Luis Bravo: Ni pobre educación para pobres hay…

 

Ya casi estamos en el tercer trimestre real del año escolar 2021-2020 y se sigue haciendo lo mismo con idénticos   resultados: la exclusión galopante de una porción enorme de la matricula potencial del Sistema Educativo Escolar Venezolano,  que amplía la brecha cultural entre los que pueden y los que no. No se ha hecho prácticamente  nada por convertir al sistema escolar en circuito social de seguridad sanitaria y mucho menos para que sea instrumento eficiente para la lucha contra la última pandemia, tal como ocurrió en el pasado con calamidades devastadoras como el caso de la malaria o la bilharzia,  por decir poco.

Se hace más propaganda que atención a los problemas que aquejan la posibilidad real de salvar decentemente este año escolar. No se atienden, ni por asomo,  las grandes carencias educativas del país  y se estira la arruga con más gasto de carácter inflacionario (más bien hiper-inflacionario) para sostener el mayor éxito que ha tenido la élite de poder que se instaló en 1999: aprovechar todas las carencias que sufre el país, la mayoría causadas por la liquidación de la idea misma de Estado,  en oportunidades para ampliar su control político de las mayorías abrumadas por los resultados de un Gobierno fallido. Se deja de hacer lo que hubo de hacerse y tendría que hacerse,  con urgencia desesperada:

1-Abrir la institucionalidad con todas las previsiones que los especialistas recomiendan amen del sentido común. Potenciar la autonomía y las experiencias que han surgido espontáneamente en la iniciativa privada y, en menor escala,  la oficial.

2-Abrir las escuelas con fórmulas polimodales es decir aprovechando las ventajas que rodean a las instituciones reales como es el caso del teléfono celular y la generalización de apps como Watsapp u otras posibilidades comunicacionales que ofrece la comunicación de masas más generalizada en el país. Producir o ensamblar una pedagogía hibrida (tecnología educativa de cohabitación plural) entre la relación a distancia y presencial motivada, acompañada  por el resguardo escrupuloso de la salud de los actores,  amén de una remuneración razonable del actor trabajo.

3- Recuperar al salario como remuneración al trabajo hecho en Educación. Los actores no se moverán si la educación escolar y universitaria  no ofrecen provecho, bien sea para el aprendizaje significativo, más allá del utilitarismo de la promoción automática, o para la sobrevivencia no dependiente del altruismo sectario.

 

Haber destruido la noción misma de salario para  el  trabajo en Educación es la más grave lesión que ha recibido la Pedagogía en Venezuela, al ser sustituido por la remuneración a la secta,  vía misiones, plataforma patria o cualquiera de los artilugios bonificadores que se han ensayado desde 1999. Se ha pervertido la relación sustantiva entre el trabajo y el patrono en Educación como servicio público.

4- Evitar la destrucción misma del año escolar y los períodos formales universitarios como ordenamiento para la actividad institucional. Sustituirlos por tributación educativa (¿populismo?) a los procesos electorales, estimulando  incapacidad de las instituciones para atacar los problemas al calor sofocante de una vanidad desmesurada en el ejercicio del poder en Educación. Lo cual no solo hizo más dependientes a las instituciones de la limosna pública,  sino que ayudo a perder la fe del pueblo en el voto como instrumento para generar los cambios que necesita el progreso de la Educación y del país en general.

5- Restituir la destrucción de la confianza en la agremiación unificadora  como fórmula esencial  para la lucha del trabajo en Educación en defensa y mejoramiento de su calidad de vida. Se ha disminuido políticamente las energías para el desarrollo de los gremios críticos existentes por la acción estatal deliberada y por la incapacidad de los dirigentes a escaparse de la hoguera de las vanidades en que se ha convertido buena parte (que no toda) la relación gobierno-gremios, gremios-oposición.  Se ha sustituido la política por una lealtad perruna a los usos políticos sectariamente ideológicos,  que son más religión que política. Baste ver desapasionadamente el contenido de la comunicación gremial  que se mueve por las redes sociales para comprobar que tiene más contenido religioso de carácter sectario que contenido político de análisis y propuesta para el cambio necesario.

6- Hacer lo que hay que hacer, aunque sea más fácil decirlo que materializarlo. No se hace el trabajo:  el Gobierno no gobierna en favor de la Educación y del país, la crítica académica se ha convertido en competencia de engreimientos, no mejoramos lo que hacemos, y lo poco que hacemos lo encerramos en círculos virtuosos solo para el engrandecimiento de la ignorancia acumulada. Los gremios y la política especializada en Educación tienden a alejarse de los problemas y la posibilidad democrática de resolver los asuntos educativos vía, por ejemplo, electoral. La sociedad civil esta hundida en la politiquería supremacista del paralizante: “tenía  razón”,  “yo lo dije”…

Ahora bien: ¿qué hacer frente a  ello? Todo menos dejar de trabajar para construir una unidad nacional que en base a la discusión pública se reencuentre  con el éxito, para evitar que la Pandemia nos hunda más en el excremento de la incapacidad para luchar contra ella. Que los actores hagan su trabajo en correspondencia a sus intereses y necesidades,  pero con la vista puesta en que si no nos avispamos y nos unimos en un pacto social razonable, el colapso educativo se tornará en el modo de comportamiento del Sistema Educativo Escolar,  muy difícil de revertir,  tanto como el colapso generalizado de país que poco a poco abruma las esperanzas de las mayorías.

Si no concertamos… Nos fregamos todos.

 

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