarlos y descalificarlos, incluso de manera insultante, poniendo un empeño en la tarea digno de mejor causa.
Las guerras de encuestas
Los arrebatos refutatorios contra las encuestas del “CIS de Tezanos” tienen momentos álgidos en los períodos preelectorales, en los que los estudios del CIS alcanzan unas magnitudes y unas calidades técnicas que no tienen parangón con otras encuestillas que suelen encargar o publicitar –y a veces inventar– determinados partidos y medios de comunicación social abiertamente alineados con ciertas ideologías. Lo que da lugar a una “competencia” sociológica descompensada y dialécticamente peculiar. De forma que aquellos que hacen, encargan y/o propalan encuestas de escasa representatividad y claramente sesgadas a favor de partidos muy concretos, intentan descalificar con insultos y despropósitos argumentativos investigaciones sociológicas serias, con muestras que son hasta 15 veces superiores a las de los “sesgadores”, y que son realizadas con metodologías y procedimientos rigurosos, con la participación de equipos muy preparados y profesionalizados que tienen bastantes años de experiencia a sus espaldas.
¿Cómo se ha podido llegar en España a una in- versión tan peculiar en la que todo parece un mundo al revés, en el que los expertos y los científicos competentes y bien formados son tachados de chapuceros y falsificadores por quienes han hecho profesión de la práctica de la manipulación sociológica y el engaño comunicativo? ¿Se imaginan lo que supondría vivir en sociedades organizadas de acuerdo a tal tipo de patrones de inversión de la lógica de las cosas y de desprecio al proceder científico y a la veracidad de los procedimientos analíticos? La verdad es que desde Orwell, Huxley y otros varios, han sido muchos los que han tratado de intuir –y ¿anticipar?– cuáles podrían ser los perfiles de tales “antiutopías”, sin que a nadie se la haya ocurrido imaginar contextos sociales futuros influidos por este tipo de manipulaciones sociológicas.
Empeños mágico-interpretativos
Amén de la inversión lógico-procedimental, que da lugar a que los “tramposos” y los “sesgadores” descalifiquen a los que proceden de manera rigurosa y veraz, las guerras de encuestas se están viendo afectadas también por elementos mágicos propios de mentalidades primitivas, que aún no han sido redimidas por los criterios de la racionalidad, el empirismo y el método científico. Es decir, estamos ante personas (o líderes políticos, o comunicólogos) que aún creen que basta con fijar o pronosticar un hecho, o pronunciar unas palabras (o unos números) para que tales hechos o conceptos se conviertan en realidades concretas; como aquellos dioses y grandes magos de la antigüedad que pronunciaban nombres y bautizaban “cosas” que –a continuación– surgían por arte de birlibirloque. Ni más ni menos.
He de confesar que en la larga guerra de encuestas en la que nos tiene sumida la derecha premoderna, a veces he sentido estupor ante la forma de proceder y de argumentar, no solo de ciertos plumíferos de turno, sino de líderes importantes a los que he visto dedicar parte de su “valioso” tiempo mediático arremetiendo y pseudo-argumentando contra el CIS de Tezanos, como si de verdad creyeran que mis pronósticos preelectorales tuvieran capacidad para llevar a millones de personas a votar lo que “yo” previamente les he apuntado, o indicado. ¿Realmente tan decisorios les parecen a algunos los pronósticos preelectorales del CIS? ¿Es posible que crean que soy yo el que “les sube”, o les “baja” los votos a unos u otros partidos? ¿O que “castigo” o “premio” a unos u otros “dándoles” más o menos votos o escaños en las en- cuestas del CIS? ¿Es posible que personas que aspiran a ocupar puestos de mucho relieve y responsabilidad sean capaces de formular –y creerse– análisis e interpretaciones tan influidas por concepciones mágicas?
La mayor contaminación política del debate sobre la fiabilidad de los pronósticos electorales es la que se practica y alienta desde sectores muy concretos de asesoría e inducción “reputacional”, en los que los enfoques racionales de trabajo científico riguroso a veces brillan por su ausencia, y solo se opera con criterios embarulladores al servicios de parte, sin el más mínimo respeto por la coherencia lógica ni la veracidad de los hechos.
Amén de lo que algunos hacen, dicen o filtran a determinados medios y comentaristas obedientes, lo cierto es que no hace mucho tiempo un líder bastante conocido “me pidió” que le “diera” un determinado número de “diputados” a su partido político. Y, como quiera que yo me tomara a broma tan insólita petición, pasó inmediatamente de la amabilidad persuasiva al enfado amenazante. Enfado que no solo comprendía una “admonición sobre el error de la estimación que cometía”, sino el anuncio de acudir a determinadas cadenas de televisión para ponerme verde. Amenaza que cumplió de inmediato. Sin embargo, la ulterior celebración de las elecciones confirmó que los escaños obtenidos por ese partido fueron exactamente los que pronosticaba la encuesta del CIS, y no los que aquel líder pretendía que yo le diera (?). Aún así, nadie escuchó a posteriori una sola palabra de disculpa. Cosa que ha vuelto a ocurrir con las elecciones de Cataluña, y a la que ya estoy acostumbrado.
Telarañas intelectuales e interpretativas
Un buen amigo, refiriéndose a otro líder importante, me confesó que no entendía cómo ese líder podía pensar realmente que yo tenía tamaño poder como para mover a la opinión pública en una dirección u otra con mis encuestas. Algo que se ha visto últimamente con lo que algunos han llamado el “efecto Illa”, en su mutua relación con el “efecto Sánchez”. Como si eso fueran fenómenos que yo me hubiera “inventado”, y no realidades sociológico-políticas pre-existentes, a las que algunos solo aportamos la capacidad de análisis con encuestas rigurosas y bien realizadas que permiten “identificar” y registrar tales fenómenos. Pero no “crearlos”.
En realidad, los que formulan de- terminadas críticas en esta dirección –incluso algunos analistas de buena fe inicial–no solo de muestran el alto grado en el que los seres humanos nos dejamos influir por los ambientes “dándoles” más o menos votos o escaños en las encuestas del CIS? ¿Es posible que personas que aspiran a ocupar puestos de mucho relieve y responsabilidad sean capaces de formular –y creerse– análisis e interpretaciones tan influidas por concepciones mágicas? Amén de lo que algunos hacen, dicen o filtran a determinados medios y comentaristas obedientes, lo cierto es que no hace mucho tiempo un líder bastante conocido “me pidió” que le “diera” un determinado número de “diputados” a su partido político. Y, como quiera que yo me tomara a broma tan insólita –sobre todo por el “dinero” de los jefes–, hasta el punto que a veces nos situamos –se sitúan– en la inercia de componentes ancestrales. Como todos los que se envuelven en telarañas intelectuales e interpretativas propias de culturas mágico-primitivas y, desde luego, pre-racionales y pre-democráticas. Algo que aún persiste en algunos en forma de residuos de nuestra conformación psíquica profunda, con sus componentes mágico-simbólicos primitivos. De ahí el componente atribuido de influencia desmesurada que atribuyen al supuesto CIS de Tezanos. Influencia que incluso podría alimentar los componentes de narcisismo que todos tenemos. Algo que a ciertos personajes los ciega y los domina hasta extremos ridículos.
Lo llamativo de algunas de las prácticas denostativas bien alimentadas es el divorcio entre hechos y críticas con el que a veces se opera. En las elecciones catalanas yo me he visto criticado –en ocasiones en los mismos medios y por las mismas personas– primero, por “atribuir” pocos votos a partidos como el PP y Ciudadanos. Lo que se presentaba como un rasgo de “sectarismo discriminatorio”. Y, después de las elecciones, los mismos y en los mismos lugares me criticaron porque –sostenían sin sonrojarse– no había sido capaz de “adivinar” la profundidad de su caída. Y todo ello en el intervalo de pocos días y cuando en realidad se estaba ante márgenes de error muestral de muy pocos puntos de diferencia.
Adivinos y científicos
En contextos tan pintorescos y tan exagerados, nadie podrá negar que algunos siempre hemos rodeado de cautelas y matices los pronósticos preelectorales que realizamos. No solo porque a lo largo de nuestras vidas hemos visto de todo en este campo, y hace mucho que hemos quedado vacunados de “espanto”, sino también porque conocemos los límites de la investigación científica en materia social y humana; así como los propios márgenes de error –e indeterminación– en los que se desenvuelve la investigación empírica aplicada. Por eso, cuando me preguntan, yo siempre digo que “no soy adivino”, y que solo me atrevo a anticipar tendencias y a realizar pronósticos relativos. Por eso, cuando “acierto” en algún pronóstico preelectoral, quito importancia a lo que tal acierto tiene de anticipación plausible, recordando los elementos de azar y aleatoriedad presentes en toda previsión sociológica. Y cuando me equivoco, o cuando algunos llegan incluso a “inventar” los datos de mis supuestos pronósticos –¡qué inaudito!– para denostarme con ánimo inquisitorial, ni siquiera me molesto en refutar tales disparates. Disparates sustentados en la ignorancia, o el desprecio, de los elementos de volatilidad e incertidumbre que subyacen en nuestros días en muchas orientaciones políticas. Como ocurre en España, donde más del 50% de los electores no votan siempre por el mismo partido político, sino que votan –o no votan– “según lo que más les convence en cada momento”. De hecho, la mayor parte de los que votan suelen empezar a pensar qué votar una vez que arranca la campaña electoral. En las últimas elecciones catalanas, por ejemplo, un 48,7% decidió qué votar durante la campaña, siendo un 14% los que se decidieron durante la jornada de reflexión, o en el mismo día de la votación. ¿Quién puede pretender “adivinar” por procedimientos científicos lo que van a votar tantos electores cuando ni siquiera ellos mismos han decidido a quién van a hacerlo?
Hay que ser muy creído de sí mismo y muy inclinado a la “magia” para pretender tales cosas. Y, desde luego, también hay que ser un poco “rarito” para pensar que lo que tú digas o pronostiques va a llevar disciplinadamente a muchos votantes a comportarse de acuerdo a los criterios políticos que tú les has fijado previamente.
Lo que ocurre en torno a este tipo de cuestiones, y lo que a veces se escucha en las ondas, demuestra que en España –aunque no solo– aún tenemos que realizar muchos esfuerzos de pedagogía y de formación científica de base.
Mientras continuamos con estas tareas y estas consideraciones, tengo bastante claro que aun tendré que continuar explicando durante cierto tiempo que “ni yo soy adivino”, ni lo pretendo, ni voy a intentar enriquecerme aparentando lo que no soy, ni engañan- do a los ingenuos con patrañas pseudo-sociológicas. ¡Lo siento por el perro de Paulov!
José Félix Tezanos Tortajada es un político, sociólogo, escritor y profesor español, presidente del Centro de Investigaciones Sociológicas.