Sandra Borda Guzmán: Donald Trump para rato…

 

La pregunta sobre los factores que facilitaron el surgimiento y la consolidación del fenómeno Trump es esencial. Si no se entiende cómo se fortalece como opción política el dogmatismo de derecha, va a ser difícil derrotarlo. Peor aún, la desesperación puede inducir a una lucha contra ese extremismo que termine convirtiendo a los defensores de la democracia y el Estado de derecho en aquello que más aborrecen: en autoritarios. La pelea contra el populismo de derecha no se puede dar haciendo uso de sus técnicas, y en esto los medios son tanto o más importantes que los fines.

Cuando las encuestas, hace algo más o algo menos de una década, empezaron a mostrar el desencanto global con las instituciones y la democracia, nadie prestó el cuidado necesario. Escudándose en la vieja premisa de que la democracia es el ‘menos malo’ de los sistemas políticos con los que contamos, todos nos hicimos los de la vista gorda y nos sentamos a esperar a que el descontento se curara solo. Nos recostamos con comodidad en el púlpito de la superioridad liberal a observar pacientemente cómo la gente iba a terminar acostumbrándose a las fallas del régimen y de sus instituciones.

Y mientras tanto, la derecha encontró en ese descontento una mina de oro electoral. Se dieron cuenta de que si lograban articular un discurso político que condenara con la misma fuerza y vehemencia las ineficiencias del Estado de derecho y de las instituciones democráticas, si convertían el escepticismo en credo y si arremetían contra las reglas del juego, entonces convertirían a cada persona a quien el sistema político le había fallado, a cada ciudadano que sentía a las instituciones como entes lejanos y casi enemigos, a cada individuo que sentía roto el puente que lo vinculaba con sus representantes y el Estado, en un potencial votante. Y, como era de esperarse, se convirtieron en una fuerza política imparable.

Mientras tanto, los liberales demócratas, con algo de desdén y pereza, insistían en un argumento ético poco elaborado: no es correcto construir un discurso político en contra de la institucionalidad democrática. Ese discurso, decían, es una traición a un consenso liberal que tardó décadas en formarse, y el nuevo dogma de derecha estaba cruzando una línea al criticarlo y tratar de sustituirlo por otro. El problema es que no notaron que el consenso se había desbaratado antes ni que el populismo de Trump solo llegó para convertir la división en plataforma política.

En otras palabras, Trump es más un síntoma que una enfermedad. Y la enfermedad, para ser brutalmente sinceros, la generó la élite política que subestimó la animadversión que poco a poco se fue gestando entre los ciudadanos en contra de unas instituciones políticas que no respondían a sus intereses y necesidades. Las instituciones democráticas terminaron convertidas en un castillo rodeado por una alta muralla. Adentro, la clase política empezó a manejar el Estado como si fuese propiedad privada, en función de su propio beneficio y el de sus amigos, e ignorando que los que se quedaron fuera de la muralla son quienes pagan el mantenimiento del castillo. Se olvidaron de que el Estado está para tramitar los intereses y las necesidades de los ciudadanos y, en un tour de force, lo pusieron de espaldas a la gente.

No es de extrañar, entonces, que hoy muchos quieran tumbar las murallas a la fuerza y acabar con el castillo. Y quienes están en el castillo no pueden seguir gritando desde sus alturas que está mal, que no es correcto intentar tumbar sus murallas. A estas alturas, esa es una defensa muy pobre. Si no abren las puertas, si no les devuelven el Estado y su funcionamiento a sus ciudadanos, si no renuevan nuestro contrato social, serán ellos los principales culpables de que el populismo de derecha continúe fortaleciéndose y regrese al poder.

Sandra Borda Guzmán – @sandraborda

 

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