Desde Washington, donde reside, el escritor y analista venezolano Moisés Naím vigila el efecto que la pandemia está teniendo sobre el poder. Lleva la cuenta de aquellos países donde un brote de autoritarismo amenaza la democracia. Le asombra lo violento del contraste entre la gravedad de los desafíos y la talla minúscula del liderazgo mundial. Naím está pendiente de todos aquellos fenómenos relevantes que están produciéndose en este momento y que la enfermedad no deja ver. Entre ellos una plaga de langostas más jóvenes y rápidas de la que no parece haberse enterado nadie. Como opositor al chavismo, asiste con preocupación al viraje de la posición española respecto a Venezuela.
Rafa Latorre entrevista para El Mundo de España a Moisés Naím: España es la guarida del Chavismo, una bofetada para la democracia
P. ¿Qué tal lleva la pandemia? ¿Ha tenido que lamentar alguna baja personal?
R. Falleció un querido amigo. Otros colegas profesionales también murieron y otros cayeron enfermos. No hay nadie que esté protegido de esto.
P. La muerte lo inunda todo.
R. Y son muertes crueles. Hay muertes serenas y muertes crueles. La idea de estar intubado en un hospital, sabiendo que te estás muriendo y que no puedas hablar con tus seres queridos y que ellos sepan que no se podrán despedir de ti es terrible, de una crueldad enorme.
P. La trampa de este virus se escondía en su aparente baja letalidad. Al final le tienes más miedo a que no haya respiradores que a la enfermedad en sí.
R. Trágicamente creo que va a estar con nosotros un tiempo. América Latina es ahora mismo el principal brote mundial, con los sistemas de salud más precarios y con una situación financiera también muy precaria. América Latina entra en esta crisis con condiciones abrumadoramente malas. Hay una lista de causas preexistentes debilitantes y estamos viendo las consecuencias. Además de eso, en los dos países más grandes del continente, que son México y Brasil, hay presidentes que todavía hoy niegan la importancia, la gravedad, la profundidad y la celeridad de esto. Luego está Estados Unidos. Texas, Arizona, Florida… Si Florida fuera un país sería el cuarto país más infectado del mundo.
P. El mayor desafío para los liderazgos más deficientes.
R. Escribí una columna hace unas semanas que se titulaba Problemas grandes, líderes pequeños. Nos han tocado problemas demoledores, inéditos, para los que hace falta liderazgo, claridad, respeto por la ciencia y poner el interés nacional por encima del interés personal, con líderes que tienen tendencia a lo contrario.
P. Se suele reflexionar sobre cómo nos cambiará el virus pero los problemas políticos que usted señala ya estaban ahí. La pandemia los agrava.
R. Y en algunos casos los revela, porque estaban escondidos a plena vista. La desigualdad se ha manifestado claramente. Estamos viendo cómo años de desprecio y desdén por el gasto público han debilitado los sistemas de salud. Estados Unidos es el país que más gasta, como porcentaje de su economía, y es el que peor cobertura sanitaria tiene. Estados Unidos ha tenido una coexistencia relativamente pacífica con el hecho de que decenas de millones de estadounidenses no tuvieran acceso al sistema de salud.
P. Hay un restricción de las libertades que sólo nos permitimos por la docilidad que da el miedo. La gestión de la pandemia ha exigido la concesión de poderes extraordinarios a los líderes. No sé si todos se merecen ese margen de confianza.
R. He venido siguiendo la politización de la pandemia y qué consecuencias está teniendo sobre el poder. Estoy terminando un manuscrito en el que trato de explicar qué está pasando con el poder en estas circunstancias.
P. ¿Cree que la factura que pagará Donald Trump por la gestión irresponsable de la pandemia le impedirá disfrutar de un segundo mandato?
R. Tal y como aprendimos en las primeras elecciones de Trump y en el referéndum del Brexit, hay que tomar con cautela lo que dicen las encuestas. Sin embargo es lo único que tenemos además de las opiniones y todos los sondeos que se publican en EEUU, todos, aun aquellos que encarga el comité de campaña de Trump, dicen que si las elecciones fuesen hoy, Trump perdería. También sabemos que las cosas pueden cambiar drásticamente. De aquí a noviembre faltan cinco meses, en política son una eternidad y hablamos de alguien dispuesto a todo para retener el poder. Para él, estar en el poder no es sólo la posibilidad de ejecutar un proyecto político, es también una forma de supervivencia financiera. Necesita tener las protecciones que le da la presidencia para no enfrentarse a los litigios que tiene pendientes.
P. Estas elecciones cogen a la izquierda estadounidense en medio de un cisma entre tradicionales e identitarios. Entre quienes ponen la ciudadanía en el centro y quienes trabajan por una atomización de la misma en diferentes identidades agraviadas. Lo vimos en el manifiesto de Harper’s.
R. Estamos viviendo una turbulencia de categorías. ¿Qué significa ser de izquierdas? ¿Trump es de derechas? Trump hace muchas cosas que históricamente eran repudiadas por la derecha. Tenemos una ensalada de categorías y luego la polarización propiciada por las redes sociales y la proliferación de charlatanes. Estamos viviendo la edad dorada de los charlatanes. Siempre existieron pero ahora están digitalizados y globalizados. Asistimos a una capacidad extraordinaria de intervención cibernética de la política.
P. Es muy interesante lo de la digitalización de los charlatanes. Tengo la sensación de que hay chaladuras que triunfan porque los muy jóvenes, en edad de las chaladuras, tienen una pericia digital muy superior a la de sus mayores, de manera que consiguen colocar su mercancía de manera mucho más eficaz en el mercado de las ideas.
R. Eso es exactamente así, pero hay más. Hay una siembra de discordia por parte de agentes políticos furtivos. Los jóvenes son competentes en el Tik Tok o en Twitter y son capaces de hacer mil travesuras, de movilizar mil ideas y de confundir muchas más. Esa es una realidad. Pero al lado hay que incorporar el impacto que están teniendo actores furtivos, que son muchas veces controlados por los gobiernos. Estamos en un mundo tan confundido que lo demencial parece normal. El Washington Post tiene a un redactor dedicado a contarle las mentiras al presidente. Esta semana ha atravesado la barrera de las 20.000 mentiras. Afirmaciones verificablemente falsas. Hay un tipo que miente en la Casa Blanca. Bueno, se asume. Ahora en Estados Unidos estamos divididos entre quienes usan mascarilla y quienes no lo hacen. Ese es el debate. Y a todo esto súmale ahora lo de las identidades. Un punto de inflexión ocurrió en Holanda, cuando las autoridades decidieron que no le iban a preguntar más a los ciudadanos holandeses cuál era su género. Hay razones médicas para preguntarlo, razones de salud pública, para dotar los hospitales, cómo organizar el gasto sanitario. Es preciso saber a cuántas mujeres y a cuántos hombres van a atender. Pero eso ya no lo sabrán porque han decidido que no se le puede preguntar a la población cuál es su sexo.
P. Lo que está en cuestión es si cuando nos quitemos la mascarilla el liberalismo gozará de esa mala salud de hierro de siempre.
R. La pandemia está siendo aprovechada por algunos líderes para concentrar poder. Viktor Orban en Hungría, por ejemplo. Ha aumentado la vigilancia de los ciudadanos, se han restringido algunas libertades mediante la prohibición de protestas, se está ejerciendo una presión polarizante con la que algunos gobiernos exigen a los ciudadanos que se unan en torno a ellos, hemos visto disrupciones electorales para posponer comicios o restringir el sufragio. Hemos asistido a un aumento de la corrupción, del rol de las fuerzas armadas y un debate donde se cuestiona abiertamente la democracia. Se empieza a decir que lo que funciona no es la democracia sino el autoritarismo. Si esto dura mucho tiempo va a socavar la democracia tal y como la hemos conocido.
P. En España el estado de alarma se acompañó de una retórica bélica que sugería que cualquier crítica era indeseable o desleal.
R. Eso está pasando en España y en otros países. Pasó en Filipinas, en México, en Hungría, por supuesto en Rusia. Eso que ha ocurrido en España es una tendencia mundial.
P. Lo que es indudable es que un gobernante se encuentra más cómodo en un estado de alarma, pero la democracia no se inventó para la comodidad del gobernante sino más bien para lo contrario.
R. Lo que no sabemos es cuál es el resultado neto de la pandemia sobre el poder. Es decir, si va a ayudar a consolidar a los que están en el poder o los va a dejar fuera de juego.
P. En su país, Venezuela, Nicolás Maduro no necesitaba una pandemia para comportarse como un tirano.
R. La gran sorpresa es lo que ha tardado el mundo en descubrir que Maduro es un dictador. Maduro lleva actuando autocráticamente desde hace muchos años. Unas veces de una manera muy abierta y otras, muy clandestina. La sorpresa es lo que el mundo ha tardado en descubrir que no hay una equivalencia entre Maduro y las fuerzas de la oposición democrática. En Venezuela hay una dictadura que reprime, suprime, maltrata, asesina. No es equivalente.
P. Quien no lo ha entendido todavía es José Luis Rodríguez Zapatero.
R. Hace ya dos años yo escribí una columna que se titulaba Y Zapatero lo sabe, donde hacía una lista de cosas que estaban sucediendo en Venezuela, que era imposible que Zapatero no conociera y que, si se eso se sabe, es imposible simpatizar con el chavismo. Zapatero nos ha dejado perplejos por su cercanía al régimen. La oposición en Venezuela sabe que cuando está hablando con Zapatero no está hablando con un mediador objetivo, está hablando con un representante de la dictadura.
P. La mediación de Zapatero fracasa en la reunión de la República Dominicana, a partir de ahí es un mero embajador del régimen.
R. Él tiene mucha influencia en Pedro Sánchez y eso explica detalles como que el presidente interino de Venezuela, reconocido por 60 países del mundo, haga un gira por Europa y sea recibido por todos los jefes de Gobierno excepto por el de España. Es un acto diplomático y simbólico, pero muy revelador.
P. Tampoco sabemos a qué vino aquí Delcy Rodríguez. Es uno de esos temas que quedaron sepultados por la pandemia.
R. Los venezolanos de la oposición, de la que formo parte, lamentamos la tolerancia de España para permitir que violadores de los derechos humanos, gente que ha robado fortunas, estén gozando de sus bienes mal habidos y de una total libertad de tránsito. Un país democrático debía ser más solidario.
P. La destrucción de las libertades en Venezuela no fue algo repentino. Fue algo progresivo pero al fin imparable. ¿Cómo ocurre ese proceso de destrucción de la democracia?
R. Escribí una novela titulada Dos espías en Caracas que trata de responder a esa pregunta. ¿Cómo pasó lo de Venezuela? ¿Cómo uno de los países más ricos del mundo es hoy uno de los más pobres? ¿Cómo una de las democracias más viejas de América Latina termina así? Yo me di cuenta muy pronto de que Venezuela estaba siendo muy influida por Cuba y de que la relación entre Fidel Castro y Hugo Chávez generó la ocupación de un país extranjero en Venezuela. Desde hace tiempo exhorto a mis amigos periodistas y académicos para que investiguen eso y siempre regresan con las manos vacías, porque es una operación clandestina del G2 [Dirección de Inteligencia del régimen cubano], que se las arregló muy bien, de manera furtiva, para tener un rol desproporcionado en Venezuela.
P. Mis familiares venezolanos están muy alarmados por el peligro que supone una fuerza como Podemos, tan vinculada a la revolución bolivariana.
R. A mí no me preocupan los gobiernos de coalición. Que haya fuerzas distintas que se unan para gobernar no es el problema. El problema es que alguien como Pablo Iglesias tenga acceso a los secretos de la inteligencia del país. Es alguien que ha estado muy cerca de los regímenes autoritarios de América Latina. Ha estado muy cerca de Venezuela, de Bolivia, se ha lucrado personalmente de las asesorías realizadas a esos gobiernos. Sabemos que tuvo vínculos con Irán. Mi preocupación no es por razones ideológicas sino de seguridad nacional.
P. Seguramente usted reconozca muy bien los tics bolivarianos de Podemos.
R. Los hemos visto permitiendo que España se convierta en la guarida de los ladrones del chavismo y esa es una bofetada para la democracia.