José Félix Tezanos: ¿Democracias de quita y pon?

 

El Presidente de Portugal, candidato en las recientes elecciones del domingo 24 de enero, sufrió críticas de procedimiento un tanto insólitas procedentes de personas a las que debemos suponer una razonable formación y una asunción de valores y principios democráticos. Lo que le llevó a afirmar que “la pandemia no puede ser un pretexto para intentar dejar en suspenso la democracia”. Por eso, Portugal ha realizado sus elecciones cuando correspondían. Al igual que ha hecho Estados Unidos de América y otros países durante el terrible período de pandemia que padecemos.

¿Por qué, pues, algunos líderes y partidos en España han intentado –e intentan– posponer elecciones que piensan que ahora no van a ganar, o no van a hacerlo en la forma en la que a ellos les gustaría? Y, sobre todo, ¿por qué se amparan en la pandemia como coartada para acentuar el barullo jurídico-político-emocional en el que algunos tienen sumida desde hace años a una Comunidad antaño tan valorada y respetada por su seny, su laboriosidad y su seriedad en los compromisos como Cataluña? ¿Acaso no resulta insólita y casi esperpéntica la sucesión “interina” de Presidentes de la Generalitat que se ha dado desde las últimas elecciones que hicieron los catalanes? ¿Por qué tanto empeño en mantener tales interinidades con todas sus secuelas, problemas y parálisis?

Lo que está ocurriendo en Cataluña, con sus recursos judiciales, propuestas y contrapropuestas, ha dado lugar a espectáculos políticos penosos, que están erosionando bases fundamentales de la democracia, como es la certeza en los procesos democráticos y la confianza que eso genera –que puede generar– no solo en los diferentes agentes sociales y económicos, sino en la ciudadanía en su conjunto. Algo que tiene que estar por encima de las diferentes posiciones y opciones políticas.

Por eso, precisamente, el ex Presidente José María Aznar recordó los días pasados que las fechas electorales no se deben cuestionar ni posponer sine die, recordando lo insólito que hubiera parecido que Donald Trump, que ya se recelaba una posible derrota, hubiera suspendido y retrasado las elecciones norteamericanas so pretexto de una pandemia que está afectando a los Estados Unidos con más intensidad que a España.

Lo extraño es que tan rotunda advertencia de Aznar no haya tenido apenas eco en los medios de comunicación social, hasta el punto que algunos llegamos a pensar que solo era un bulo, o una fake, como ahora dicen los pedantes.

En cualquier caso, lo cierto es que casi todos los partidos que piensan que van a tener un mal resultado en las elecciones de Cataluña se apuntaron al propósito de intentar retrasar las elecciones catalanas a una fecha sin concretar y, en cualquier caso, bastante dilatada.

Este tipo de comportamientos y actitudes forman parte de los procesos de erosión que están sufriendo las democracias en nuestro tiempo. Erosión para la que parece que todo vale, incluso el cuestionamiento de la legitimidad de algunas candidaturas, de algunas encuestas (no favorables) y hasta de algunos posibles escrutinios. Cuestionamientos que se hacen sin razón, causa o evidencia alguna, sin sostenerse en datos ni en indicios, como hemos visto con Donald Trump, que ya antes del día de la votación se dedicó a cuestionar la fiabilidad futura del proceso electoral, que según él se vería afectado por el “pucherazo” que estaban organizando los demócratas.

Las falacias y argucias argumentativas a las que están recurriendo algunos en España para cuestionar la legitimidad de la candidatura de Salvador Illa, o las encuestas del CIS preguntando por él –junto a los demás candidatos– son una muestra de estas derivas por las que se han lanzado los que parecen pensar que la democracia y sus procedimientos solo son buenos cuando les convienen a ellos, y que los plazos y formalidades de la democracia son de “quita y pon”, al gusto de cada cual.

La verdad es que no dejan de resultar cómicos los esfuerzos argumentativos de aquellos que sostienen que Salvador Illa se ha estado aprovechando de su condición de Ministro de Sanidad para ser candidato. Sobre todo, cuando este argumento lo sostiene otro candidato que, a su vez, es el enésimo President interino de la Generalitat. ¿Acaso él no debería dimitir también de President, para no aprovecharse de su cargo y de sus considerables recursos para sacar provecho como candidato, según esta misma manera de argumentar?

Lo mismo podríamos decir de la candidata de otro partido catalán que ha formulado varias interpelaciones parlamentarias al CIS, cuestionando que se pregunte en sus encuestas por Salvador Illa, sin tener en cuenta que Illa es un candidato tan legítimo como ella, y un indudable líder político catalán, no solo por su condición de Ministro del Gobierno de Pedro Sánchez –de los mejor valorados, por cierto–, sino también como Secretario de Organización de uno de los partidos políticos más importantes de Cataluña, como es el PSC; que ya sabe lo que es gobernar. Algo que conocen perfectamente en el CEO (el CIS catalán, como se dice), que viene incluyendo el nombre de Salvador Illa en sus encuestas, antes de que lo hiciera el CIS por primera vez. ¿Podría explicarnos algunos por qué el CEO catalán, como órgano de la Generalitat, puede preguntar por Salvador Illa en sus encuestas y no puede hacerlo el CIS? Y, de paso, ¿nos podrían explicar los que gobiernan la Generalitat por qué los catalanes pueden ir al Liceo, a tomarse una caña o un café en un establecimiento público, o ir a misa o… y, sin embargo, no pueden ir a votar? ¿Qué tipo de lógica utilizan los que argumentan de esta manera? ¿Hasta qué grado de exageración están dispuestos a llegar los que plantean un conflicto y una contradicción entre el “derecho” a la salud y el derecho al voto? ¿Por qué tanto empeño en querer ahora tapar la boca a los catalanes?

El tipo de cuestionamiento que algunos han hecho de la última encuesta preelectoral del CIS, no por razones científicas o metodológicas, sino por el simple hecho de que apunta unos resultados –posibles y provisionales– bastante favorables a Salvador Illa, al PSC y a las posiciones catalanas más posibilitas y razonables, es un despropósito que se añade a un marco político catalán sumamente tensionado, que las personas y grupos políticos sensatos harían bien en tomarse con la debida calma y sentido común, evitando sumarse al clima de erosión de la democracia y de sus procedimientos. Antes de caer en males mayores.

 

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